Es curioso comprobar cómo el avance y la modernidad se ha traducido, en el cine patrio, en volver a mirar al pueblo, a los problemas de lo rural, a aquello que muchos creen que es un vistazo hacia atrás. Y sin embargo, es la mejor manera de reconectar con nosotros mismos, la forma en la que las nuevas directoras hacen las paces con su pasado con retratos amargos y desprovistos de la idealización absurda con la que algunos nos quieren convencer de que todo tiempo pasado fue mejor. En '20.000 especies de abejas' Estíbaliz Urresola se niega a ser una Carla Simón más, acercándose más al estilo crudo del 'Cinco lobitos' de Alauda Ruiz de Azúa: el resultado no podía haber salido mejor.
Bee movie
Urresola se plantea dos retos muy diferentes en su primera película: por un lado, contar la historia de la identidad de género de una niña de tal manera que cualquiera pueda entender y empatizar con ella sin necesidad de mostrar ofensas y desmanes, pero tratando de no caer en los tópicos de este tipo de relatos. Por otro, ser capaz de situarla en un pueblo cayendo de forma irremediable en los códigos estéticos pero no en los narrativos de películas recientes como 'Alcarràs', 'La inocencia' o 'El agua'. La directora sale victoriosa de ambos combates, aunque, todo sea dicho, en ocasiones solo por los puntos.
No deja de ser curioso que la cinta se haga fuerte exactamente allí donde la mayoría flaquean: en un segundo acto que sigue, de manera oblicua, los caminos de madre e hija y sus perspectivas sobre sí mismas. Mientras Lucía gana confianza sobre su identidad (la suficiente como para traspasar su apodo e imponerse un merecido nombre propio), Ane no entiende lo que está intentando hacer con su retorno al nido, donde lo más importante, doloroso y personal se calla porque pronunciarlo en voz alta lo convierte en realidad. Quizá por eso nadie quiere escuchar a Lucía: la valentía no está bien vista en unas calles donde todos guardan rencores en silencio.

No es menos cierto que '20.000 especies de abejas' cae en una repetición constante de los mismos temas: el espectador con menos paciencia no sentirá que la trama avanza y puede llegar a sentirse frustrado. No es del todo cierto. La propuesta de Urresola es la creación de un universo propio en el que poder comprender a todos los personajes y sus avances (o la falta de ellos) para tratar de entenderse. Como en la vida real, nadie cambia de opinión de la noche a la mañana ni pega un volantazo a su forma de ser, y la cinta se detiene en esos detalles sutiles, casi quirúrgicos, que conforman un guion que, aún cayendo en tópicos inevitables, es tan diminuto como portentoso.
Protocolo de actuación
Nada de esto sería posible sin un reparto abrumador, pero especialmente sin una actriz, Sofía Otero, la ganadora del Oso de Oro a mejor interpretación protagonista en la Berlinale que firma la mejor actuación del año. Con tan solo diez años, lo que Otero hace es absolutamente colosal: cada mirada y gesto transmiten verdad, permitiendo al espectador saber exactamente lo que siente y piense sin necesidad de verbalizarlo. Es más, es al hablar de ello cuando sabes de su dolor interno: su madre, preocupada por ella misma, no es capaz de ver y comprender lo que el espectador sí.

Si el año pasado Carla Quílez ya deslumbró con su papel en 'La maternal', demostrando que los Goya deben abrir ya el abanico de edades para lograr una nominación, esta actriz novata solo viene a confirmarlo. No puedo deshacerme más en halagos ante una actuación trascendental y pivotal en la historia del cine patrio que se ve aupada por una estupenda Patricia López Arnaiz, capaz de dar una capa de sensibilidad a un personaje que ya de por sí se debate entre su futuro laboral, su pasado familiar y un presente problemático en el que la mentira y el silencio se convierten en sus compañeras de vida.
Pero '20.000 especies de abejas' es lo suficientemente inteligente como para saber que la protagonista de la película no es una madre sobrepasada por su propia vida que no entiende el camino que debe tomar, sino una hija que acepta con naturalidad lo que su entorno no es capaz. Los momentos en los que adquiere consciencia de que habrá gente que jamás pueda aceptarla como Sofía (esa magnífica búsqueda en el bosque, ese relajante y natural cambio de bañadores, ese cuarto de baño repleto de incomprensión) son desgarradores por varios motivos: uno de ellos, el inexorable hecho de que parte del público va a pensar, como la abuela, que esto pasa "por haberle permitido demasiado".
