Supongo que como todos, a menudo voy a ver una película que, de antemano, sé que no me va a gustar (cosa diferente a ir a verla con la intención de insultarla luego, conste, eso me parece un comportamiento idiota). Las razones para, aun sabiéndolo, sentarme a ver la cosa en cuestión son variadas, pero normalmente se resumen en que estoy acompañado de alguien que sí tiene interés en la película, y/o pienso que así podré escribir una crítica que os quizá interese a vosotros, queridos lectores de Blogdecine.
En este caso, quedaos con la segunda. Si he visto ‘Agallas’ ha sido fundamentalmente porque sabía que ninguno de mis compañeros iba a pasar por el aro, y supuse que habría muchos lectores que estarían interesados en leer aquí una crítica de la película, para animarse/desanimarse, o simplemente para charlar sobre ella en los comentarios. Bueno, pronto descubriré si estaba en lo cierto, o no y he perdido el tiempo, pudiendo haber ido a ver cualquier otra cosa (en el DVD de mi casa, porque vamos, la cartelera da pena, y ya he visto dos veces el fantástico debut de Neill Blomkamp).
‘Agallas’ nos presenta a Sebastián, o mejor Sebas, un delincuente de poca monta, un don nadie, que sale de la cárcel tras un año entre rejas y se encuentra con que sus viejas artimañas ya no le sirven de nada, recibiendo puñetazos y un billete de ida en el primer autobús que deja la ciudad. Con la cara partida y ni un euro en los bolsillos, Sebas debe salir adelante y cree que su salida está en “Isolina, Productos del Mar”, una pequeña empresa gallega dirigida por un tal Regueira, que vive en una mansión, conduce un descapotable y tiene a su lado a quien le da la gana.
Es evidente, hasta para un tío como Sebas, que Regueira esconde algo, tiene pinta de mafioso y lo más probable es que las apariencias no engañen. Gracias a uno de sus viejos trucos, el joven consigue hacerse con la amistad de Raúl, un viejo camionero que parece tener mucha confianza con el jefazo. Cuchillazo rastrero, y Sebas pretende que Regueira crea que el veterano encargado de conducir el camión le iba a traicionar, vendiéndole a la policía, cosa que el muchacho ha impedido, con sangre. El jefe lo pasa por alto, y le contrata. Sebas cree estar al principio de una escalera que le llevará al cielo… pero se equivoca.
La primera vez que supe de ‘Agallas’ fue viendo el tráiler en el cine, y recuerdo que pensé “mira, una española que intenta salirse de lo habitual”. Hubo escenas que no me gustaron nada en ese avance, pero me quedé con la idea esencial, que parecía otra cosa, algo diferente en nuestro país. Luego llegó el día del estreno, el pasado 4 de septiembre, y si os acordáis, la anuncié como la novedad más importante de la semana, teniendo en cuenta que entre sus competidores no había tampoco nada espectacular. Una semana después, me llevé la sorpresa de comprobar que la película había fracasado en taquilla, apareciendo en el penúltimo puesto de las diez más vistas en España. Como vimos ayer, en su segunda semana ya no aparece en el “top ten”.
Posiblemente, todo se debe a una mala campaña de publicidad, porque parece claro que un reparto encabezado por Carmelo Gómez y Hugo Silva debería haber animado a más público, claro que si no saben que la película está en cartelera, no pueden tener el deseo de ir a verla. Es obvio, no se ha generado expectación por la película, y ha pasado sin pena ni gloria. Imagino que a las personas que han puesto el dinero para hacerla les debe dar igual, no les importa recuperar lo invertido, por las razones que sea, porque si no, no se entiende.
Ahora bien, ¿merecía esta película el éxito (relativo, no hablamos de una superproducción “made in USA”) que no ha tenido entre el público español? La verdad es que no sabría qué responder a eso, pero sí que ‘Agallas’ tenía todas las papeletas para convencer a mucho más público del que lo ha hecho, y que la película no es tan mala como muchos pueden pensar, por ese tráiler tan poco atractivo, y la calidad habitual de nuestro cine, que como han declarado los propios Gómez y Silva, parece que se hace mirando a otra parte, no a la taquilla ni a los espectadores. Repito, parece que aquí a los que ponen el dinero les da igual recuperarlo. ¿Por qué?
Cuentan los realizadores Samuel Martín Mateos y Andrés Luque Pérez, con amplia experiencia en televisión, que decidieron dar el salto el cine tras leer el “estupendo” guión escrito por otra pareja profesional, Javier Félix Echániz y Juan Antonio Gil Bengoa, el cual les daba la posibilidad de poner en pantalla su amor por el cine criminal, el cine negro. Claro que esto no es Estados Unidos, ni Italia, esto es España, y ya sabemos que “Spain is different”. Los mafiosos de la película de Mateos y Pérez se ajustan a los tópicos del género, pero llevan de fábrica sus propios elementos característicos, a saber, un particular sentido del humor, un descaro impresionante y una falta de estilo igualmente sobresaliente.
Así que ahí tenemos a este Sebas, interpretado por un inspirado Hugo Silva (creedme, el chico borda el papel), un “buscavidas”, un “pardillo”, cagado de miedo, tratando de hacerse el mejor amigo de un capo al que le importa un “carallo” reventarle los sesos a quien sea, vestido con ropa cara y paseándose por la calle como si fuera el rey del mambo. ‘Agallas’ funciona ahí, y también cuando nos muestra a Regueira, un portentoso Carmelo Gómez (uno de los pocos actores que hay en este país que interpretan con naturalidad, sin que parezca que esté leyendo sus frases ni forzando su comportamiento); sin duda lo mejor de la película es la relación entre ambos, pero no está del todo aprovechada, ya que la película está planteada como un retorcido juego de mentiras, y eso perjudica al desarrollo de lo que podría haber sido un estupendo desenlace dramático. A lo John Woo, pero con acento gallego.
Gómez y Silva hacen su trabajo y elevan la película, pero ésta no puede alzarse mucho, desequilibrada por un guión repleto de momentos absurdos (lo de los rusos chirría muchísimo), y de otros actores con relevancia en la pantalla que no están tan bien, ni de lejos, como los dos protagonistas. Por ejemplo, Celso Bugallo está más o menos correcto, pero tiene un monólogo desastroso, de risa, sobre el miedo en el negocio del narcotráfico, y Carlos Sante nunca da el pego como la mano derecha del jefazo, en ningún momento transmite inquietud o respeto por lo que pueda hacer. Al final queda una película deslavazada, muy ingenua, equivocada, pero valiente y, a ratos, bastante entretenida. En otras palabras, encantadoramente fallida.