La tanatografía es la reproducción de la última imagen que ha quedado registrada en la retina tras la muerte. Con este interesante punto de partida se podrían inventar variadas ficciones, como una consistente en buscar a un homicida por el terror grabado en los ojos de sus víctimas. En ello se basa ‘Cuatro moscas sobre terciopelo gris’, de Darío Argento. Se cuenta, asimismo, que Scotland Yard trató de ver en las retinas de una de las asesinadas por Jack el destripador la imagen de su verdugo, pero sin ningún fruto.
‘Imago mortis’ con lo que se queda es con un metaanálisis en el que el propio tanatoscopio es el protagonista de la historia y la búsqueda de la tanatografía perfecta su motor. Introduciendo como excusa un arte similar, pero de vigencia en nuestros días, la película nos sitúa en una escuela de cine donde Bruno, uno de los alumnos, descubre este mecanismo sin saber cuál es su utilidad y comienza una investigación por la que todos los que le rodean acaban tomándolo por loco.
Stefano Bessoni dirige ‘Imago mortis’ (imagen de la muerte), una coproducción entre Italia, España e Irlanda, protagonizada por Alberto Amarilla, Oona Chaplin, Leticia Dolera, Geraldine Chaplin y Alex Angulo, que verá su estreno el viernes, 24 de julio.
Bessoni se delata especialista en mediometrajes con su estudiada composición de planos y su fotografía basada en verdes y ocres. La atmósfera se apoya sobre en una dirección artística que escoge una localización añeja –de la que se extrae hasta el último encuadre posible—, vestuario atemporal y ausencia absoluta de tecnología moderna, a pesar de que la acción está situada en la época actual. Esta ambientación aporta un toque de irrealidad que se revela como la pieza más notable del film.
Pero la capacidad para crear imágenes que tiene este director, que también es ilustrador, la echa de menos para narrar. La historia no atrapa y el miedo no se siente ni siquiera gracias a la truculencia de algunos efectos especiales. Las escenas denotan una torpeza de principiante que podría achacarse al montaje, pero quizá también a esa misma composición de planos, pues es probable que, al darle prioridad a la belleza de los encuadres, se haya supeditado la transmisión de los acontecimientos.
Dividida en capítulos invisibles que cobran el título del ejercicio que encarga el profesor en cada lección, la trama se va desplegando con algunos hallazgos curiosos, pero con un pobre desarrollo global y una gran lentitud. Es posible que la colaboración –el guión lo firman dos autores y se agradece la colaboración a otros cinco— haya llevado a discusiones que dejasen cabos sueltos y momentos sin afinar, pues en general se aprecia que la escritura podría haber tenido un mejor resultado con los mismos mimbres. No es, por descontado, el único traspiés, pero valga como ejemplo uno de los giros finales (SPOILER): El personaje encarnado por Leticia Dolera, tan presente en toda la cinta, pero sin una función o relación con los protagonistas concreta, está confesando desde el inicio que ella es la culpable, pues otra explicación no se puede dar a su presencia (FIN DEL SPOILER).
‘Imago mortis’ plantea en el inicio atisbos de cinefilia que se pierden cuando se introduce el tanatoscopio en la intriga. F. W. Murnau Institute es el nombre de la institución y Caligari el apodo de uno de los profesores, como claras referencias a films clásicos expresionistas a los que los autores quieren rendir homenaje. Se rescatan las pequeñas cámaras de 8 mm., utilizadas hoy en día únicamente por estudiantes y experimentadores, y se recupera el tacto del celuloide, las moviolas, las latas de película y todo tipo de visores y artilugios. Todo esto tiene una belleza que ya sólo queda en documentos, escuelas y filmotecas.
Será interesante apuntarse los nombres de los creadores de esta película para ver sus obras futuras, que seguro que tendrán apreciables aportaciones.
Más información en Blogdecine sobre ‘Imago mortis’.
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