Netflix está apostando, en sus recientes adaptaciones de Stephen King, por cuentos que posiblemente no tendrían salida como películas convencionales, dada la concisión de sus narrativas y la escasez de personajes y escenarios que las componen. Nada hay más alejado del terror ambicioso de 'It' o de la ciencia-ficción interdimensional de 'La torre oscura' que la concisión a la que obliga una mujer atada a una cama durante todo el metraje de 'El juego de Gerald'.
O esta '1922', que transcurre casi íntegramente en una modesta granja y cuenta una historia extremadamente sencilla alrededor de la que orbitan solo tres personajes. El ambicioso y algo palurdo Wilfred James (Thomas Jane), con la ayuda de su hijo Henry (Dylan Schmid), decide matar a su mujer Arlette (Molly Parker) cuando ésta le propone que se divorcien y repartan los maizales que son su sustento. Pero en poco tiempo se desatan las consecuencias del crimen aparentemente perfecto.
De hecho, la historia es sumamente simple (y además sigue un código argumental, el de los efectos de un crimen, entre sobrenaturales y motivados por los resmordimientos, muy tradicional en ese sentido) y podría pertenecer a series como 'Historias de la cripta' o 'Masters of Horror'. Más de un espectador sentirá que un metraje más ajustado en torno a los sesenta minutos habría beneficiado a la historia.
Sin embargo, '1922' funciona a la perfección y discurre a su propia velocidad, dejando pistas y pequeños detalles perversos ante el espectador. Regalos envenenados visuales y argumentales que permiten que lo que no es más que una relectura de 'El corazón delator' de Poe narrado por un Terrence Malick interesado en los cadáveres putrefactos, funcione como un claro y directo disparo en la sien.
Buena parte de la responsabilidad de que '1922', pese a su sencillez y su relativa falta de ambición, acabe siendo un cuento de horror memorable, está en la interpretación de un Thomas Jane afinadísimo, que convierte un cerradísimo acento de Nebraska en un auténtico espectáculo. La humanidad que le aporta a un personaje que es esencialmente un villano sin compasión le da un aire perverso a '1922': es un personaje repulsivo, pero al espectador le resulta sencillo empatizar con su conflicto, simple como su propósito en la vida. Jane (que ya es la tercera vez que protagoniza una adaptación de King, tras 'La niebla' y 'El cazador de sueños') demuestra de nuevo su versatilidad y su capacidad de aportar una mirada frágil a un personaje de fachada arisca.
Quizás el guionista y director Zak Hilditch, al que previamente habíamos visto en el extraño drama sobre el fin del mundo 'Los últimos días', tropiece con un ritmo algo renqueante cuando la acción sale de la granja y relata las andanzas de unos indisimulados sosías de de Bonnie & Clyde. Es el único tropiezo (curiosamente, muy parecido al interludio que muchos consideraron un problema en 'El juego de Gerald') de una película que encuentra sus grandes virtudes en la concisión y cuando menos se desvia de su drama principal.
'1922' es una película de atmósfera cargada y densa -gracias en buena parte al clima enfermizo creado por el director de fotografía Ben Richardson, que ya hizo trabajos estupendos en 'Bestias del sur salvaje' o 'Wind River'-, y ahí encuentra su baza más directa. Llega incluso a ser más efectiva que el relato original de King, una novela corta publicada en el recopilatorio en torno al tema de la justicia 'Todo oscuro, sin estrellas' de 2010: allí, el maestro era igual de directo, pero en términos de tensión in crescendo, esta '1922' le da alguna lección.
Cuidado con '1922': podría pasar desapercibida entre todo el maremoto de estrenos de Netflix, pero aunque menos expansiva que 'It' y menos kitsch que 'El juego de Gerald', su tratamiento del suspense y su propuesta sencilla y clara merecen toda la atención del aficionado.
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