Ya éramos muchos conscientes de que a la hora de tratar a los prisioneros políticos, los anglosajones no son precisamente humanitarios. Todos los horrores que nos cuentan de esa infecta vergüenza, que a más de cien días del inicio del mandato de Obama sigue en funcionamiento, que es el centro de detenciones de Guantánamo, algún día será aireada por decenas de películas. Esperemos. De momento, nos llega la memoria del legado de los crímenes contra la humanidad cometidos por esa sociópata de sonrisa alicatada, la infame Margaret Thatcher, quien a tenor de los hechos narrados en esta gran película debería responder ante un tribunal y ser encarcelada de por vida. Lo mismo que Aznar, Blair y Bush Jr. Entre otros. Pero hablemos de la película, porque se me calienta la fibra y me enzarpo.
De todas formas, resulta casi imposible que la vena de la insumisión política y social no se le inflame a uno visionando el denigrante espectáculo de ‘Hunger’, filme libérrimo y casi insoportable, pleno de coraje y convicción. Y no porque esta película contenga aleccionamientos sociales o políticos de ninguna clase, porque no es el caso. Pero no hacía falta que su director, Steve McQueen (no es el célebre actor redivido, sino un video artista reconvertido en cineasta de raza) o su guionista Enda Walsh se propusieran nada más que lo que han hecho con precisión: engarzar un relato feroz y escalofriante que congela la sangre.
Y McQueen da imágenes a ese relato de manera muy alejada a como podría esperarse, quizá, de un video artista famoso. Su formalización resulta de una austeridad y de un feísmo indescriptibles, ascéticos. Sin el menor reparo, confiando plenamente en el aguante del espectador más entregado (le pese a quien le pese, el único que merece la pena poner de tu lado), se zambulle en la pesadilla del cautiverio de los prisioneros del IRA en la tristemente célebre prisión Maze, del norte de Irlanda. Se centra en concreto en la huelga de hambre acometida por el líder republicano Bobby Sands, pero no se queda ahí, por suerte, y su punto de vista se amplia a otros presos, a los policías (yo los llamaría lacayos repugnantes, siento que la vena vuelve a inflamarse…) y a las familias de ambos, siquiera tangencialmente.
Y lo hace derramando dignidad y sensibilidad con todos ellos, por muy atroces o cobardes, insensantos o fanáticos, que sean sus actos. Aquí no hay buenos ni malos. Sólo perdedores, sufridores, torturadores, asesinados, perdedores solitarios, lacayos del poder que sienten una minúscula piedad por otro ser humano. El horror es tan grande en ‘Hunger’. Tan absoluto, tan devastador, que el espectador siente que ha llegado a su umbral a los quince minutos. Lo que queda ya no es horror, ni siquiera compasión. Queda asombro ante la ilimitada capacidad del ser humano para la crueldad y el fanatismo, ante su aborregamiento.
Poquísimos diálogos en ‘Hunger’. De hecho, un ochenta por ciento de sus escenas no contiene ni un diálogo en absoluto, y de las que lo tienen, una gran parte no son importanes. Con la bella excepción del larguísimo diálogo (he dedicado las dos capturas de este artículo a ese momento) que tiene lugar entre Sands (magnífico, verdadero hasta el dolor Michael Fassbender) y el padre Moran. Un diálogo que dura más de diez minutos, de los cuales la mayor parte está recogida en el plano que el lector puede ver encima de este párrafo. ¿Cómo logra el director sostener la atención del espectador? Pues porque lo que están diciéndose estos dos personajes es tan terrible, tan cierto (a poco que uno conozca un poco el conflicto terrible del IRA y el gobierno británico) que se hace incluso corto.
El resto de secuencias no necesitan absolutamente el menor diálogo. Es decir, no es una decisión autocomplaciente del director. Es que así es como deben ser, o esa es la sensación que le queda a uno. Nos centramos por tanto en sus rostros, sus cuerpos, los sonidos inentiligibles de sus gargantas. En los golpes, los trompazos, el ahogo, los gritos. Ya habíamos presenciado los métodos británicos para con sus presos en varias películas, y sobre todo con el IRA. Nos habíamos conmovido con la brutal paliza física y psicológica que le propinaban a Gerry Conlon en ‘En el nombre del padre’. Ahora toca averiguar el infierno de las cárceles más inhumanas en los primeros años del mandato de la “dama de hierro”.
Por mucho que cueste ver esta película, no es que sea necesario hacerlo (como se suele decir), es que películas como esta son un documento histórico, un tesoro de la memoria. Por muy real que parezca (y lo parece, realmente no se tiene la sensación de asistir a una ficción) es una representación de una verdad. Somos privilegiados por conocer la verdad, por muy cabrona que ésta sea. Y la verdad nos hace libres. Y esa es la función del arte, realmente. No divertirnos ni hacernos pasar el rato.
Post Data inevitable: a pesar de su triunfo en el Festival de Cannes del año pasado, donde ganó el premio a la mejor ópera prima, ‘Hunger’ sigue sin estrenarse en España, y seguimos preguntándonos cuándo llegará. Sin embargo, el que suscribe ha podido acceder a ella acudiendo a la Casa Encendida de Madrid, y pagando 2 € por la entrada. Y es que al final no tiene uno más remedio que buscarse la vida. Y si no es de esta manera, tendrá que ser bajándosela por internet. Actividad con la que estoy ideológicamente en contra, pero que empieza a convetirse en la única forma de acceder, con menos de dos años de retraso, a las películas más importantes del momento.
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