Mirar atrás para seguir hacia delante
El propósito de '20.000 especies de abejas' no es tanto el de convencer a parte del público sobre una realidad como el de hacérsela comprensible sin necesidad de hacer un "hilo de Twitter" al respecto, tirar por panfletismos o frases hechas. La sutileza de Urresola es tal que es capaz de introducir su problemática muy poco a poco: no busca el shock o la impresionabilidad fácil, sino la comprensión, el cariño, un problema presentado, lejos de una posible apisonadora moral, a cucharaditas de café.
Yo vengo de un pequeño pueblo vasco, y quizá por eso he entendido bien la propuesta de su directora con esas acusaciones que nunca terminan de coger forma, que revolotean a lo largo del metraje sin que nadie las recoja y monte una escena con ellas. Son los pequeños detalles los que conforman la vida de unas mujeres que saben no hablar más de lo que deben y prefieren permanecer en silencio para no romper el frágil equilibrio de un lugar en el que todo parece varado en las tradiciones y no entiende de nuevas sensibilidades del siglo XXI. O quizá sí. Quizá todo dependió siempre de tratar de comprender a quien tienes delante.
'20.000 especies de abejas' no es una película redonda, pero sí es una muestra perfecta de la evolución natural del cine rural español en los últimos años. Una vez ha agotado las historias juveniles más tradicionales y se ha reinventado con la sórdida 'As bestas' puede mirar hacia delante y explorar el mundo actual desde la mirada del pueblo, ese lugar en el que todo se sabe sin que nada se exprese, las sonrisas ocultan dolores, la comprensión debe ganarse poco a poco y un verano puede cambiar tu propia percepción para siempre.
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19 comentarios
elpableras
Los dos comentarios que hay hasta ahora aquí son las dos Españas.
dwayne_hicks
Película de gente traumada... paso a la siguiente
putaotan
[comentario moderado]
celuloide_feliz
“20.000 especias de abejas” es una película maravillosa. Las actuaciones de Aitor/Lucía y Ane son magistrales. El guion y la dirección (ambos de Estibaliz Urresola) son muy buenos.
El ritmo de la película es perfecto, y sé que muchas personas lo catalogarían como lento, pero ni sobra ni falta nada, cada minuto sirve para adentrar al espectador en algún aspecto de la historia, para presentar no solo la línea principal, sobre la identidad de género de Aitor, sino, también, la historia familiar, las dificultades que tenemos para ver y aceptar la realidad, los secretos de familia, los posicionamientos personales ante una situación que nos incomoda, el peso de la cultura y la religión, la imagen idealizada que podemos tener de algunas personas y muchas cosas más.
No comparto la opinión del autor sobre que la película pertenezca al cine rural. Es, sobre todo, la historia de una familia, y el tema principal que trata es universal. La guionista acertó al querer presentar su historia en un entorno rural, pero creo que eso no la convierte en cine rural.
Yo sí que creo que la película es redonda. Evoluciona magistralmente desde su inicio, como un árbol, con un tronco y ramas que derivan de él y que suman a la historia y permiten verla en su totalidad y de forma muy acertada.
Para aquellas personas que no la hayan visto, atentas a una breve escena al principio de la película en la que Aitor está en la cama con su madre y le hace una pregunta a esta. Existe una escena similar al final de la película, pero con otra pregunta, y es una forma sublime de mostrar el cambio acaecido, no se me ocurre otra mejor.
Hay otras escenas estupendas y estoy seguro de que algunas de ellas permanecerán indelebles en la historia del cine. Por ejemplo, la escena del intercambio de bañadores. No se puede decir más y mejor con tanta sencillez, verdad, ternura y contundencia. O la escena de la madre en el bosque, que desde el dolor y el desgarro termina gritando un nombre que le sale desde las entrañas.
josete1985
Viendo la cantidad de comentarios moderados sólo diré: ¡Viva la libertad de expresión!