Suena trillado decirlo, pero Alain Resnais es un director único. Conocido principalmente por sesudas propuestas como ‘Hiroshima, mon amour’ o ‘El año pasado en Marienbad’, la impresión que produce a una gran mayoría del público es que es la personificación más extrema de los aspectos más insoportables del cine de autor. Sin embargo, también es un autor capaz de notorios éxitos de público, como el particular musical ‘On connaît la chanson’ o la excesiva ‘Smoking/ No smoking’. Aunque esta última sólo fuese un éxito en el país vecino.
Sin embargo, a pesar de todas las disparidades, el cine de un intelectual como Resnais tiene una gran coherencia, y quizás no haya mejor película para entender cómo el director francés podía armonizar elementos en apariencia excluyentes que una de sus obras más fascinantes: ‘L’amour à mort’ (1984).
En esta película, protagonizada por los dos actores fetiche de Resnais – y de mis favoritos – que son Pierre Arditi y Sabine Azéma, se nos cuenta la historia de un matrimonio – Elisabeth y Simon – que sólo ha podido convivir unos pocos meses cuando el marido muere. Sorprendentemente, al poco tiempo, mientras su mujer aún agoniza por el dolor, el marido resucita. A partir de ese momento, con la vida recuperada, se plantea ahora el debate de «¿Cómo vivirla?». ¿Rompen lazos con todos aquellos que sólo les hagan perder el valioso tiempo que les pueda quedar juntos? ¿Recuperan todo lo que pudiesen haber perdido en el pasado? Un matrimonio de pastores protestantes amigos de los protagonistas – encarnados espléndidamente por Fanny Ardant y André Dussolier – serán el contrapunto religioso sobre cómo deberían Elisabeth y Simon afrontar su nueva existencia.

El cineasta declaraba que la necesidad de creer que tienen los seres humanos le producía estupefacción. Esto es, en parte, de lo que trata el film: Elisabeth proclama que «Simon es mi única religión». Pero Resnais va más allá para reflexionar sobre el amor, la vida y la muerte. «L’amour à mort» significa «el amor a muerte» o «el amor hasta la muerte» y no «el amor ha muerto», como se insinúa en alguna mala traducción para DVD. Precisamente, lo que la película quiere expresar es lo contrario: el amor no ha muerto, sino que lleva a quienes lo viven a tomar decisiones extremas en aras de ese sentimiento, en la mejor tradición del amour fou, que Resnais ha tratado más de una vez.

Con ‘L’amour à mort’, Resnais logró una de sus películas más desconcertantes: abstracta, trascendente y, a la vez, emotiva. Es una película sombría y desolada. No puede ser de otra forma, porque todo lo que vemos en este film lo vemos a través de la muerte. Pero, a su peculiar manera, también es una película con un romántico optimismo. Hay muchas formas de hablar del amor y, en esta obra, Resnais nos propone una de las más sorprendentes.
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graperio
Un post estupendo, me alegro que escribas sobre un director tan fascinante como Resnais y me ha servido para recordarme esta película. Para JimLovell, aparte de lo que puedas encontrar por internet, hay un libro en español y catalán titulado "Alain Resnais: viaje al centro de un demiurgo" en Paidós que te puede interesar. Si quieres más y te atreves con el inglés, te recomiendo "Alain Resnais" de Emma Wilson (Manchester University Press, 2006), una reciente y excelente aproximación a la obra del director, eso sí, bastante compleja.
JimLovell
Hola Beatriz,
Verás siempre que me acerco a un director tengo la manía de ver sus pelis en orden cronológico y normalmente apoyado por algún libro o por algún Dossier de estos de Dirigido Por al menos. ¿Sabes de algún texto, libro o web así donde detallen la obra de Alain Resnais?
Muy bueno tu texto, no sabes las ganas que me han dado de empezar con él que llevo mucho tiempo pensandolo.
Un saludo
neoankor
Justamente la vi el otro día.
Una película interesante lastrada por algunas ideas delirantes que sólo se le pueden ocurrir a Resnais. Como la chorrada inmensa a la que aludes, de partir las escenas con la visión de la dimensión oscura que ve el pobre moribundo, en todos y cada uno de los cambios de toma, acompañada de una sinfonía tétrica que se supone debe acentuar una pretendida inquietud. Inquietud que no se consigue básicamente porque uno acaba hasta las narices de verla cada dos por tres, a veces entre escena y escena que no dura ni tres segundos. Lo que provoca no es incertidumbre, sino un hastío y un cabreo colosal. Si ésa es su manera de sugerir esa dimensión trascendente que mencionas, pues lo siento pero me parece un recurso de lo más burdo e inútil.
Supongo que con esta idea pretendería hacer su particular juego cromático emulando a Bergman en Gritos y susurros con el rojo sangre, o a Kubrick al comienzo de 2001. Pero lejos de lo que afirmas, en mi opinión estos autores le sacan kilómetros de hondura y talento al pobre Resnais. Y Dreyer, ya que lo mencionas, también.