Mientras la categoría de largometraje de animación se encontró (casi) huérfano de propuestas durante los Goya 2021, la sección documental nos ha dejado excelentes y renovadoras propuestas, algo que últimamente venía pasando. Una categoría donde viejo y nuevo, clásico e innovador, van de la mano ofreciendo resultados altamente satisfactorios.
Los descubrimientos del año
El año pasado 'Ara Malikian, una vida entre las cuerdas', se llevó el premio a mejor documental del año en la gran noche del cine español de entonces. Un documental sobre un genio nómada indispensable en cuanto su aportación a tanto a la música clásica como a la contemporánea. Entre sus rivales, la simpática y tradicional 'Historias de nuestro cine', un 'Auterretrato' y 'El cuadro', una exquisitez de Andrés Sanz, una rara avis dentro de nuestro cine documental.
En el documental, el director y guionista presenta a una serie de "sospechosos" en una incómoda sala de interrogatorios en la que se formulan distintas hipótesis sobre el sentido de la obra de Velázquez. ¿Era una revancha? ¿Qué se oculta en esa habitación? 'El cuadro' jugaba una deliciosa partida detectivesca a través de testimonios y una asombrosa puesta en escena donde las miniaturas (y las teorías) roban la función.
No mucho antes, Samuel Alarcón nos dejó boquiabiertos con su excelente 'Oscuro y lucientes', una investigación sorprendente sobre la desaparición de los restos de Francisco de Goya. Alarcón realiza un trabajo impecable y socarrón sobre las casualidades mortuorias de la vida ahondando en uno de los misterios más alucinantes de nuestro osario nacional histórico y en la relación entre los bustos del pintor y su eterna condena a ser castigados por el infortunio hasta el fin de los tiempos.
Fusión ficción
No es nada nuevo que nuestro documental ofrezca producciones de gran nivel. Podemos viajar a cualquier época para encontrarnos títulos que forman parte de nuestra Historia, desde Luis Buñuel a Jaime Chávarri, de Gustavo Salmerón a José Luis Guerín, hemos seguido un camino coherente en la búsqueda por tener algo que contar y además hacerlo de la manera más perfecta posible para cada caso.
Así, hemos llegado este año a una edición de los Goya donde han competido cuatro títulos atractivos donde dos de ellos se encontraban muy por encima de los otros dos competidores. La gran vencedora fue la rompedora historia de Luis López Carrasco, 'El año del descubrimiento', su segundo largometraje documental en solitario tras su rompedora 'El futuro'. Su vasto trabajo fue recompensando con las dos estatuillas a las que optaba, las respectivas a mejor montaje y mejor documental.
Eso hizo que la exquisita pieza de Nuria Giménez Lorang, 'My Mexican Bretzel', se fuera de vacío. Primero porque este iba a ser el año de 'Las niñas' y Pilar Palomero no iba a tener rival como directora novel. Una lástima que en este caso no se hubiera recompensado de manera algo más equilibrada, puesto que su laborioso trabajo de realidad ficción semi-mockumentary, algo bastante inaudito en nuestro cine, apenas necesita un tercio del metraje de la monumental obra de López Carrasco para contar una historia que bebe más del gran melodrama del Hollywood de oro que de un documental al uso.
No deja de resultar curioso que ahora que los true crime u otros trabajos documentales con temas tan apasionantes como las redes sociales ('El dilema de las redes') o la religión occidental ('Hail Satan?') estén mostrando en las plataformas de streaming menos arrojo que rivales como nuestros documentales nacionales de este año, por ejemplo.
Las tres horas y media de 'El año del descubrimiento' en una sala de cine son una experiencia difícil de olvidar y mucho más amena que lo que se puede intuir a simple vista. Un trabajo sobre la empatía y la necesidad de escuchar y ser escuchado. En el otro extremo tenemos la pirueta narrativa que propone Lorang.
En el año de 'How to John Wilson' resulta que una cineasta española se ha marcado un melodrama de época a base de found footage, imaginación y la gran mentira del cine. Una obra excepcional que podría marcar un antes y un después a la hora de adoptar la trampa narrativa como lenguaje audiovisual. Una osadía equiparable a leer un audiolibro. Pero uno muy bueno. Disfrutemos de nuestros talentos y del gran momento que atraviesa nuestro cine documental.