En esa casa había objetos que valían más que la vida de nuestro hijo.
Entre los estrenos más atractivos del pasado viernes, sin duda uno de los más flojos del año, estaba el thriller ‘The Trap’ (‘Klopka’), una coproducción de Serbia, Alemania y Hungría dirigida por Srdan Golubovic, que ha llegado a nuestras salas con tres años de retraso. Si no fuera porque en otras ocasiones ya nos han colado títulos lamentables, lanzados a la cartelera de manera desesperada para intentar sacarles algún rendimiento, uno podría pensar que si se ha estrenado una película después de tanto tiempo es porque merece realmente la pena, porque es algo valioso que puede interesar al público español. Premios en festivales, como el de mejor director y mejor actor en Milán, y la pre-selección para el Oscar al mejor film de habla no inglesa, parecen confirmarlo.
Desde luego, no negaré que ‘The Trap’ pueda interesar a cierto sector del público; al fin y al cabo es una producción europea, el director es serbio, y en la sinopsis se nos intenta vender que la historia es un reflejo del vacío moral de la etapa post-Milosevic. Sólo con eso, independientemente de lo que se narre y de cómo se narre, este producto ya se ha ganado a un grupo de espectadores, a los que no describiré para no insultar la inteligencia del lector, que los conoce perfectamente. Ahora bien, ¿hay algo en ‘The Trap’ que pueda interesar al resto? En principio, la trama es atractiva, pero Golubovic falla al ponerla en imágenes, y el resultado es un drama bastante aburrido.
Un padre desesperado
‘The Trap’ (‘La trampa’) comienza con una imagen del protagonista de espaldas, mirando desde una terraza las calles y los edificios de Belgrado, lo que viene a confirmar eso de que Golubovic pretende hablar de su país con este film (algo que sólo se confirma muy parcialmente). Es el inicio de un extraño y frenético prólogo cuyo montaje se asimila más al de un episodio de una serie de televisión que al de una película, y desde luego no se parece en nada a lo que veremos a continuación, mucho más lento. Rápidamente se van alternando escenas del protagonista en diferentes momentos, de manera no lineal, componiendo un puzzle muy eficaz para entrar de lleno en la historia; por un lado, vemos al hombre dirigiéndose a alguna parte con rostro serio, aire dramático, y llevando una pistola en la chaqueta; mientras que, por otro lado, lo vemos hablando de unos hechos terribles, confesando, y diciendo que ahora está intentando solucionarlo.
¿Qué ha hecho y qué va a hacer para corregirlo? Bueno, ya en la sinopsis se nos da la respuesta a la primera pregunta, y no es un destripe, pues sucede en el primer acto del film. El protagonista, Mladen, está casado y tiene un hijo de corta edad; aunque los dos trabajan muchas horas, no ganan mucho dinero y el país está en un mal momento, en la medida de lo posible llevan una vida plena y feliz. Todo cambia de pronto cuando el pequeño, Nemanja, es hospitalizado de urgencia y se le diagnostica una insuficiencia cardíaca; el niño se va a morir si no lo operan, pero el seguro no lo cubre y les costará a los padres unos 26.000 euros, una cifra que está totalmente fuera de su alcance.
El giro que anima la acción se produce cuando, después de que la madre, Marija, ponga un anuncio en el periódico pidiendo ayuda para la operación de su hijo, alguien llama a Mladen para proponerle un acuerdo, una solución a su desesperada situación. La oferta, típicamente cinematográfica (aunque el origen del film es una novela escrita por Nenad Teofilovic), consiste en que Mladen recibirá los 26.000 euros que necesita si a cambio es capaz de realizar un asesinato. Es como ‘The Box’, pero manchándose las manos. El hombre se lo intenta poner fácil a Mladen diciéndole que el objetivo es alguien prescindible, alguien cuya muerte beneficiaría a muchas personas, y que no se tiene que preocupar de nada, le dan el arma y el plan. Todo queda ya expuesto, el protagonista debe decidir si acepta el encargo o lo rechaza, condenando probablemente a su hijo.
Cine europeo, del aburrido
Desde el primer momento sabemos que el tipo va a aceptar, no sólo porque el prólogo sería totalmente absurdo, sino porque de lo contrario no habría película, no habría drama ni nada. Pero Mladen se va a tomar su tiempo. Y el director también, mostrándonos desde diferentes ángulos al protagonista mirando al vacío, pensando. Mientras se decide, además, uno debe asistir a una molesta repetición de situaciones; Marija no entiende a su marido (él le oculta la proposición) y se va enfadando, el niño va de mal en peor, el tiempo pasa y nadie les va a dejar el dinero, y los trabajadores de la empresa pública que dirige el protagonista dedican su tiempo a beber cerveza y quejarse (más o menos lo mismo que pasa aquí). Todo se va complicando hasta que Mladen efectivamente realiza lo que ya sabíamos que iba a hacer desde el minuto uno. Pero no ocurre hasta la mitad del film, que se va haciendo muy pesado de seguir.
La escena cumbre, por cierto, deja bastante que desear. Empieza bien, con realismo y tensión, pero el desarrollo es muy atropellado y no tiene emoción alguna, porque Golubovic la estropea cambiando el punto de vista varias veces, y haciendo girar la cámara incomprensiblemente alrededor del rostro del protagonista, mientras alterna con planos de lo que sucede a continuación. Se supone que debemos sentirnos implicados, pero lo que provoca es frialdad e indiferencia. Un poco desastre, pero dura poco y la verdad es que no tiene demasiada importancia, la película va realmente de lo que pasa antes y después de eso, está centrada en el sufrimiento del protagonista mientras su mundo se viene abajo; debe cometer un acto brutal que destrozará su normal e intrascendente existencia para salvar a su hijo, lo único que parece tener verdadero valor en su vida.
Los actores están bastante bien (especialmente el protagonista, Nebojsa Glogovac), y se plantean cuestiones interesantes de la situación actual en Belgrado y en cualquier lugar (que luego no se aprovechan), pero el mayor problema del film es que durante gran parte del metraje no pasa casi nada. El realizador serbio se apunta a esta manera de hacer cine tan vaga que consiste en poco más que dejar la cámara encendida mientras el espectador se tiene que montar la película en su cabeza; o sea, numerosos planos vacíos de los actores quietos o en silencio, repetir una misma situación sin que cambie nada, o dedicar demasiado tiempo a algo que se capta en un instante. Se entiende que no es fácil rodar un drama criminal con pocos medios, pero eso no justifica el descuido del guión o la torpeza a la hora de plasmar la acción (véase por ejemplo la israelí ‘Ajami’, estrenada hace poco); eso no es falta de dinero, es de esfuerzo y de talento.