De vez en cuando, en una de esas reuniones cinéfilas en las que varias personas apasionadas y a menudo prepotentes (yo el que más, muchas veces) hablan sin complejos del cine que más llena sus vidas, y también del cine que más detestan, con todo tipo de argumentos y barbaridades verbales, surge un tema que a mí, en lo personal, suele dejarme estupefacto, pues siempre encuentro a más de uno (y más de dos) capaces de defender lo indefendible: que el cine español es tan bueno como el estadounidense.
Carlos Heredero, uno de los pocos críticos a los que leo que no tiene complejos para abrir debates teóricos sobre cine (lo que a otros “críticos” les produce risa, quizá porque no tienen la capacidad para ello), lo llama la ‘técnica del avestruz’. Consiste en no ver lo que hay, en inventarse una realidad paralela. Y que conste que siempre dejo que intenten desarrollar sus argumentos, a ver si alguno de ellos dice alguna verdad. Pero de momento (¡qué curioso!) nunca lo han conseguido.
Argumentos apasionantes
No hace falta un gran esfuerzo de memoria para echar mano de los consabidos lugares comunes a los que se aferran estos cinéfilos-avestruces. La primera maniobra verbal es destrozar sin ningún tipo de escrúpulo el 99% del cine de Hollywood, aludiendo que no hacen más que remakes, películas ultra comerciales y comedias imbéciles (como si todo el cine estadounidense viniera de Hollywood). A mi habitual respuesta de que también hacen cine en otras partes de ese país (además, se diferencian notablemente entre sí), la segunda estrategia, de un ingenio deslumbrante, es la de despreciar sistemáticamente a cualquier autor importante, aludiendo que son una panda de pseudo-artistas muy por detrás de los genios europeos, y sobre todo los españoles.
Para terminar de rematar la estupenda estrategia comparan la absoluta libertad de los cineastas españoles, su empuje, su juventud, su progresismo ideológico (aquí el interlocutor suele alzar el mentón, orgulloso de que sus compatriotas directores sean tan progres, como él, claro…ejem), mientras que los “aburguesados”, “fachas” o simplemente “falsos” directores americanos (independientes o no), no hacen más que demostrar una y otra vez su necesidad de triunfar en las taquillas (aquí no importa la taquilla, ejem, importa el arte…), descuidando el nivel estético de sus películas.
Si cree el lector que, hacia el final de estos argumentos, sigo prestando atención, se equivoca. Mi cerebro hace lo que el de Homer cuando escucha a Flanders, se larga a otros lugares, pero mi cerebelo registra las conversaciones. Ni siquiera me tomo la molestia en replicar. Total, para qué. Sin embargo puedo replicar ahora. Esta clase de avestruc…errrr, digo, de aficionados, suele meterse también mucho con grandes nombres como Spielberg o Cameron, en un punto de esnobismo que termina por delatar su absoluta falta de personalidad. De hecho, es habitual oír el clásico: “Spielberg, en verdad, no tiene ni puta idea, sólo vale para entretener”.
Vale, bien, yo soy tan crítico con cierto estilo de producciones norteamericanas como cualquier otro. Pero en cuanto a lo de entretener (muchos habituales lectores de Blogdecine creen que detesto que me entretengan, cuando no es cierto), ni siquiera para eso, que es lo mínimo que puede hacer el cine, sirve el 95% de los directorcillos que hacen películas en este desgraciado país que es España. Por supuesto, siempre pueden echar mano, estas avestruces, de Alejandro Amenábar, que según ellos es tan hábil como Spielberg… ¡pero mucho más coherente y humano que él! Claro que sí. Bravo y bravo.
Y para terminar, el recurso definitivo: “aquí hay menos dinero que allí, y eso tiene mucho mérito”.
Pero más allá de los gustos de cada cual, y de argumentos más o menos válidos: las cosas caen por su propio peso. El argumento del dinero, más que tendencioso, no tiene ni pies ni cabeza. ¿Por qué no se puede hacer en España una película como ‘Olvídate de mí’ (Michel Gondry, 2004), o como ‘Brokeback Mountain’ (Ang Lee, 2005)?, sendas obras de arte. No tienen grandes presupuestos. Ahora bien, sus directores son de primera fila en el mundo. No son americanos, dirían algunos. Ya, pero están realizadas en una industria que funciona con una perfección suiza. ¿Quieren directores americanos? No he visto en toda la década una película española de la calidad de ‘Punch-Drunk Love’, ‘Match Point’, ‘Million Dollar Baby’, ‘Hijos de los hombres’, ‘Little Children’, todas ellas películas bastante asequibles.
El cine de animación español es lo único que da un poquito de esperanza, pero en lo demás tenemos a una serie de pseudo-profesionales (sobre todo directores) sin ningún mérito ni formación para ponerse detrás de una cámara, sin referentes y sin futuro. Sin vigor. Sí, claro, están los “artistas”, el universal Pedro, el cotidiano Trueba (que sin duda es el rey de las avestruces), el humilde Cuerda. Comparémoslos, aunque sólo sea por un segundo, con el valor universal de David Lynch, de Terrence Malick, de Francis Ford Coppola, de Martin Scorsese, de Clint Eastwood, de James Cameron, de Paul Thomas Anderson, de Quentin Tarantino, de Steven Spielberg, de Woody Allen, de John Lasseter y compañía, de Gus Van Sant, de Sidney Lumet, de Brian de Palma, de Kathryn Bigelow, de John Carpenter, de Todd Haynes, de David Fincher, de Christopher Nolan, del gran M. Night Shyamalan. Nah…esos nombres no tienen nada que hacer con el gran cine español, ¿no es cierto?
Todos ellos han hecho grandes, incluso excepcionales películas, con cuatro cuartos. Aquí nuestro “gran” Jose Luis Garci hace una basura como ‘Sangre de mayo’ con más dinero con el que se hizo ‘The Terminator’. Pero así andamos cuando nuestro gran cineasta vivo, Víctor Erice, no dirige un largometraje desde hace casi veinte años, y el único que ha hecho gran cine en esta década, Enrique Urbizu con ‘La caja 507’, no da muchas señales de vida.
Pero seguro que estoy cegado, que le tengo manía al pobre cine español, que sólo me gusta lo vulgar y lo comercialoide, que dentro de cien años los estudiosos hablarán del glorioso cine español. Os dejo ya, tenía una hamburguesa que comer, pero me han ofrecido una merienda a base de jamón serrano y vino tinto. Y no puedo decirle que no a eso.