Iniciamos dentro del especial de vampiros nuestro particular homenaje a la trilogía de la Hammer dedicada a la novela ‘Carmilla’ de Sheridan Le Fanu conocida como la trilogía de los Karnstein. ‘Las amantes del vampiro’ (‘The Vampire Lovers’, 1970, Roy Ward Baker) es la primera de ellas que se sumerge en el universo creado por el escritor irlandés, seguida por ‘Lust for a Vampire’ (id, Jimmy Sangster, 1971) y ‘Drácula y las mellizas’ (‘Twins of Evil’, 1971, John Hough). ‘Carmilla’ es la obra adaptada en todas ellas con mayor o menor exactitud, y dan la oportunidad a la Hammer de aumentar el erotismo de sus films. Comenzaba la década sexual en el cine —en España sería conocida como la época del destape— y muchos de los productos cinematográficos de diversas partes del mundo se vendían con el sexo como principal reclamo.
Esto hizo que muchas películas se minusvalorasen muchos trabajos interesantes como el que nos ocupa. Las escenas de sexo lésbico impedían a algunos fijarse en los numerosos aciertos que el trabajo de Roy Ward Baker tiene. Afortunadamente el paso del tiempo suele poner las cosas en su justo lugar, y hoy día ‘Las amantes del vampiro’ emerge como una de las mejores películas de la Hammer en sus años de decadencia. También hablamos de uno de los mejores trabajos de su director, casi siempre denostado por la crítica.
Conviene decir que la obra de Joseph Sheridan Le Fanu es bastante anterior al famoso ‘Drácula’ de Bram Stoker cuya fama es superior. Sin embargo Stoker se vio indudablemente influenciado por la obra de Le Fanu, quien tuvo la osadía de vestir la figura vampírica de mujer. Mucho más intrigante, fascinante y rica en matices que el personaje del mítico conde sin desmerecer para nada un personaje que en el cine alcanzaría cotas supremas de la mano de Tod Browning o Terence Fisher. Sin embargo, el personaje de Carmilla inspiró levemente a Carl Theodor Dreyer en su inmortal ‘Vampyr’, sin ser una adaptación de la obra. En los años 60 cineastas como Roger Vadim lo intentaron con resultados más bien cuestionables, y no fue hasta principios de los 70 cuando de la mano del impersonal Roy Ward Baker nos llegó una adaptación propiamente dicha, aunque por supuesto se tomaron ciertas licencias.
Baker fue un director que nunca destacó demasiado aunque había tenido éxitos de gran envergadura como ‘La última noche del Titanic’ (‘A Night to Remember’, 1958), de la que James Cameron plagió numerosas escenas con absoluto descaro o cariño, depende de cómo se mire. Más tarde repartió su tiempo entre la televisión y el cine, filmando varias películas para la Hammer, entre las que se encuentran algunas de las de mayor éxito en la década de los 70. Baker nunca se caracterizó por tener un estilo concreto, si acaso algo influenciado por el mundo televisivo, pero en ‘Las amantes del vampiro’ hace gala de un gusto exquisito en determinados momentos.
Para empezar el prólogo es una especie de anticipo de lo que veremos en la siguiente escasa hora y media. El barón von Hartog, que no volverá a aparecer hasta el desenlace de la historia, espera en el castillo de los Karnstein para cumplir una venganza por la muerte de su hermana. Allí es testigo de como un vampiro se levanta de su tumba y antes de volver a ella el barón le ha retirado el sudario sin el cual no puede regresar a su descanso —elemento introducido como nueva regla en el mundo vampírico—, la criatura se enfrenta al barón mostrándole una belleza hipnótica, pero gracias a un crucifijo que cuelga del cuello de von Hartog, éste se resiste al hechizo y termina con la bella vampiro. Dicha secuencia capta muy bien la atmósfera irreal que tan bien sienta a las historia de vampiros, algo que se repite en su excelente tramo final cuando el General von Spielsdorf —Peter Cushing, que se metió en la película en último instante— toma cartas en el asunto y el ciclo se cierra de forma muy coherente.
El personaje de Carmilla es en la novela el de una jovencita de aspecto casi virginal, pero en pantalla le dio vida una Ingrid Pitt de 33 años, que venía de protagonizar ‘El desafío de las águilas’ (‘Where Eagles Dare’, 1968, Brian G. Hutton) al lado de Clint Eastwood y Richard Burton. Lo que podría verse como un error de casting se convierte gracias a la interpretación de Pitt en todo un acierto. La actriz parece comprender las posibilidades de su rol y llena la pantalla eclipsando a todos los miembros del reparto, incluido el gran Cushing, que para pena de sus admiradores apenas sale unos minutos en escena. Resulta curioso ver en el reparto a Ferdy Maine dando vida a un inocente médico, cuando tres años antes había interpretado al gran vampiro de ‘El baile de los vampiros’ (‘Dance of the Vampires, 1967, Roman Polanski).
Ward Baker dirige con ritmo y precisión, aunque en determinados momentos no puede evitar caer en los típicos tics psicodélicos tan propios de aquella época de cambios en el cine. Me refiero a los momentos previos al ataque de la vampiro, sus víctimas tienen una especie de sueño visualizado de forma un tanto probre, aunque para sorpresa del presente no carga las tintas al respecto. El director parece más interesado, y con ello la película gana enteros, en retratar un ambiente decadente haciendo hincapié en la sexualidad —lésbica, salvo en un determinante caso— como motor de la narración. Pocas veces una vampiro nos habrá parecido tan sensual como en el cuerpo de Ingrid Pitt, quien por culpa del rodaje de ‘La condesa Drácula’ (‘Countess Dracula, 1971, Peter Sasdy) no puedo hacerse cargo de nuevo de Carmilla en la continuación ‘Lust for a Vampire’, de la que hablaremos en el siguiente post del especial vampírico.