'Mapa de los sonidos de Tokio', insufrible nuevo trabajo de Isabel Coixet

Dice Isabel Coixet, aunque sea obvio por el título, que en su nuevo trabajo cinematográfico el sonido es fundamental, casi un protagonista más, que lleva al espectador a Tokio, que acompaña la trama y los personajes que la protagonizan, y que está orgullosa del premio que este apartado logró en Cannes, donde dice que aplaudieron mucho su película, donde fue un éxito, a pesar de lo que señalaron los medios españoles (¿una persecución?, parece improbable).

Pero, ¿qué ocurre si ese sonido, tan planificado y cuidado, abraza una trama hueca y previsible, protagonizada por unos personajes toscos e inverosímiles? Ocurre que el sonido se queda solo, tratando de dar coherencia a un conjunto desalmado, vacío, incapaz de transmitir lo que se propone. ‘Mapa de los sonidos de Tokio’ es una película de llamativo envoltorio sin nada dentro, sin drama ni emoción. Alguien debería decirle a esta realizadora, y de forma que ella lo entendiera de verdad, que no es Wong Kar-Wai, y que se limite a ver y disfrutar sus películas, porque se le da fatal imitarle.

Porque hay, se nota, en ‘Mapa de los sonidos de Tokio’ un esfuerzo por parte de Coixet de adoptar el estilo visual, pero también, y sobre todo, el tipo de relaciones, frustrantes, imposibles, que caracterizan los los trabajos del cineasta chino, responsable de joyas como ‘Chungking Express’ o ‘Deseando amar’. El primer propósito lo resuelve la directora con eficacia, siendo en realidad algo más sencillo, pero fracasa estrepitosamente con lo segundo, convirtiendo su supuesto drama perturbador de personajes complejos en un vergonzoso anuncio publicitario de dos horas. Aún no sé qué trata de vender, pero sí que Coixet ve lo que hace Wong y no se entera, copia lo superficial y se deja lo importante.

Viendo la película, es igualmente evidente que Isabel Coixet ha quedado cautivada por Tokio, y que nos ofrece su particular visión de la ciudad, siendo muy diferente de lo que nos han mostrado otros realizadores occidentales, lo cual en principio es estupendo, porque queda patente una firma, una autoría. El problema, en este caso particular, es que la mirada de la directora española no va acorde con la historia que está narrando, no está integrada en los ojos y el corazón de los protagonistas.

Hay, en otras palabras, un intento de enseñar Tokio como lo haría un turista, impresionado y curioso, divertido con las rarezas del lugar, pero no hay un personaje que porte esas sensaciones, resultando una división que contribuye al alejamiento de lo que sucede en la pantalla. En este sentido, Coixet fracasa donde triunfó Sofía Coppola con su prestigiosa, y emocionante, ‘Lost in Translation’ (2003), donde sí se nos daba una visión acertada de la capital japonesa, como una gran isla moderna en la que uno puede encontrarse perdido, sin nadie con quien compartir una bebida, una sonrisa, una conversación o un karaoke; aquí sí sentíamos la soledad de los protagonistas, y su desesperada, silenciosa, búsqueda de calor y humanidad, en medio de una Tokio gigantesca y exótica.

Con una realizadora más preocupada por los sonidos, los encuadres “wongkarwianos”, la captación de bonitas postales de la ciudad, los restaurantes y la comida, la imitación de los típicos comportamientos japoneses (vistos en persona, como turista, y en películas, como cinéfila, que supongo que es), y el rodaje de escenas de sexo realista (ya leímos que también está orgullosa, y es que parece una mujer muy autocomplaciente, porque hay una escena donde el protagonista se quita un pelo púbico de la boca), los actores no pueden hacer demasiado, reducidos a monigotes parlantes, a maniquís de un escaparate, inertes, no porque así sean sus personajes, sino porque no tienen personajes.

Así que ahí tenemos a la cotizada Rinko Kikuchi haciendo prácticamente lo mismo que en ‘Babel’ (por la que fue nominada al Oscar), repitiendo el típico papel de mujer fría y solitaria, que no quiere establecer contacto con nadie, hasta que se encuentra con un tipo que la trata de forma especial (esto lo podéis entender como queráis, pero si se os ocurre algo superficial y relacionado con el sexo, habréis acertado, y es que esta película es todo menos sutil, aunque lo intente aparentar su incapaz realizadora). Por su parte, Sergi López va de español desubicado, y más concretamente de macho ibérico de pelo en pecho, torpe, bruto y toda la verdad por delante, también lleno de tópicos, y muy poco creíble, soltando sus frases como si fuera un robot. La química entre ambos es nula, y su romance es absurdo, llegando a una escenita verdaderamente patética con unos pasteles.

El desastre queda patente desde la secuencia inicial, con varios planos cenitales iguales (que no aportan nada) y una ridícula progresión dramática, pero uno es confiado y quiere creer que todo va a mejorar, que es un mal primer paso; sin embargo, luego viene todo lo demás, se sigue manteniendo el artificio hueco, los penosos diálogos, los actores inexpresivos y los insoportables monólogos en off, que terminan con la paciencia de cualquiera. Podemos salvar el esfuerzo estético, pero para qué, ¿una película es una serie de bonitas fotografías? Para quien esto escribe, no, rotundamente no, y para ver Tokio de esta forma, prefiero lo que muestran otros cineastas, quizá no tan preocupados por el sonido, pero sí por contar una historia.

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