Nadie es profeta en su tierra, se suele decir. A lo largo y ancho de mi breve existencia me he encontrado con muchísima gente que rechaza el cine español precisamente por eso, por ser nuestro. Da igual el tema, dan igual los actores o el director, cuando se acercan al cine a ver una película y se proyecta lo último de Pedro Almodóvar, Manuel Gómez Pereira o Achero Mañas —por poner tres ejemplos dispares y conocidos— la gente huye despavorida para meterse e otra sala a ver lo último de Michael Bay, Steven Spielberg o Christopher Nolan, también por poner tres ejemplos dispares y conocidos, y si ya digo que mejores la liamos. En cuanto a los rostros en el reparto, otro tanto de lo mismo. Antes que ver la cara de Juan Diego Botto es preferible ver la de Tom Cruise o la de Adrien Brody.
Es una realidad patente que tenemos que aceptar y punto. Como me dijo una vez Rodrigo Cortés —uno de esos realizadores que han tenido que irse fuera para poder ser valorado—, mientras no tengamos capacidad de autocrítica y dejemos a un lado la sempiterna postura de victimismo que adoptamos, las cosas seguirán igual para nuestro cine. Personalmente me importan bien poco las discusiones al respecto del tema —que se producirán hasta que todos seamos pasto de gusanos—, yo lo que quiero es ver buen cine. Está claro que los tiempos de Luis García Berlanga, Manuel Mur Orti o Juan Antonio Bardem, nombres de oro en nuestra cinematografía, se han terminado. Pero como en todas.
Achero Mañas es uno de esos extraños realizadores, antes actor —siempre me pareció muy malo—, que nunca sabes por dónde te va a salir. En sus manos han caído proyectos de lo más interesante, malogrados casi siempre por una total falta de enfoque o por ceder ante los clichés de un cine, el nuestro, que cuando habla de dramas sociales, es capaz de sacar de quicio a la persona más paciente del mundo. No soy de los que se emocionan con ‘El bola’, su ópera prima, entre otras cosas porque la interpretación de Juan José Ballesta es enormemente sosa y descuidada. ‘Noviembre’, la segunda película de Mañas, me parece de lejos su mejor trabajo, el más arriesgado y personal. Algo de ambas hay en su tercer largometraje, ‘Todo lo que tú quieras’, con el que el realizador regresa tras ocho años sin filmar cine.
También hay riesgo en la película protagonizada por un entregado Juan Diego Botto, al menos temáticamente, que no formalmente. El argumento de ‘Todo lo que tú quieras’ —excelente título totalmente desaprovechado— versa sobre Dafne (Lucía Fernández) y Leo (Juan Diego Botto), padre e hija, que deben enfrentarse a la repentina muerte de Alicia (Ana Risueño), amada madre y esposa. Leo se propondrá hacer cualquier cosa para que su hija no note la falta de su madre, incluso disfrazarse de mujer y hacer de mamá postiza, en palabras de Dafne. Una premisa en principio arriesgada, pues la gama de posibilidades que se le abren a Mañas es enorme.
Por un lado tenemos a una niña y a un hombre, hija y padre, que deben afrontar la mayor desgracia de sus vidas, la desaparición del ser más cercano a ellos, desde las distintas perspectivas que suponen el mundo infantil y el adulto. Por otro lado la obsesión de un hombre por complacer a su hija, olvidándose incluso de su propia identidad, siendo esto lo que más me ha gustado de la película. No obstante, creo que por muchos riesgos que parezca correr Mañas en su film, nunca termina de llegar hasta el final de sus consecuencias. El dolor de la niña nunca queda lo suficientemente bien reflejado —a pesar de que la actriz Lucía Fernández está espléndida—, y la obsesión de Leo se pierde en previsibles y maniqueas denuncias por parte del director hacia la homofobia. Por no hablar de que cuando el personaje llega a la situación límite del relato, que si lo pensamos bien no lo es tanto, se opta por arreglarlo todo con una lógica reacción infantil, cerrando la película de forma cómoda.
Al lado de la niña Lucía Fernández, destaca la labor de Juan Diego Botto, que para el que suscribe es un actor que hace como los vinos, pero su labor se pierde entre tanto formalismo visual —esos encuadres que Mañas realiza sabe dios con qué intenciones, poniendo la cámara incluso muy cerca de la nuca del actor en ocasiones que no lo requieren (algo así como Michael Mann pero en malo)—, y errores de narración absurdos como mostrar, tras la muerte de Alicia, como pasa el tiempo para los dos personajes centrales mediante un montaje en el que vemos que padre e hija siguen con sus vidas adaptándose a su nueva situación sin que parezca haya alguna traba. Eso sí, un día la niña dice que quiere una mamá postiza, y hala, a vestirse de mujer que eso no le crea el más mínimo trauma a la cría, la cual un día terminará con el sufrimiento del padre con la mayor de las naturalidades.
Le hice caso a Jordi Costa, pero es Tomás Fernádez Valentí quien tiene razón cuando dice que el cine español actual es una pérdida de tiempo. Una razón que evidentemente no es la verdad absoluta, faltaría más.