En 1970, durante la celebración del famoso Proceso de Burgos, Juan (Eduard Fernández), miembro de la UNESCO y residente en París, pasa unas vacaciones en casa de su madre, en la capital burgalesa. Aunque se precia de ser muy racional, cuando conoce a Ramona (Thaïs Blume) —la hija de dieciséis años de un médico alcohólico amigo suyo (Emilio Gutiérrez Caba)— le puede el deseo animal. El personaje de Fernández sufre una transformación de Jeckyll a Hyde en esta particular aproximación al mito que efectúa Vicente Aranda en 'Luna caliente', basándose en la novela homónima del argentino Mempo Giardinelli. El film se estrena mañana, 5 de febrero.
En el famoso relato de Stevenson, la profundización psicológica supone el argumento principal, con la intención de demostrar cómo funciona la naturaleza humana. Aquí se añadiría otro elemento de interés, que es la psicología del personaje de la joven: Ramona, que ha llevado a la lujuria a Juan provocándolo durante la cena, experimenta asimismo una metamorfosis tras esta vivencia traumática.
Para lograr estudiar sus psiques con la necesaria hondura, sería necesario realizar un dibujo muy preciso de los personajes. Pese a que sus actos nos parezcan reprobables, habría que dar a entender que no pueden sustraerse a sus pasiones. Es lo que se lograba en 'Lolita' – tanto el original de Nabokov, como la adaptación de Kubrick –, gracias a que los autores dedicaban el tiempo necesario al nacimiento y desarrollo de esa pasión. Incluso el propio Aranda, en 'Amantes', sabía acercarnos una relación enferma en un país enfermo. En 'Luna caliente', la presentación de la seducción se muestra tan acelerada que es difícil empatizar con el personaje de Juan y entender la intensidad de su pasión.
Aranda parece ser consciente de esta carencia, así que interrumpe la película, cada dos por tres, con citas literarias – especialmente de Jeckyll y Hyde – que tratan de explicar el arrebato. No contento con ello, los diálogos verbalizan el conflicto con frases como “Loco...”, “Podría haber muerto sin llegar a vivir una pasión como ésta...” y un largo etcétera. Ni que decir tiene que estos recursos, lejos de funcionar, sólo logran poner en evidencia que no se ha sabido dotar de intensidad a lo narrado.
Pasada esta presentación, un acontecimiento, que podría incluirse dentro de los parámetros del género negro, permite que 'Luna caliente' recupere el interés. A esto se suma el tema político que, al mismo tiempo, supone un dilema moral para Juan, quien se ve obligado a traicionar a su hermana, activa militante del PCE, muy implicada con el Proceso de Burgos. Sin embargo, este atisbo de mejora se malogra porque la trama política va en una dirección argumental distinta a la que toma la pasión irracional entre Juan y Ramona. Sobre la novela de Giardinelli, muchos críticos apuntaban que el sexo se usaba como metáfora de la dictadura argentina. En la adaptación de dicha peripecia a España, los comentarios superficiales sobre ETA y el franquismo no se entrecruzan con la historia pasional y queda demasiado claro que cualquier excusa es buena para incluir sexo y desnudos. Además, la trama política se resuelve sin la intervención de los personajes, dejando una sensación de decepción, que aumenta cuando esos hechos ni siquiera se muestran, sino que se despachan en un diálogo.
Eduard Fernández, a quien considero uno de los mejores actores que hay en España, tiene casi imposible realizar una de sus grandes interpretaciones con un personaje tan mal definido y con la necesidad de dar vida a una relación planteada de una forma atropellada y superficial. Thaïs Blume, gracias a no tener que lidiar con diálogos literarios y farragosos – como los que le tocan al talentoso Gutiérrez Caba – consigue aportar naturalidad, a la vez que perversidad, a un personaje no precisamente bien tratado por el guión.
A todo ello habría que sumar que el film está realizado con un estilo ligeramente rancio y que se encuentra excesivamente cargado de momentos de humor involuntario – Coronado tocándose la entrepierna mientras ve a los protagonistas copular durante un velatorio – o pretensiones no realizadas – la conflictiva historia de España en 1970 daba para mucho más—. Pero no todo va a ser negativo: en la última escena de sexo, Aranda parece recuperar algo de su primer ímpetu —de la época de la escuela de Barcelona— y a recrear aspectos de 'La novia ensangrentada'.
Nos encontramos ante una historia con curiosas aspiraciones y que, por tercera vez – hubo una miniserie brasileña y una adaptación argentina de 1985 antes – parece no encontrar su fortuna en el cine. No obstante, no es un film que deje un poso negativo, no aburre y mantiene al espectador, durante momentos, con cierta curiosidad.
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