‘Copia certificada’ (‘Copie Conforme’, Abbas Kiarostami) es la flamante ganadora de la Espiga de Oro del Festival de Cine de Valladolid, ex-aequo con ‘Sin retorno’, del argentino Miguel Cohan. La película del iraní Abbas Kiarostami no es exactamente un remake de ‘Te querré siempre’ (‘Viaggio In Italia’, Roberto Rossellini, 1954), pero sin la existencia de ésta, la película no tendría razón de ser. O sí. Éste es el primer film de ficción rodado fuera de Irán por Kiarostami, y nace del deseo expresado hace años por Juliette Binoche de trabajar con el realizador de ‘A través de los olivos’ (‘Zire darakhatan zeyton’, 1994), una situación que guarda no pocas similitudes con el inicio de la relación de Roberto Rossellini e Ingrid Bergman de la que hablé hace unos días. Tenemos, así, la película de un iraní rodada en Italia y protagonizada por una francesa y un inglés. Si esto no es cine global, que baje dios y lo vea.
El film comienza articulándose sobre un tema de rabiosa actualidad: la obra original y la copia. En los tiempos cinematográficos que corren, el debate en torno a los remakes está a la orden del día, como hemos podido observar con el estreno de ‘Déjame entrar’, versión americana del soberbio film sueco original. Kiarostami entra en la discusión mediante la figura de un experto en arte que ha escrito una obra en la que reflexiona sobre la validez de la copia frente al original, como objeto con entidad y valores propios. Ahora, este es el punto de partida, pero la película trascenderá esta idea y se convertirá en algo mucho más interesante.
James Miller —interpretado por el barítono William Shimell en su primer papel para el cine— es abordado después de dar una conferencia sobre su libro, de título “Copia certificada”, por una Juliette Binoche que coquetea con él y se ofrece a ejercer de cicerone al día siguiente por la zona, lo que les llevará a un viaje en coche en el que la conversación en torno a la vida y el arte también oculta el galanteo de los dos personajes. Poco a poco notamos algo extraño: los recién conocidos hablan de manera muy cercana, como si existiera un vínculo anterior. Los seguimos a través de museos y calles empedradas por la maravillosa zona de la Toscana. Esta primera parte del film se resiente quizá de un ritmo algo moroso y de una cierta redundancia en ideas y conceptos. De todas formas, la interpretación de la Binoche es fantástica, y el cantante de ópera defiende con correción su papel, por lo que el interés no decae y nos prepara para lo que vendrá a continuación.
Llega un momento en que los dos protagonistas entran en un pequeño café. Allí, el personaje de la Binoche tiene una clarificadora conversación con la propietaria del establecimiento. La mujer los toma por un matrimonio, y una vez se ha verbalizado este concepto, mágicamente se convierte en realidad: realmente son una pareja de casados con quince años de vida en común a cuestas. ¿Qué ha pasado? ¿Hemos entrado en otra película posible? En alguna crítica han llegado a comparar esta escena con David Lynch y ‘Mulholland drive’ (id, 2001), concretamente la escena en la que la caja azul cae al suelo y descubrimos que todo lo visto hasta entonces no era más que una impostura imaginada por la mente de Naomi Watts. No creo que esta vez las razones del cambio sean tan radicales. Puede que simplemente veamos a una pareja jugando en el escenario de su antigua luna de miel a no conocerse, a recrear de manera imposible el inicio de su vida en común, recuperando algo de la felicidad perdida. Esta maniobra permite al director cubrir todas las etapas de una relación en un corto espacio de tiempo y sin flashback de por medio. Esta es mi teoría, aunque nunca lo sabremos con exactitud, pero el fascinante recurso narrativo de Kiarostami funciona, y los espectadores aceptamos de buen grado el salto mortal y seguimos adelante con la pareja, reconvertida en un matrimonio desencantado.
A partir de ahí, asistiremos a los (tristes) intentos de Juliette Binoche de volver a despertar la pasión en un matrimonio que se muere. Todo bajo un atardecer resplandeciente, de una luz que hiere en su belleza y perfila las calles de la Toscana como si de un cuadro renacentista se tratara. Es la lucha del pragmatismo desapasionado de él contra la sensibilidad y ansias de sentirse amada de ella. El arte refleja la vida, y así una estatua de unos amantes abrazados sirve como metáfora de un ideal para la Binoche, que busca desesperadamente más gente que comparta su visión del mundo e interpela a unos turistas, a unos recién casados, a quien sea, para que le confirmen que aún es posible el amor.
Hay una escena muy sencilla pero antológica en la que Juliette Binoche se pinta apresuradamente los labios y se arregla nerviosa como una colegiala para el hombre al que aún ama. En esa corta secuencia, el rostro de la Binoche se convierte en un libro abierto que nos cuenta con una fuerza milagrosa, todo el dolor, todo el patetismo y toda la esperanza que se da en una relación de pareja. Pero mientras asistimos a estas imágenes, no podemos dejar de observar que las creaciones de Kiarostami pueden a su vez, estar representando, no de una manera literal, pero sí como el reflejo de un reflejo, otros personajes interpretados hace medio siglo por Ingrid Bergman y George Sands en la película de Rossellini ‘Te querré siempre’. Se repiten escenarios, situaciones y hasta diálogos, con pequeños matices. La representación así, multiplica su alcance por el reflejo de los pasos dados antes por Rossellini, y los actores se convierten en fantasmas recreando imágenes fantasmales. Da la impresión de que a la vuelta de una esquina, nos vamos a encontrar en pleno rodaje del film de Rossellini.
Este juego de espejos no resta importancia a lo que se nos está contando en el momento presente, y comprobamos apesadumbrados que la lucha de Ingrid Bergman —perdón, de Juliette Binoche— no va tener un final feliz. La recreación de un pasado común no significa la transformación del momento presente. Lo que una vez, fue, ya no lo será nunca más. Sólo queda la melancolía y el rostro de un hombre que se mira al espejo y le asusta lo que ve, incapaz ya de ser la persona que fue hace quince años. Kiarostami inventa un nuevo género: el remake emocional. Una maravilla.
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