Vamos a decir las cosas como son: el cine español anda necesitado. Muy necesitado. De muchas cosas. De buenos productores, fundamentalmente. Productores que hagan honor a su profesión. Es decir, que sean capaces de hacer realidad las necesidades del director, en lugar de tener el no cosido en la boca. También anda necesitado de actores que se preocupen menos en que nos quede bien claro que están actuando, y que se dediquen un poco más a vivir la secuencia como si fuera real (lo de la declamación lo dejaremos para otro día). Pero sobre todo, quizá, el cine español anda necesitado de directores que, a diferencia de cualquier estrellita con ínfulas, respete el oficio que ha elegido. Eso incluye despreciar sectarismos, y ser fiel sólo a lo que uno quiere ser. Eso es más difícil de lo que parece. Es casi un milagro.
En realidad, el cine español anda necesitado, más que nada, de una clase media. Aquí solamente hay príncipes o mendigos. Es decir, sólo hay “amenábars” o “donnadies”. Así nos va las cosas. Si gozáramos de más directores como Enrique Urbizu (Bilbao, 1962), otro gallo nos cantaría. Esto me parece obvio. Recuerdo muy bien, como si fuera ayer, una conversación que tuve con él en cierta escuela de cine, hace ya muchos años. Era un tipo lúcido, rudo, nervioso, locuaz. El tipo de persona capaz de ser un verdadero director de cine, de hacer algo como ‘La caja 507’ (2002), probablemente su mejor película. Cine del verdadero. Es decir, cine que hable sobre cosas reales, con personajes tan reales como la vida misma. Un cine que escasea cada vez más, y que encuentra en la sexta realización del director vasco una joya de obligado visionado.
Aquella charla fue el preámbulo de una conferencia multitudinaria que se prolongó durante varias horas. En esas horas, Urbizu nos explicó, nos argumentó y se explayó cuanto quiso (inolvidable su teoría de la convicción a la hora de crear algo, contextualizada por George Lucas y La Fuerza), de modo que en apenas una tarde todos comprendimos bien su formar de enfrentarse al cine como actividad creativa. Ya le había oído hablar, algún tiempo antes, de ‘La caja 507’ como de un guión muy trabajado, que tanto él como Michel Gaztambide habían pulido y revisado hasta quedar exhaustos…para que luego llegase el montador (Ángel Hernández Zoido, en el que es, probablemente, el trabajo de su vida) y les propusiese interesantes cambios. Cambios que todavía la mejoraron más. Cine negro, de género, como cine de autor poliédrico y dinámico.
España en ruinas
El relato de ‘La caja 507’ es un puñetazo al estómago de la España del bienestar, la de los chalets de lujo, la de los litorales aniquilados, la de la corrupción sin límites. Con certero ojo de cirujano social, Urbizu da lo mejor de sí mismo y nos regala algo demasiado bueno para apreciarlo en un solo visionado. Marbella como un crisol dantesco en el que gozan de patente de corso toda suerte de canallass sin escrúpulos, y como espejo de una España incapaz de reaccionar, a menos que alguna desgracia afecte de manera personal, como es el caso del hombre corriente que es Modesto (tiene coña el nombre) Pardo, a quien una primera tragedia personal (provocada por la ambición desmesurada de una panda de criminales) le deja noqueado, pero no es hasta una segunda tragedia que empieza a moverse, y a provocar un terremoto que afecta a todos los que, de una manera u otra, se enriquecen jodiendo la vida a los que ya no tienen nada que perder.
Pero no será su viaje personal el único de ‘La caja 507’. Otro viaje tendrá lugar, en sentido inverso (física y psicológicamente). El de Rafael Mazas (otro nombre con no poca coña), un tipo que es el opuesto, en un principio, a Modesto. Tanto Antonio Resines (Modesto) como José Coronado (Rafael), dos actores fenomenales a menudo recluidos en productos que no están a la altura de lo que se merecen, están perfectos en sus personajes, que parecen medidos a su cuerpo, a sus gestos. Ambos crean aquí, seguramente, sus trabajos más importantes y menos fingidos. Aliados con Urbizu como una panda de conspiradores, luz y oscuridad, Resines y Coronado, Modesto y Mazas, se convierten en un relato de acción, redención y castigo absolutamente magistral, retrato crudo y castizo de un hombre común y de un hombre de acción, que nada tiene que ver, por suerte, con las mentiras que nos llegan del otro lado del atlántico (sí, de Hollywood), en las que los héroes son tan improbables u de una pieza que se han olvidado de introducir vida en esas historias.
Aquí la vida estalla con toda su fiereza, con su sinrazón y su dolor. Aquí toda concesión o facilidad para el espectador queda desterrada de manera total. Hablamos de España, y de sus costas, no de juegos de niños. Así, un hecho casual (un mero robo a un banco) desemboca en acontecimientos impredecibles, provocados por un tipo, un pobre diablo, que está harto de que le machaquen, y por otro que, por muy salvaje y violento que pueda demostrar ser, aún es capaz de amar (a esa Goya Toledo, una actriz que es dinamita). En realidad, no son tan diferentes, como en verdad ningún ser humano es tan diferente de otro. Urbizu los une de manera magistral en la última secuencia, en la que el hombre “bueno” viste como el “malo”, ya se parece tanto a él, ha visto y es culpable de tanta muerte y tanto sufrimiento, que no pueden distinguirse.
Urbizu no sólo filma con humildad y sencillez, además filma muy bien. El suspense, el vacío y sobre todo la acción. Pero no una acción sucia y gélida. Una acción que duele, que se siente en cada gota de sudor, en cada golpe y en cada tiro. Incluso en cada brillo de un vaso lleno de whiskey. Es decir, una acción que sabe a cierta, que degustamos como auténtica. No sólo lo vemos, sino que estamos ahí. El itinerario de Mazas es una búsqueda suicida, en dirección contraria al itinerario de Modesto. El director se aleja de toda espectacularidad. No hay planos vistosos, ni una dirección evidente. Sólo hay cine: dos seres perdidos, que buscan desesperados la salida a un infierno interior cuya salida sólo pide sangre como pago. Sólo por eso, ‘La caja 507’ es el cine español más importante de la pasada década, y su director un tipo por el que hay que quitarse el sombrero.