Que una película como ‘127 horas’ (‘127 Hours’, Danny Boyle, 2010) esté entre las mejores 250 de la historia del cine en la IMDb, repito, entre las mejores 250 películas de TODA la historia del cine es algo que no deja de sorprenderme. Evidentemente Danny Boyle, cuya mejor película sigue siendo ‘Trainspotting’ (id, 1996), es un director que ha conseguido cierto respaldo popular, sobre todo a raíz de su sobrevalorada, y multipremiada, ‘Slumdog Millionaire’ (id, 2008). Ahora decide coger un hecho real reciente bastante sorprendente, sufrido por Aaron Ralston, quien tuvo que cortarse su brazo derecho atrapado por una roca, para poder sobrevivir. Ocurrió en el 2003, en Utah, y la experiencia llevó a Rolston a recogerla en un libro titulado ‘Between a Rock and a Hard Place’, en el que se basa Boyle para narra la película.
El resultado ha tenido una increíble y desmesurada aceptación popular, traducida en éxito de taquilla y seis nominaciones a los Oscars 2011, entre ellas, mejor película, guión adaptado y mejor actor principal. Las dos primeras me parecen increíblemente exageradas, no así la tercera pues si hay algo por lo que he soportado esta película es por la encomiable labor de James Franco. También por la banda sonora a cargo de A.R. Rahman, nominado doblemente al igual que en ‘Slumdog Millionaire’, pero mucho más merecido. No creo ni por asomo que se vaya a repetir la proeza del anterior film de Boyle, y es muy probable que la película se vaya a casa de vacío en la próxima ceremonia de los preciados premios.
En cualquier caso, y dado que ya sabemos de qué pie cojea la Academia a la hora de entregar sus calvos dorados, lo que verdaderamente nos importa es la película en sí, alejada de toda campaña promocional o éxito taquillero, a veces demasiado presentes a la hora de ir a ver una película, incluso de disfrutarla. En este caso, me ha parecido encontrarme con una de esas películas en las que por mucho hecho real que se esté narrando, éste no tiene porqué quedar bien en una pantalla. Evidentemente, todo dependerá de la forma en la que se narre dicha historia, y creo ahí radica el mayor problema de una película como ‘127 horas’, que queda supeditada ante una puesta en escena irritante. Apoyándose además en el morbo que despertará el elemento más llamativo de la minúscula trama: el ver cómo el personaje central se corta el brazo.
Es precisamente esa insoportable secuencia la que termina de destapar todas las trampas de Boyle, que basa su impacto en el mencionado instante. Su recreación en la rotura del brazo es tal, que alcanza niveles pornográficos, no ya por mostrar más de lo debido, sino por regocijarse al completo con ello y utilizarlo vilmente como transmisor de emociones. Desde el inicio del film, éste no cuenta absolutamente nada, y los trascendentales intentos de crear una historia a través de los recuerdos y ensoñaciones de Aaron mientras está atrapado, no son más que adornos vacíos, expuestos de la forma más efectista posible, algo que Danny Boyle sabe hacer muy bien. No existe un retrato psicológico provocado por el drama —enfrentarse a una muerte segura—, sino un viaje, a modo de filigrana visual, hacia el mismísimo morbo del asunto: una operación quirúrgica, sin anestesia y en condiciones muy precarias.
No me interesa tanto lo que se ve en la citada escena —seguro que muchos cerrarán los ojos—, sino cómo se utiliza para impactar en el espectador, llegando a insoportables juegos con la banda sonora que desvelan una descarada manipulación de los sentimientos del espectador. Afortunadamente tenemos la presencia, durante todo el metraje, de James Franco, perfectamente entregado a su rol, e intentando suplir con una muy convincente interpretación las carencias de un personaje demasiado expuesto al bochornoso esteticismo de su autor. Sólo algunos apuntes, que son el reflejo de la sociedad que nos ha tocado vivir, me han parecido interesantes, como la escena en la que Aaron recuerda un hecho muy reciente con dos chicas, recogido en la cámara de vídeo. Fue el protagonista y ahora es un espectador moribundo, añorando ese buen momento. Aunque el mérito es de la interpretación de Franco, el director parece calmarse y abogar por algo de sobriedad.
Instantes aislados como el mencionado no llegan para salvar la papeleta de una película que está más preocupada por impresionar al espectador por sus facilones golpes de efecto, que por el drama en sí. Lo que podría haber sido una historia sobre la supervivencia se convierte en un festival de delirio visual y gore innecesario. Franco aguanta estoicamente del mismo modo que Ryan Reynolds lo hace en ‘Buried (Enterrado)’, film con el que ‘127 horas’ guarda no pocos parecidos, pero del que se aleja descaradamente en pos de un efectismo efímero y de consumo rápido, tal y como ocurre en estos tiempos con el cine. Mientras que el magistral trabajo de Rodrigo Cortés queda en la memoria, por todas sus connotaciones sociales, el de Danny Boyle se olvida, afortunadamente, al terminar de verlo, incluso antes.
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