Margueritte: “Soy fruto de una historia de amor. ¡Como todo el mundo!” Germain: “No, no como todo el mundo…”
Cuando el pasado viernes comentaba los estrenos de la semana, tuve que imaginar qué podíamos esperar de la francesa ‘Mis tardes con Margueritte’, y dije que en el mejor de los casos hallaríamos una tierna historia sobre dos personajes que mejoran sus vidas gracias a su encuentro; por el contrario, si los actores no estaban inspirados y el director no daba con el tono, podría ser un gran aburrimiento. Afortunadamente, resultó más acertada la primera predicción. Al menos, es lo que yo he encontrado, que en esto del cine, por más que lo nieguen los “opinadores objetivos”, juega mucho la percepción individual, que a menudo se ve influida por elementos externos al film (la sala, la compañía, el cansancio, la salud). Tengo entre los borradores un artículo sobre este tema, así que podemos aparcarlo para más adelante.
‘La tête en friche’ (2010), titulada aquí ‘Mis tardes con Margueritte’, está escrita por Jean-Loup Dabadie y el director del film, Jean Becker, a partir de la novela homónima de Marie-Sabine Roger (editada en nuestro país como ‘Tardes con Margueritte’). La historia se centra en Germain, un hombre tosco que ronda los cincuenta años, casi analfabeto, cuida de una madre borracha que siempre lo despreció y se gana la vida con pequeñas chapuzas y los frutos que obtiene de su pequeño huerto. Está atrapado en la vida que le ha tocado, hasta que una tarde conoce a Margueritte, y todo cambia.
Germain (Gérard Depardieu) llega a describir a Margueritte (Gisèle Casadesus) como una anciana de apenas cuarenta kilos, tan frágil como una delicada figurita de cristal. Pero bajo esa quebradiza apariencia hay una persona todavía llena de vida, culta y muy curiosa, una apasionada lectora, algo que fascina a Germain, quien reconoce un tanto avergonzado que leer no es lo suyo. A diferencia de otras personas que ha conocido a lo largo de su vida, Margeritte no se burla de su incultura, al contrario, lo anima al cambio y a buscar en la lectura aventuras y reflexiones apasionantes. Así que cada tarde los dos se sientan un rato en el mismo banco, delante de las mismas diecinueve palomas, y devoran libros juntos, a su manera; ella lee en voz alta y él cierra los ojos y se imagina las historias, viviéndolas intensamente, como si fueran películas en su cabeza.
Mente sin cultivar, hombre encogido
El encuentro con Margueritte anima a Germain, le da impulso y le proporciona una nueva energía, a través de la lectura se descubre a sí mismo y se va transformando en alguien más libre y seguro. Es un cambio profundo que está plasmado con gran acierto en la película, natural y convincentemente, sin esas prisas tan habituales en el cine y apoyado en el excelente trabajo de los actores. Es algo digno de elogio que aunque el film dura menos de una hora y media, a Becker le da tiempo de sobra no sólo para narrarnos con soltura y precisión la estrecha relación que se establece entre estos dos personajes tan dispares, sino también para exponernos episodios significativos de la infancia de Germain (insertados con experta precisión) y presentarnos el particular universo en el que éste se mueve.
De esta manera se comprende mejor al protagonista, que no es un simple “tonto del pueblo”, como lo define una (lamentable) crítica de cierto periódico de tirada nacional. Germain no sufre retraso mental alguno, es un hombre que no lo tuvo fácil y que no ha sido capaz de levantarse de los golpes (físicos y psicológicos) que recibió en su niñez, resultando un adulto empequeñecido, acomplejado, inseguro e incapaz de expresar todo lo que lleva dentro (esto se ve también en la relación con su novia, a quien interpreta la atractiva Sophie Guillemin). Es inteligente y habilidoso, como queda demostrado en varias ocasiones (cuando recuerda frases con precisión o explica que hay más tipos de tomates que los que recoge el diccionario), y es un acierto del film el mostrar que hay distintas maneras de saber, que Germain puede enseñar a Margeritte tanto como ella a él, que ambos pueden enriquecerse con los conocimientos del otro. De esta forma, con su amistad (ese quererse de otra manera) se completan y son más felices.
Se puede tachar la historia de azucarada y sensiblera (desde luego la película no es apta para el espectador más cínico o pesimista, que sólo vea maldad y egoísmo en el ser humano) y a Becker de una puesta en escena algo simplona, pero es innegable que el viaje interior de Germain está bien narrado y atrapa; que el relato goza de fuerza y autenticidad, con personajes vivos, que se sienten como ciertas sus personalidades y sus emociones. En definitiva, consigue que a uno le llegue a resultar indiferente que el mundo esté efectivamente poblado por individuos mezquinos, falsos e incapaces de amar, porque sólo tienes que encontrar a un puñado de personas que valgan la pena, y refugiarte en ellas, así como en la magia de los libros (y/o de las películas) para disfrutar de una vida plena.
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