Truffaut según Truffaut: la importancia de Antoine Doinel, su alter-ego cinematográfico

Goethe ya sabía de qué iba la vida cuando escribió ‘Las desventuras del joven Werther’. Era consciente de que las historias que interesan son las derrotas, no los triunfos. Porque los héroes y los tratamientos épicos reflejan los anhelos de la humanidad, pero el ser humano medio no salva el mundo, sino que se incrusta en él, intentando no llamar la atención y sobrevivir en un lugar de locos.

También sabía el autor alemán que hay que rajarse en dos y echar todo lo que hay dentro, que la creación no es solo reflexión y constancia. La obra final es el resultado de un proceso que tiene más de parto que de otra cosa. Con mayor o menor grado de reconocimiento, muchas historias reflejan los anhelos de sus autores, o señalan sus defectos más evidentes a través de un relato que, sea pretendido o no, se convierte en autobiográfico.

Las historias sobre los marginados, todo hay que decirlo, son anteriores a Goethe, que no fue el primero en poner el foco en las desgracias de la vida para hacer literatura. Sí que fue, sin embargo, un posible antecesor del interés de uno de los cineastas más legendarios de la historia del cine. Con sus evidentes desavenencias y sus más sutiles parecidos, Truffaut y Goethe están más cerca de lo que podríamos imaginar.

Hablar de François Truffaut y su contribución al celuloide es algo que no pretendo en este texto. Primero, porque necesitaría de un espacio y tiempo de los que no dispongo, y segundo, porque ya se ha dicho mucho sobre él. Pero la intención de este texto sí que es hablar de Truffaut.

No del Truffaut histórico ni de los aspectos de su biografía, sino del de la ficción. De Truffaut visto por Truffaut. Porque la única forma de entender a Antoine Doinel, uno de los personajes claves del cine francés y uno de los más queridos por los cinéfilos desde que comenzara su andadura, es a través del director, y los episodios que componen la vida de este personaje son también los de la vida de éste.

El cine, un juego constante de espejos, se convierte para el autor volcado en su obra en una forma de plasmar una imagen de sí mismo, de mimetizarse con el entorno ficcional y de moldear una representación de quién fue, qué pensó, qué vivió, qué sintió. Y de la misma forma que Werther es el joven Goethe, Antoine es Truffaut.

Las desventuras del joven Antoine

Todo comienza en París, donde seguiremos el rastro de nuestro protagonista. Blanco y negro nostálgico, una madre y un padre tienen que criar a Antoine, que no encuentra hueco para sí mismo y sus inquietudes intelectuales, demasiado profundas para ser verosímiles. Pero eso nos da igual, porque pronto caemos prendados del encanto de este joven que ya nació viejo.

'Los 400 golpes' es una de las películas más importantes de la segunda mitad del siglo pasado y, con pocas dudas, de la historia del cine. Es una de las primeras aportaciones de la Nouvelle Vague de cara a la renovación del medio cinematográfico, y fue uno de los grandes éxitos del cine europeo de la década de los sesenta.

Su abrumadora sinceridad, la genial actuación del joven Jean-Pierre Léaud y la ambientación en una Francia ensombrecida por la guerra son algunos de los muchos motivos que convierten el film en un imprescindible.

Como es normal, Antoine crecía, y llegó a los veinte años. Y Truffaut decidió que tenía que seguir con la historia que había creado y en la que había tanto de sí mismo. Participando en la película colectiva ‘El amor a los 20 años’, desarrolló el mediometraje ‘Antoine y Colette’, un canto al amor y al desamor, cuya conexión con Werther es probablemente la mayor de toda la saga del personaje.

Aunque no hay en ‘Antoine y Colette’ intención de mostrar lo dramático de la situación de enamorarse sino lo surreal y lejano del rechazo, la profundidad de este mediometraje es incluso más significativa. La ruptura contra las instituciones que marcan tendencias formales clasistas, reivindicando nuevos medios de expresión y formas de contar, son los baluartes de la narrativa que propone.

