Ser enterrado vivo es, sin ningún género de duda, el más terrorífico extremo que jamás haya caído en suerte a un simple mortal.-Edgar Allan Poe (‘El entierro prematuro’)
Por fin he visto uno de los ‘hypes’ de la temporada, ‘Buried’, del español Rodrigo Cortés. ¿Había para tanto? ¿Hay que saludar a un nuevo genio del cinematógrafo? Sin sacar las cosas de quicio, diré ya que ‘Buried’ me parece un excelente film y su director, alguien a tener en cuenta desde ya. El comienzo de la película no deja lugar a dudas: títulos de crédito de la escuela de Saul Bass, banda sonora con reminiscencias a ‘Vértigo’ (id, 1958) ...todo ello indica al espectador de la mejor de las maneras que se va mover —es un decir— por un mundo que ya conoce, el del maestro del suspense, Alfred Hitchcock.
Y es que el influjo del gordo director inglés es más que evidente, tanto en los rasgos estilísticos antes citados, como en la situación límite que presenta el film. Hitchcock ya había jugado con los espacios únicos en algunas de sus películas, como es el caso del apartamento de los dos asesinos donde transcurre la totalidad de ‘La soga’ (‘The Rope’, 1948), o el bote a la deriva de ‘Náufragos’ (‘Lifeboat’, 1944). Pero hay un fantástico episodio de la mítica serie ‘Alfred Hitchcock presenta’ que juraría que ha visto el señor Cortés: se trata de ‘Breakdown’—podéis verla en tres partes en este enlace— dirigido por el propio Hitchcock y en el que Joseph Cotten, el protagonista, sufre un accidente y se queda completamente inmovilizado, hasta el punto de que todo el mundo lo da por muerto. Lo que sigue son minutos de angustia y ansiedad donde asistimos a la lucha del protagonista para evitar que lo entierren vivo. Pues bien, la película de Rodrigo Cortés comienza donde todo termina. Bajo tierra.
Al principio está la oscuridad. La sensación de claustrofobia en los primeros minutos es insoportable. Pero el ser humano se acostumbra a todo, y tanto el protagonista como nosotros aprenderemos a movernos por ese espacio límite. Para ello contaremos con un teléfono móvil, cuatro fuentes de luz (la del móvil, una linterna, un halógeno y un mechero), un lápiz y una petaca. Eso es todo. El resto, madera de pino y el protagonista, un gran Ryan Reynolds. La meta: seguir vivos.
En la por ahora corta carrera de Rodrigo Cortés hay algo en lo que ha destacado sobremanera: el montaje. Tanto en su fundacional y multipremiado corto ‘15 días’ (un magnífico y muy divertido ‘mockumentary’) como en su ópera prima ‘Concursante’, el montaje era la estrella, alcanzando un protagonismo quizás excesivo. Pero en esta película adquiere toda su razón de ser: zooms de acercamiento, de alejamiento, trávellings, primeros planos, planos detalle, paneos, cenitales… una lección de cómo mover la cámara en un espacio ínfimo. De tal modo que la caligrafía visual imprime a la película un ritmo que no desmerece de cualquier película hollywoodiense firmada por un, digamos, Tony Scott. El hechizo es completo, a la media hora nos hemos olvidado de la radicalidad de la propuesta y nos dedicamos únicamente a sufrir por los reveses del protagonista.
Asimismo, para aumentar si cabe el estrés, el guión añade más pistas al circo estableciendo sin parar plazos límite cada vez más cortos a su sufrido protagonista: 90 minutos hasta quedarse sin aire, una hora para conseguir el rescate, 10 minutos para enviar un vídeo, 3 para amputarse un dedo… si a esto le añadimos una auténtica set-piece del cine de acción (sí, de acción) con una serpiente como protagonista, y un bombardeo para elevar la tensión a la estratosfera, lo que tenemos es un thriller ejemplar.
También es cierto que no es una película perfecta. En el debe, cierta parte en la que el protagonista parece que va a tirar la toalla mientras vuelve a oír en su cabeza todo lo vivido desde que se despierta en el ataúd. También hay algún que otro recurso que a este servidor le ha sobrado, como esa ascensión interminable de la cámara en dramático plano cenital heredera de ‘Sin City’ (el cómic). Puede también que el argumento en sí no sea el más original del mundo, y la crítica a los Estados Unidos y su papel en Irak sea un poco de manual, pero amigos, qué dominio del tempo, de los recursos narrativos, del montaje… En suma, de lo que hace grande a un thriller.
El final es desolador, quizás demasiado cruel para con su protagonista,, pero no se le puede negar la coherencia absoluta con todo lo anterior. Y lo anterior es muy potente. En este caso, las limitaciones dadas por el argumento han funcionado como una caja de resonancia multiplicando las virtudes del resto de elementos narrativos. Menos es más. Confiemos en que para su próximo thriller, ‘Red lights’, no le entre al señor Cortés agorafobia ante un rodaje en espacios abiertos y vuelva a sorprendernos con algo tan sabroso como ‘Buried’.
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