Aquí en Granada hay tres cines (y un Kinépolis en las afueras); uno antiguo que se cae a pedazos, muy barato, con tan poco espacio entre las butacas que destroza las rodillas de los que medimos más de un metro sesenta, y una sola sala en la que proyectan un estreno potente durante más o menos un mes; también está el multicines moderno habitual, con muchas salas, cómodo, más caro, con buena imagen y sonido, repleto de títulos comerciales; y luego hay un tercero que es una mezcla de esos dos, un “multicines viejo”, con bastantes salas, buen precio, butacas confortables, imagen razonablemente buena y sonido mediocre a menos que vayas a ver un blockbuster (de hecho, lo oirás de cualquier manera, de lo bajo que se oyen las demás). De los tres, al que suelo acudir con más frecuencia es al último, porque es el único con una oferta realmente variada.
Una de esas películas diferentes, para minorías, que se pueden encontrar aún en este cine es la italiana ‘Io sono l´amore’ (‘Yo soy el amor’‘), protagonizada por la conocida actriz inglesa Tilda Swinton. La historia se centra en los Recchi, una acaudalada familia de Milán que se ve sometida a importantes cambios tras la muerte del patriarca; la transformación principal se produce en Emma, atrapada en un aburrido matrimonio y una vida superficial. Curiosamente, en torno a una mujer madura y casada, que ansía escapar de la trampa de rutinas en la que se ha metido, gira también la estadounidense ‘La vida privada de Pippa Lee’ (‘The Privates Lives of Pippa Lee’, 2009), en nuestras carteleras desde el pasado viernes (y también con muy pocas copias). Aunque narran una aventura similar, el tratamiento de las dos películas es muy diferente.
La norteamericana es más convencional, muy descuidada estéticamente (como decía Alberto, tiene aire a telefilm), pero también es menos pretenciosa; sólo quiere narrar una historia, y por lo menos consigue entretener y que sigas con interés el devenir de los acontecimientos (gracias entre otras cosas, a unos acertados chispazos cómicos y unos actores muy inspirados, sobre todo Robin Wright y Alan Arkin). Por su parte, la europea es una muestra del peor cine de autor, ése tan satisfecho y pagado de sí mismo, que con aires de grandeza desprecia al espectador, y tapa sus carencias con silencios, florituras estéticas y el aplauso de los festivales. Durante gran parte del metraje da igual lo que pasa en la pantalla, y uno puede llegar a desesperarse deseando que corten antes las escenas, pues la mayoría son prescindibles o subrayan una información ya expuesta. Pero el director manda, y está empeñado en demostrar que, si le da la gana, puede ser el nuevo Luchino Visconti.
La frialdad de la decadente clase alta…
‘Io sono l´amore’ (‘Yo soy el amor’) es una producción italiana de 2009 que se estrenó en nuestro país el pasado 21 de mayo, tras pasearse por los festivales de Toronto, Venecia y Sundance. Como he dicho, el film nos traslada a Milán, la sede de la poderosa familia Recchi. Todo comienza con una importante cena (que recuerda inevitablemente a ‘Dublineses: Los muertos’) en la que el patriarca debe elegir a su sucesor, al hombre que se encargará de dirigir el negocio familiar. El mando recae de manera previsible en su primogénito, pero para sorpresa de todos, el viejo también menciona a su joven nieto, que había sido noticia esa misma tarde al perder (por primera vez) en un evento deportivo. Tras esa noche, los cambios adoptarán una nueva dimensión y nada volverá a ser igual para los Recchi.
El guión es de Barbara Alberti, Ivan Cotroneo, Walter Fasano y Luca Guadagnino, a partir de un argumento de este último, que es además el director de la película (suya es también ‘Melissa P.’ o el documental ‘Mundo civilizado’). ‘Yo soy el amor’ resulta tan fría, distante y pretenciosa como la familia que retrata; Guadagnino se pierde en encuadres sofisticados y se detiene demasiado en detalles gratuitos e irrelevantes, en lugar de preocuparse por la narración y sus personajes; porque es más fácil, desde luego. Se capta rápidamente, sin necesidad de tanta recreación, la muerte en vida de una alta sociedad decadente, los gestos mecánicos de sus integrantes, la falta de pasión en la existencia de los Recchi, cuyo único destino es la destrucción. Inevitable tras la marcha de su miembro más veterano, el símbolo de otra época y el pegamento que los mantenía unidos; también anclados tanto a una forma de entender el mundo como de entenderse a sí mismos.
... y una mujer descongelada
La fractura irremediable de los Recchi tiene su origen en el personaje de Emma, la atenta esposa, la madre ejemplar, encarnada por una espléndida Tilda Swinton, quien dio clases de italiano y ruso para poder defenderse de manera natural ante la cámara; cosa que consigue. Swinton representa de forma brillante, con soltura y autenticidad, el progresivo cambio que va recorriendo las entrañas de Emma, una mujer que abandonó su Rusia natal siendo muy joven para casarse con un hombre rico, que ni la entiende ni la ama, pues no es capaz de ello, es alguien con una mentalidad de otro tiempo, agarrado al actual y preocupado por el estatus, las apariencias y las finanzas. Bajo su espléndido disfraz, ella mantiene aún frescas las esencias de su juventud (el idioma, la sopa), que liberará cuando conozca a Antonio, un hábil cocinero muy amigo de su hijo (quien a su vez se resiste a cultivar la semilla del cambio plantada por su madre, con trágicas y previsibles consecuencias).
La mujer va desprendiéndose de las gélidas capas de su impostura para abrazar una nueva vida, a la que se entrega por completo, sin posibilidad de vuelta atrás, cuando descubre que su hija piensa abandonar a su novio formal porque se ha enamorado perdidamente de otra chica. El despertar sensorial y sexual de Emma, su redescubrimiento personal y su rebeldía, es lo único que anima una película de dos (eternas) horas que se hace demasiado lenta y pesada, que llega a rozar el ridículo en algunas escenas en las que el director explora su capacidad para la poesía visual (Emma probando la comida de Antonio o el encuentro sexual en el campo). Dejando a un lado el formidable trabajo de la actriz principal, y la estupenda partitura de John Adams, ‘Io sono l’amore’ es una de las películas más vacías e inaguantables que he visto este año.