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Western: 'Cimarrón' de Wesley Ruggles

Y seguimos con el ciclo del western, en el que hacemos un gran salto en el tiempo volviendo a los primeros años del sonoro para rescatar el primer western importante de dicho período. ‘Cimarrón’ (‘Cimarron’, Wesley Ruggles, 1931) fue el primer film del oeste en alzarse con el Oscar a la mejor película, hazaña que no se repetiría hasta 59 años después con la laureada ‘Bailando con lobos’ (‘Dances With Wolves’, Kevin Costner, 1990). En aquellos años el género era considerado en su mayor parte un género menor y barato, con el que hacer infinidad de films luego estrenados en sesiones dobles. ‘Cimarrón’ tuvo un gran presupuesto para la época, con infinidad de extras, grandes decorados y está planteada como un drama familiar que abarca desde finales del siglo XIX hasta 1929, el año de la gran Depresión.

La ironía del asunto es que precisamente por culpa de aquella crisis el film no fue un éxito en taquilla, aunque la crítica la trató bastante bien y también fue recompensada con tres Oscars. La segunda película de Ruggles —director hoy olvidado, cuyo film más conocido es este y ‘Arizona’ (id, 1940)— nace del interés de adaptar la conocida novela homónima de Edna Feber más que de querer realizar un western propiamente dicho. De hecho, estamos ante uno de los westerns más atípicos de cuantos se han realizado, por su mezcla de tonos y por ese recorrido a lo largo de 40 años en la historia de los Estados Unidos. Todo ello a través de la historia de uno de aquellos pioneros que lucharon por el avance de un país y cuya sed de aventura jamás quedaba saciada.

‘Cimarrón’ —expresión americana de animal doméstico que huye al campo— da inicio con el pistoletazo de salida el 22 de abril de 1889 a la carrera por hacerse con un terreno de los dos millones de acres libres en lo que sería Oklahoma. Un hecho real que sirve para presentarnos a Yancey Cravat (Richard Dix), un hombre sediento de aventuras que en dicha carrera pierde su deseada porción por ayudar a una mujer, Dixie (Estelle Taylor), cuya presencia será de vital importancia bien avanzado el relato. Cravat se instalará en Oklahoma con su mujer Sabra (Irene Dunne), pero transcurridos los años y debido a sus ansias emprendedoras abandonará el hogar en busca de nuevos territorios que conquistar —Cravat admite que no es capaz de estar más de cinco años en el mismo lugar—. El film se centra en las idas y venidas de dicho personaje que solo hace acto de presencia cuando regresa al lado de su mujer.

Es por eso que ‘Cimarrón’ no sólo habla de Yancey, también se centra, sobre todo en su último tercio, en la resignación de una mujer que mantuvo vivo el imperio montado por su marido aun en las largas ausencias de este. La serenidad y la paciencia como contraste a una desmesurada pasión, mientras uno no deja de asombrarse del intimismo alcanzado por Ruggles en algunas secuencias, que describen una relación amorosa consolidada a lo largo de los años a través de la confianza, el respeto y la admiración. Algo idealista, algo ingenuo si se quiere, pero Ruggles lo hace profundamente convincente, filmando con mimo dicha relación. Eso choca con el gran espectáculo que el film ofrece en no pocos momentos, como la ya mencionada carrera —en la que se utilizaron más de 5.000 extras y de resultados muy superiores a cualquier filigrana digital actual—, o el enfrentamiento de Yancey con un pistolero apodado The Kid —una clara alusión a Billy el Niño—, en las que Ruggles realiza impresionante travellings laterales y abriendo el plano, dotando con ello de épica a la historia.

Debido al año de realización ‘Cimarrón’ mantiene ciertos elementos del cine mudo, como por ejemplo explicar en los saltos de un año a otro los cambios mediante rótulos explicativos, interrumpiendo de forma abrupta el ritmo en un film que quiere abarcar demasiadas cosas. Y aunque los trabajos de Richard Dix e Irene Dunne fueron nominados al Oscar, creo que son lo más flojo de la película, ella porque su voz no le hace ningún favor —lo cierto es que ‘Cimarrón’ podría haber sido perfectamente un film mudo ya que la mayor parte de su sonido es prescindible— y él porque realiza una interpretación demasiado exagerada, lógica por otro lado pues es herencia del por aquel entonces reciente cine silente. Afortunadamente Ruggles logra un film endiabladamente entretenido y el interés nunca decae.

Como todas las grandes historias —‘Cimarrón’ es una de esas películas que pretenden contar la historia más grande jamás contada— esta no está exenta de cierta tristeza, y me llama poderosamente la atención la ironía que se produce en su triste final. Sabra, que ya es una mujer casi anciana admirada en la alta sociedad por los logros obtenidos, lleva años sin saber de Yancey, a quien imagina lejos viviendo de su espíritu emprendedor, pero en realidad trabaja en un pozo petrolífero cerca de donde ella se encuentra. Yancey da su vida por salvar a sus compañeros de una explosión y muere en los brazos de su amada esposa que ha llegado a tiempo para despedirse de él, tras años y años sin verle. Triste y melancólico, tan del gusto de Hollywood.

Como anécdota citar que Wesley Ruggles no sale acreditado como director —al igual que films coetáneos de la época como ‘El caballo de hierro’ (‘The Iron Horse’, 1924) que firmó John Ford—, y en 1960 el gran Anthony Mann, firmante de algunos de los mejores westerns que se han hecho, decepcionó con un remake que sin ser malo no está a la altura del predecesor y mucho menos del talento de Mann.

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