Me llamó mucho la atención hace unas semanas, cuando las noticias se hicieron eco de la inauguración de la sala 4DX que Kinépolis ha abierto en sus cines de Madrid, que en el breve espacio que se le concedía a dicho evento en la redacción de Antena 3, hubiera lugar para citar a **'Matinee' como claro antecedente de lo que plantea esa experiencia multisensorial que propone la compañía belga.
Y me llamó la atención por dos motivos. Primero, por la cercanía del veinticinco aniversario que hoy se cumple del estreno de la cinta de Joe Dante. Pero aún más por el hecho de que alguien recordara un filme que pasó desapercibido en la taquilla de aquel 1993, recaudando unos exiguos nueve millones y medio de dólares que la situaban en el puesto 114 de una clasificación dominada por los más de trescientos que amasó Spielberg con sus dinosaurios.
Que 'Matinee' quedara relegada a tan modesto segundo plano no quita para que esta declaración de amor de Dante hacia el séptimo arte permanezca en la memoria de muchos de los que la vimos en su momento como un filme tremendamente simpático capaz de trascender el mero carácter de entretenimiento para erigirse acaso en el más emblemático ejemplo en celuloide de las filias de su cineasta, al tiempo que deja ver su carácter reivindicativo sobre el cine por encima de la televisión, algo que la convierte en vehículo de rabiosa actualidad a sus dos décadas y media de edad.
Nostalgia por los años sesenta
Situada en los días en que la crisis de los misiles cubanos llegó a su máximo apogeo, el clima de crispación que hizo que el mundo contuviera el aliento ante la posibilidad de una tercera guerra mundial es el telón de fondo sobre el que Dante sitúa a sus personajes. Con Cayo Oeste, en la península de Florida —a pocas millas de Cuba—, como escenario en el que se desarrolla la acción, es la mirada nostálgica hacia la década de los sesenta primera cualidad a destacar de 'Matinee'.
Protagonizada en su mayoría por adolescentes, y con los adultos casi siempre caricaturizados —de forma muy similar a como ya había hecho en 'Gremlins' (id, 1984)—, 'Matinee' se caracteriza en esa mirada al pasado por echar mano de todos los arquetipos asociados a la década en la que se desarrolla, consiguiendo tanto el diseño de producción como la espléndida partitura de Jerry Goldsmith trasladarnos con precisión a esos primeros años de los sesenta sobre los que aún pesaba sobremanera la influencia del decenio anterior.
Bajo esa idea, ya la apertura del metraje es toda una declaración de principios acerca de qué podemos esperar del filme, presentando Dante al personaje de un magnífico John Goodman, un productor cinematográfico de filmes de serie B, de maneras muy similares a como Alfred Hitchcok aparecía al comienzo de los episodios de la mítica 'Alfred Hitchcock presenta' ('Alfred Hitchcock Presents', 1955-1962).
Parte incuestionable de ese mensaje de reivindicación del séptimo arte sobre la televisión que queda subrayado de manera jocosa y nada sutil por el cartel que aparece en la marquesina del cine que es claro protagonista de gran parte de la acción, el guiño de la inmediata asociación de Lawrence Woolsey —Goodman— con Hitchock sirve a Dante para introducir una segunda línea de nostalgia que, con mucha más intensidad que la que dedica a los sesenta, es la que termina alzándose como mayor valor a rescatar de 'Matinee'.
'Matinee': una carta de amor al séptimo arte
Cualquiera que se haya pasado alguna vez por "Trailers from Hell" —y si no lo habéis hecho, no sabéis lo que os perdéis— habrá podido apercibirse, no ya de lo "friki" que puede llegar a ser Joe Dante, sino de la desaforada pasión que el cineasta tiene hacia el cine de ciencia-ficción de los años cincuenta, sea del calado que sea y tuviera el presupuesto que tuviera.
Es tanto el amor que el responsable de 'El chip prodigioso' ('Innerspace', 1987) profesa por todo lo que los cincuenta llegaron a explotar el género, que cabría pensar hasta qué punto el cineasta no levantó 'Matinee' para darse el gustazo de poder rodar todas las hilarantes secuencias que conforman el metraje de 'Mant', la cinta que Woolsey estrena en el cine de Cayo Oeste modificando la sala con todo tipo de artilugios para conseguir arrastrar al público fuera de la influencia de la caja tonta.
Echando mano de los típicos elementos argumentales sobre los que se apoyaba mucho del cine de serie B de hace siete décadas, Dante mezcla los efectos de la radiación que eran claro protagonista de títulos como 'El increíble hombre menguante' ('The Incredible Shrinking Man', 1953) con la mezcla entre insecto y humano que servía de punto de apoyo a cualquiera de las dos versiones de 'La mosca' ('The Fly', 1958-1986), aderezando el conjunto con el clásico ataque de bicho gigante de las cintas de la época para componer un alegre y desenfadado crisol con el que evocar otros tiempos.
Ni mejor ni peor, esa época pretérita a la que aquí mira Dante, y en la que coloca con mimo a unos personajes muy cuidados interpretados con gran carisma —huelga decir que por aquí aparecen, cómo no, actores fetiche del director como Robert Picardo o Dick Miller—, nos habla desde sus veinticinco años, en un momento en el que las ofertas de VOD no paran de comer terreno a las salas de proyección de cine, de la incuestionable magia que habita en ellas. Una magia que parece abocada a desaparecer como tal y cuya ausencia dejaría un hueco imposible de llenar.
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