Color y comedia

Parece que, para el director francés, la vida duele antes de los treinta y después te la tomas a broma por no suicidarte. Las almas torturadas terminan dejando de disfrutar de regodearse en el dolor y el drama. Desde que Truffaut deja el blanco y negro, se acaba el tremendismo y el catastrofismo.

Aún hay aires de nostalgia en ‘Besos robados’, más comedia romántica con tintes de cierta neurosis y con leves esbozos surrealistas. Ahora los golpes de la vida no nos machacan, sino que se sustituyen por embrollos culebronescos, eso sí, magistralmente sucedidos.

Una trama tergiversada tras otra, donde se suceden las situaciones azarosas que nos hacen presuponer el desastre que nunca llega, nos sirven para perfilar el retrato de Antoine, ya olvidado de Colette y su amor imposible, como un romántico vividor. La progresión sigue en alza, y dibuja un personaje neurótico, tímido y refinado, interesado por el conocimiento y la cultura.

El joven que aparecía en ‘Antoine y Colette’, que ya era un hombre responsable gracias a su independencia económica, ahora es también un caballero que nos sirve para conocer a François Truffaut. Llamativa y simbólica es para Antoine la aparición de madame Tabard, la mujer en la que reside la idealización femenina, una de las señas de identidad de la filmografía del realizador.

Pluriempleado de por vida

Tras sus travesuras románticas, Antoine sienta la cabeza con Christine Darbon en ‘Domicilio conyugal’, magnífica representación de la progresión del amor y de las dificultades que supone conforme avanza el tiempo. Entre tanto, cambiará de trabajo muy a menudo: es detective, florero o militar, pero también trabaja en una tienda de discos, en una empresa náutica, en una imprenta… ¡Incluso escribe un libro!

Este podría ser un interesante rasgo definitorio de Antoine Doinel, cuya variada experiencia laboral se convierte en un potente símbolo de la dificultad del porvenir, de lo complejo que es encontrar caminos a seguir en una vida llena de baches y escollos. La mayor parte de las veces, nuestro protagonista encuentra sus trabajos por casualidad, reflejando también cómo nos encontramos en situaciones de lo más inesperadas según pasa el tiempo.

El cierre de la saga que planeó Truffaut sobre sí mismo -consciente o inconscientemente- llega con ‘El amor en fuga’, probablemente la más irregular de todas las historias que protagoniza Antoine Doinel. En ella, con refritos de las anteriores, Antoine vive el divorcio con Christine en una trama tergiversada y telenovelesca repleta de flash-backs que buscan mostrarnos de primera mano todos los defectos del personaje. Quintas partes nunca fueron buenas.

El legado de Doinel-Truffaut

No todo acaba aquí. Tras la prematura muerte del realizador, murió el personaje de Antoine Doinel. Pero Truffaut había continuado la historia con Christine, su exmujer, y Alphonse, su hijo, documento que encontró Emily Butterfly y cuyo descubrimiento compartió con Eva Truffaut, hija del director. La historia de Antoine daba incluso para más tras su desaparición.

El interés por Truffaut y su particular tratamiento sobre la evolución de sus personajes es un recurso que se ha retomado con ganas en la actualidad. No hay más que ver la filmografía de Richard Linklater, con herencias evidentes en la trilogía ‘Antes de…’ y en especial ‘Boyhood’. Intenciones similares tiene Luca Giadanino con ‘Call me by your name’, que podría suponer una llamativa actualización de la historia de un personaje.

Con o sin intención, el artista recoge la inspiración no sólo del mundo que le rodea, sino también de sí mismo. Y Antoine no sólo es Truffaut, sino también una excusa para que el director se muestre tal como es. Esta apertura en canal se podría entender como curativa: una forma de mostrar la propia madurez, o de abrirse al mundo aceptando nuestros defectos. Antoine Doinel es el retrato de François Truffaut, y, en definitiva, el reconocimiento de la propia imperfección.

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