Volvemos a los vampiros salidos de la productora británica Hammer Film, casa que se dedicó a renovar todos los mitos del cine de terror modernizando el enfoque al añadir los elementos que caracterizan la mayor parte del terror moderno: sangre y sexo. Estamos en 1963 y aún faltaban tres años para que Christopher Lee se decidiese a ponerse de nuevo los colmillos y la capa de Drácula. Durante los ocho años que separan el primer Drácula de su continuación, Lee rechazó varias ofertas, siendo una de ellas un proyecto titulado ‘Dracula and the Dammed’, que terminó convirtiéndose en ‘El beso del vampiro’ (‘The Kiss of the Vampire’, 1963, Don Sharp).
La Hammer había obtenido un éxito arrollador con ‘Drácula’ (id, 1958, Terence Fisher) y ‘Las novias de Drácula’ (‘The Brides of Dracula, 1960, Terence Fisher), por lo que decidieron volver sobre el tema vampírico a pesar de la negativa de Lee a volver a interpretar al mítico conde. Ya en ‘Las novias de Drácula’ el personaje no aparecía aunque se hace referencia a él en el prólogo de la cinta. Precisamente es con esa película con la que ‘El beso del vampiro’ tiene varios elementos en común, poniéndose en práctica algunas ideas que se tenían pensadas para el film de Fisher.
Anthony Hinds, uno de los jefazos de la casa decide levantar el proyecto e incluso tiene que prescindir del director estrella de la casa, Terence Fisher, que en ese momento se encuentra en Alemania filmando ‘El collar de la muerte’ (‘Sherlock Holmes und das Halsband des Todes’, 1962), por lo que Hinds tiene que echar mano de Don Sharp. El director australiano debuta en la Hammer con el film que nos ocupa, probablemente su mejor aportación a la casa británica. Sharp sería conocido también fuera de la Hammer por adentrarse en el mundo de Fu-Manchú con dos films con Christopher Lee, y sobre todo por ‘The Curse of the Fly’ (id, 1965) un remake de ‘La mosca’ (‘The Fly’, 1958, Kurt Neumann), muy considerado hoy día.
El argumento de ‘El beso del vampiro’ nos lleva a la Baviera de 1910 cuando una pareja de recién casados, Gerald y Marianne Harcourt (Edward de Souza y Jennifer Daniel), se queda sin combustible en su coche cerca de un castillo en el que habita el doctor Ravna (impresionante Noel William), uno de los ciudadanos más importantes de la región. Ravna invitará a la joven pareja, alojada en una pensión, a una cena en el castillo y más tarde a un baile de máscaras en el que se descubrirá el verdadero interés de Ravna. Éste es el jefe de una secta vampírica que desea convertir a Marianne en una nueva discípula. El guión está firmado por John Elder, que no es otro que el propio Anthony Hinds, que realizó algunos de los guiones más exitosos de la productora.
Así pues el esquema argumental recuerda en parte al de ‘Las novias de Drácula’ e incluso hay alguna que otra secuencia que parece copiada. Por ejemplo, el instante en el que el profesor Zimmer (Clifford Evans) —nuestro cazavampiros particular, movido por una venganza personal— debe curarse la mordedura de un vampiro. Al igual que en el film de Fisher el profesor cauteriza la herida pero en lugar de utilizar agua bendita como hacía Van Helsing, usa alcohol. Pero con todo el film logra apartarse de los films previos al aportar apuntes muy interesantes. Uno de ellos es el tratamiento del vampirismo como una secta demoníaca, lo cual alude al origen del mito en sí. Otro es algo más común en la Hammer y puede encontrarse en numerosas películas de la productora, indagar en la perversidad de la aristocracia, que no tiene que estar reñido con la cultura. Atención al instante en el que el hijo de Ravna hipnotiza a Marianne con una pieza de piano tan sombría como bella.
Pero el más interesante de todos es la resolución de la historia, en la que se utiliza una situación que iba a rodarse en ‘Las novias de Drácula’ pero por razones presupuestarias no pudo ser. Me refiero a ese singular desenlace en el que Ravna y sus seguidores son eliminados por toda una horda de murciélagos en una secuencia que recuerda mucho a las de ‘Los pájaros’ (‘The Birds’, 1963, Alfred Hitchcock), detalle por el cual la distribuidora de ambos films, la Universal, decidió retrasar el estreno de ‘El beso del vampiro’ con el fin de que no surgieran comparaciones. Sin embargo y a pesar de sus similitud con dicho film, Sharp juega en cierto momento de la película a ser Hitchcock, en el buen sentido de la expresión, planteando una intriga que recuerda a films del maestro como ‘Alarma en el expreso’ (‘The Lady Vanishes’, 1938).
‘El beso del vampiro’ no es una película fácil de ver —salvo en USA, en un estupendo pack de 8 películas dedicado a la Hammer—, y nunca ha recibido la consideración que se merece. No está a la altura de las grandes obras de Terence Fisher, pero desde luego sí está a años luz de las obras menores de la Hammer en la que se suele agrupar la película. Una interpretación algo floja por parte de Edward de Souza y alguna que otra situación forzada en su tercio final la alejan de la perfección, pero sus méritos la mantienen como un muy interesante producto sobre el vampirismo con un inolvidable personaje: Ravna, cuya relación incestuosa con sus hijos, sugerida inteligentemente, es de lo más atrevido de la época. Aquella en la que sabían que la sugerencia tiene mayor poder que la evidencia.
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