La película de Robert Wise y Jerome Robbins es un claro ejemplo de que la emoción está por encima de cualquier aspecto técnico
Uno de los motivos por los que me obsesiona la dirección de fotografía es el modo en que los DOP actúan poco menos que como ilusionistas que simulan y mimetizan la realidad de las formas más diversas. Cuando se explota con maestría, esta faceta puede mantener ocultos sus trucos durante infinidad de visionados incluso para los espectadores más entrenados, y el caso que os traigo a continuación lo demuestra —a menos a título personal—.
Luz, agua y emoción
Es posible que desde que la descubrí por primera vez y me quedé completamente enamorado de ella, haya visto la eterna 'West Side Story' de Robert Wise y Jerome Robbins unas seis o siete veces —una de ellas en pantalla grande, lo cual recomiendo encarecidamente—, pero jamás me había percatado del brillante modo en que el director de fotografía Daniel L. Fapp iluminó la última escena del largometraje que le hizo ganar el Óscar en 1962.
Durante una de esas sesiones de scroll infinito por Twitter, hace unos días me topé con un breve hilo de Pol Turrents, quien además de petarlo como streamer ha trabajado como DP en títulos como la fantástica 'Venus' —que os recomendé hace una temporada—. En él, Pol nos invita a mirar de cerca el fragmento final de la cinta, ambientado en una cancha de baloncesto empapada por la lluvia e iluminada por una farola.
A priori, parece que la farola está proyectando un círculo de luz sobre el suelo, más intenso que el resto de iluminación ambiente que baña el resto de la cancha, e iluminando a María y Tony. Pero una mirada más cercana nos permite ver que el truco no tiene nada que ver con el uso de la luz, sino con la inteligente utilización del agua, probablemente fruto de la colaboración entre el departamento de fotografía y el de dirección de arte.
Un vistazo a la escena desde diferentes ángulos nos hace comprobar que el efecto del haz de luz está creado mojando toda la cancha, pero dejando un área circular completamente seca en el lugar adecuado. Pero esto, más allá de lo evidente de la diferencia de textura y reflejos entre las zonas húmedas y secas, puede demostrarse mejor atendiendo a la direccionalidad de la luz que ilumina a los actores y a las sombras que proyectan.
En este plano, tal y como apunta Turrents, Natalie Wood no está iluminada por la luz cenital de la farola. Si nos fijamos, la luz la envuelve desde la derecha del plano, dejando su lado izquierdo en sombra. Además, dirigir nuestra mirada al suelo revela la existencia de dos sombras, la de la fuente de luz principal, hacia la izquierda, y la de su contraluz, menos dura, hacia delante con algo de angulación a la derecha. Por la extensión de las sombras, además, podemos intuir que los focos no están demasiado altos.
De hecho, varias secuencias antes, la película nos hace visitar el mismo set, pero iluminado con el efecto de la farola de forma real, sin utilizar agua ni otros trucos. Puede verse a simple vista que el resultado es muy diferente, con sombras más duras y un ratio de contraste mucho mayor entre las zonas iluminadas y las más oscuras.
Todo esto no es más que un ejemplo más no sólo de que —casi— todo es mentira en el cine, sino que cuando el drama funciona, los personajes cautivan y la historia emociona, ficción y realidad se fusionan y dejan en segundo —o tercer— plano aspectos técnicos. Después de todo, la magia y la emoción siempre prevalecerán sobre todo lo demás.
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