Se acabó Millennium, también en el cine. El pasado viernes se estrenó en nuestro país, con cierto retraso (más de tres meses respecto a Suecia), la tercera y última entrega de la saga, basada en las exitosas novelas de Stieg Larsson. ‘La reina en el palacio de las corrientes de aire’ es el título con el que se editó el libro en España y es como se ha titulado el film, para evitar confusiones, a pesar de que no se parece al original, mucho más seco (‘Luftslottet som sprängdes’, si no me equivoco, ‘El castillo de aire que explotó’). No estoy a favor de las “traducciones” que se hacen en este país, pero lo que es increíble es que se estrene una adaptación de una novela con un título diferente, como ha pasado con ‘The Lovely Bones’, que debería haberse llamado ‘Desde mi cielo’. Pero esto es otro tema, y como la película de Peter Jackson es tan floja, la verdad es que me da exactamente igual cómo la han llamado, como si la titulan ‘Camino 2’.
De lo que toca hablar ahora es de una película que ofrece un cierre muy flojo a una trilogía que ha ido de más a menos, empezando con un primer capítulo notable, oscuro y violento, muy entretenido, y continuando con dos entregas que parecen meros trámites, filmadas con una falta de talento y una desgana escandalosa. ‘La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina’ y ‘La reina en el palacio de las corrientes de aire’ están cortadas por el mismo patrón y deberían haber sido un único film, para ahorrar tiempo y dinero… Pero claro, eso no habría resultado tan rentable para los productores, al fin y al cabo esto no es más que un negocio para ellos; así ha salido.
El problema es que, una vez te han atrapado, cuesta salir. Una vez has visto el primer capítulo, uno tan prometedor como el que filmó Niels Arden Oplev, es difícil resistirse y no ir al cine a tragarse las dos continuaciones siguientes, para ver cómo termina todo, aunque sean dos películas tan decepcionantes y aburridas como han resultado ser las dos dirigidas por Daniel Alfredson, que por lo visto tiene poco en común con su hermano Tomas, al menos en lo que a talento para el cine se refiere (Tomas Alfredson es el realizador de la estupenda ‘Déjame entrar’).
Doy por hecho que el lector ha visto la segunda parte de Millennium, al estar interesado en esta tercera; en caso contrario no es aconsejable seguir avanzando por este texto, porque voy a hablar de una continuación, y ésta evidentemente parte del final de la entrega anterior. Bien. Como recordaréis, aunque Alfredson no es muy amigo de confiar en la memoria del espectador (¿cuántas veces repiten lo del vídeo de la violación?), Lisbeth Salander estaba decidida a acabar con su padre y fue a buscarlo a su refugio, acabando de muy mala manera. Sobrevive milagrosamente, después de un disparo en la cabeza, pero Alexander Zalachenko también esquiva la muerte. Michael Blomkvist la encuentra, llega la policía y el gigante Ronald Niedermann se escapa. Poco más. Como veis, he resumido todo lo que ocurre en la segunda parte en poco más de dos líneas. Con la tercera se puede hacer más o menos lo mismo.
Con Lisbeth y Zalachenko en el hospital, es cuestión de tiempo que la organización secreta que protegía al segundo se mueva y actúe, impidiendo que todo salga a la luz. La idea es silenciar a ambos, sea como sea. Por supuesto, a Lisbeth, que para algo es la co-protagonista, no la van a quitar de en medio tan pronto, y como se va a celebrar un juicio contra ella, por el intento de asesinato de su padre, la organización planea volver a encerrarla en el psiquiátrico que dirige el doctor Peter Teleborian. Michael, junto a los colaboradores de la revista Millennium y agentes del gobierno, tratará una vez más de ayudar a Lisbeth, hasta que sea declarada inocente y quede en libertad.
Así que por un lado tenemos todo lo que gira en torno al juicio de Lisbeth y por otro la investigación para acabar con la sociedad secreta. Para empezar, convertir a Lisbeth (Noomi Rapace) en un personaje más bien pasivo es un gran problema. Es lo mejor de la saga, y lo tienes en el banquillo, casi siempre esperando o quedándose en silencio; tiene muy poca participación en la investigación y durante el juicio interviene en contadas ocasiones. Michael (Michael Nyqvist) no es un personaje tan interesante, es el típico periodista-detective brillante que está un paso por delante del resto, que lo resuelve todo, que no tiene miedo y que, llegado el momento, puede incluso enfrentarse a un asesino a sueldo. Dejarle a él el peso de la película es un error, porque no tienes nada especial que entregar. Es una simple persecución con final predecible. Y no, tampoco ayuda que los “malos” sean, de pronto, tan ineptos.
Pero el principal problema de ‘Millennium 3’ es la mediocre realización, la aburrida manera con la que se narra la resolución de la retorcida trama de corrupción y espionaje. Es difícil mantener el interés por lo que sucede en la pantalla cuando todo se resume en ver a unos personajes hablando, a menudo sin convicción, sobre algo que ya sabes, o te van a mostrar después, durante unos injustificables 140 minutos. Alfredson lo rueda todo igual, y cuando toca algún momento de acción es incapaz de imprimirle emoción, corta la escena en mil trozos y mueve mucho la cámara; como espectador, sólo puedes esperar a que todo acabe, para saber qué demonios ha pasado. No hay más que ver cómo se resuelve la escena en la que Ronald, alias “el terminator sueco”, acaba con los dos policías del principio. Es verdaderamente ridícula, si tenéis la oportunidad, echad un vistazo a lo que hacen los dos actores que son derribados por un enemigo exageradamente lento.
‘La reina en el palacio de las corrientes de aire’ está regada de situaciones intrascendentes (como Lisbeth entrenando en su celda), escenas gratuitas entre personajes que no importan lo más mínimo (como el encuentro entre Fredrik Clinton y el asesino moribundo, cuyo final por cierto es de lo más cómico), recordatorios constantes e innecesarios a lo ocurrido en las dos películas anteriores y, sobre todo, largos diálogos que no hacen más que entorpecer el ritmo de la película, aportando muy poco o nada a la trama (como el rollo de “esto se parece a una tragedia griega”). A la película la salva del desastre absoluto la profesionalidad del equipo de producción, el carisma de los dos actores protagonistas y la promesa de un desenlace que cierre definitivamente todos los cabos sueltos. Prácticamente nada más.
Críticas de las anteriores entregas de Millennium:
Lisbeth Salander en ‘Millennium 1: Los hombres que no amaban a las mujeres’
‘Millennium 1: Los hombres que no amaban a las mujeres’, algo huele a podrido en Suecia
‘Millennium 2 La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina’: rebajando las exigencias