Lisbeth Salander regresa, en la piel de Noomi Rapace, para investigar de forma paralela Mikael Blomkvist, interpretado por su casi tocayo Michael Nyqvist, un caso de trata de blancas y corrupción política. Bajo la batuta de Daniel Alfredson, los personajes y situación de la primera entrega se recuperan meses después en el film que se dejará ver a partir de mañana, 23 de octubre: 'Millennium 2 La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina' ('Flickan som lekte med elden').
El desaparecido Larsson situaba sobre el tapete sus gónadas al escamotear durante cientos de páginas a la protagonista, para revelarte finalmente sus acciones en un rebobinado que iba seguido de un cambio de punto de vista. Jonas Frykberg, el guionista, no confía en las posibilidades de una película que reparta y separe a sus dos personajes primordiales por tanto tiempo e intercala las investigaciones de ambos en una progresión lineal de los acontecimientos. Dictamen certero, sin duda, que arrastra, sin embargo, la consecuencia de aniquilar toda opción de singularidad o sorpresa de este 'Millennium 2'.
Reincidiendo en las pobrezas que presentaba la primera parte —una pesquisa policial o periodística que en el presente se revela superada, una estética feísta o poco cuidada que nos llevaba a añorar lo que tantas veces denostamos: el remake yankee, y una carga excesiva de equipaje que convertía su duración en algo sólo necesario para lectores que busquen ver su libro plasmado tal cual en la pantalla— 'Millennium 2 La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina' contiene, además, otras fallas que la dejan en consideración menor —diálogos sin fin que nos narran en palabras lo que deberíamos estar viendo en imágenes, malos que dejan a sus víctimas medio muertas, como si en el fondo deseasen que se volvieran a levantar (pensaba que eso pasaba sólo en los productos de guionistas muy perezosos) y revelaciones de personajes que, si bien podrían no olerse, poca sorpresa van a causar a quienes ya han visto más de lo mismo en tantas ocasiones—.
No es indispensable conocer una novela para adivinar que algunos de los desatinos del guión que de ella parte hallan su causa ni más ni menos que en su herencia literaria. La adaptación de 'La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina'—un telefilm elevado a nivel de cinta exhibible en salas, no gracias a unas mejorías efectuadas sobre la marcha, sino por pura y simple necesidad explotativa— se queda en la mitad de la ruta que la llevaría desde lo textual a lo visual. De ahí esa excesiva verborrea mencionada en el párrafo anterior, que habría estado mejor sustituida por acciones: el cine es un medio audiovisual.
El personaje de Salander es, una vez más, el único bastión donde pueden apoyarse las obras: la de Larsson y la de Alfredson. Una vengadora de las mujeres, una heroína inmortal, la fuerza del supuesto sexo débil… A su alrededor, los demás: un cero a la izquierda —quizá sólo en los films—, empezando por Blomkvist, cuya presencia parece limitarse a exhibir cara de circunstancia y esperar a que todo quede resuelto por mano ajena. Si bien esta figura casi superheroica de la hacker gótica gozaba de una definición de personaje clara y reconocible en la primera película, aquí existe un intento por humanizarla —los muebles de Ikea— que hace que se nos desdibuje. Si seguimos viendo a Lisbeth es gracias a que la conocemos de antemano.
De poco sirve advertir en contra de algo que llega prevendido: los lectores de la trilogía, aquellos que quedaron contentos con la primera porción cinematográfica —incluso sin haberse sumergido en los libros— y todos los amantes del género del thriller acudirán sin duda a vivir un nuevo episodio de crítica social sueca, que enarbola como sus mejores atributos una crudeza y un realismo sucio y la diferenciación con respecto a productos más perfeccionados. Con paciencia y buena predisposición, 'Millennium 2 La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina' puede disfrutarse.