Uno de los cineastas europeos más irreverentes nos mete en una distopía convertida en rutina
Gracias a gente como Slavoj Žižek se ha establecido de manera medianamente popular una frase como “Es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”. Esta reflexión sin duda refleja, más allá de preferencias socioeconómicas, nuestra tendencia a dejarnos abrumar por las peores consecuencias del sistema imperante antes que pensar en revolvernos contra el mismo.
Porque dejando aparte fenómenos reales como pandemias o guerras mundiales, nuestro fin como especie podría estar muy alejado de lo espectacular que vemos en blockbusters de desastres ecológicos o invasiones. Puede ser algo tan lento e inexorable como la debacle económica y/o moral de toda la población, tal y como satiriza ‘No esperes demasiado del fin del mundo’.
El apocalipsis más mundano
El incorregible director rumano Radu Jude regresa con una de sus comedias negras tan inclasificables como capaces de no dejar títere con cabeza, siguiendo la aclamación recibida hace unos años con ‘Un polvo desafortunado o porno loco’. En esta ocasión nos mete en una vorágine distópica con precariedad laboral, propaganda, extrema derecha y hasta apariciones de Uwe Boll, disponibles para ver en streaming a través de Filmin.
Aquí seguimos durante sus largos paseos en coche a Angela, una ayudante de producción para una empresa rumana con colaboración extranjera que realiza entrevistas a diferentes víctimas de accidentes para realizar un vídeo sobre seguridad laboral. Un trabajo pagado de manera pobre y que realiza durante largas horas, que consigue aguantar a base de bebidas energéticas y la creación de un perfil falso en redes sociales donde, con ayuda de un filtro que la transforma en un hombre calvo y con barba, suelta soflamas de extrema derecha para encender al personal.
Jude nos incluye estos vídeos, claramente nacidos de la presencia en Rumanía del ex-luchador e influencer reaccionario Andrew Tate, con su habitual actitud desafiante. El director se caracteriza por un carácter provocador en su contenido, raspando a mala uva en las heridas abiertas tanto en su país como en occidente, pero también en su tono de absurdo llevado a la cotidianeidad más letárgica, o en sus desconcertantes decisiones formales.
Sus provocaciones y volantazos causan impresión, e inflan el metraje hacia unas dos horas y 45 minutos que se van a hacer cuesta arriba para los que acudan desprevenidos (por ejemplo hay muchos segmentos en blanco y negro que son, básicamente, seguir los aburridos paseos en coche de la protagonista). Su humor está entregado con la sequedad más singular, quedando en ocasiones en duda si está presente salvo en las evidentes parodias en los vídeos extremistas para redes.
‘No esperes demasiado del fin del mundo’: reírse en un mundo en llamas
Pero detrás de cada decisión hay unas intenciones fascinantes, y un riesgo que no va a verse en muchas películas este año. La experiencia previa de Jude en el mundo del audiovisual corporativo es plasmado con una mezcla de exageración satírica y mundanidad casi perversa, reflejando el cine como arma de propaganda para la preservación de un sistema que no para de producir heridas.
Por otro lado, se nos introducen escenas de la película clásica rumana ‘Angela merge mai departe’, sobre una taxista de Bucarest tratando de buscar un resquicio de libertad durante el régimen de Nicolae Ceaușescu, buscando unos paralelismos que reflejen una deprimente situación actual no muy distinta que la que se vivió durante la dictadura comunista. Una también desoladora manera de plantear las limitaciones del cine como herramienta de liberación y respuesta.
No se nos plantean aquí las reflexiones más optimistas, aunque Jude no para de intentar desarrollarlas desde la comedia más mordaz. Una que no necesariamente va a aterrizan en muchos, que podrán ver como una tomadura de pelo que una de las secuencias más importantes sea un plano secuencia de 30 minutos enfocado en una familia mirando a cámara en medio de un callejón cualquiera. Pero no se le pueden negar al director las ganas de mofarse mientras todo a nuestro alrededor está ardiendo.
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