Que nadie se lleve a equívoco con el titular. No nos encontramos ante una película que adapte la mítica novela de Robert Louis Stevenson —John S. Robertson y Rouben Mamoulian ya se encargaron hace muchos años de firmar las mejores versiones que existen al respecto—, pero el atrayente tema de la dualidad de personalidad está muy presente en 'The Haunted Strangler', film dirigido por el artesano Robert Day en 1957, año en el que en el cine británico se produjo toda una conmoción gracias a los éxitos taquilleros de la Hammer, con películas como las dos de Quatermass o 'La maldición de Frankenstein' ('The Curse of Frankenstein', Terence Fisher, 1957). Precisamente el film protagonizado por Peter Cushing inició el ciclo de la productora británica sobre las monsters movies de la Universal.
Paralelamente a la Hammer muchas productoras pusieron en marcha películas con el propósito ya no sólo de competir con la misma, sino con la de sumarse a la fiebre de cintas fantásticas/terroríficas que se produjo en aquella época. Muchas de esas películas terminaron siendo olvidadas, incluso desde el momento de su estreno. Casi todas eran producciones de serie B, con presupuestos más que limitados, y su repercusión a veces fue mínima. Sin embargo, el paso del tiempo una vez más pone las cosas en su justo lugar, y más de 50 años después podemos recordar la calidad de una película que curiosamente también suele permanecer desconocida para los fans del gran Boris Karloff, la auténtica estrella del film.
'The Haunted Strangler', que también conoció el título de 'Grip of Strangler' en la distribución de su país de origen, Inglaterra, narra la historia de James Rankin (Boris Karloff), periodista veterano que investiga crímenes cometidos hace 20 años, por los que fue encontrado un sospechoso y declarado culpable siendo ajusticiado en la horca. Rankin está convencido de que se culpó a la persona equivocada, y ante el rechazo de todos los que le rodean, decide indagar en los hechos para buscar la verdad. Búsqueda que le llevará a descubrimientos inesperados. Al respecto cabe citar que Day construye su film en base a lo que Rankin va descubriendo, haciendo que el espectador vaya por delante de él y sobre todo marcando distintos tonos a lo largo del relato.
Así pues la película se divide en tres actos perfectamente diferenciables entre sí y unidos con habilidad de forma que el film no parezca realizado por segmentos. El primero da comienzo con la ejecución del sospechoso de los horrendos crímenes, mostrada dicha secuencia con mayor brutalidad de la esperada en una producción de estas características. Un hombre que no hace otra cosa que gritar su inocencia es ahorcado ante la terrorífica indiferencia y el repulsivo morbo que despierta semejante acto entre la multitud que allí se encuentra. Day no escatima en detalles escabrosos, tal y como hará en el resto del film, el cual intenta en todo momento escapar de las convenciones del género, consiguiéndolo en buena parte.
Un cuchillo será ocultado en el último momento en el ataúd del ajusticiado, detalle éste que sirve para mostrar al espectador que el fallecido era realmente inocente de los crímenes que le imputaban. El cuchillo se convertirá en un inquietante mcguffin hasta que Rankin da con él, momento en el que el film da un giro de 180º adentrándose de lleno en el terror, y poniendo en bandeja a Boris Karloff la posibilidad de demostrar a lo grande sus innegables cualidades como actor. A pesar de que Karloff no estaba pasando por su mejor momento —los años 30 sin duda alguna— y este film pertenece a su época de decadencia, el actor inglés —que precisamente regresó a su país de origen debido al renacer del cine de terror que allí se produjo—, su interpretación es de las que quitan el aliento, sobre todo en esta parte de la película, donde se muestra la capacidad camaleónica del intérprete. Cerrando el ojo derecho y utilizando una dentadura postiza que le obliga a hacer una mueca desagradable, Karloff construye un personaje verdaderamente temible apoyado también en una actuación gestual de primera.
En ese tramo Day consigue extraordinarios momentos de suspense y terror, centrando su atención en el trabajo de fotografía de Lionel Banes —'Fiend Without a Face' (id, Arthur Crabtree, 1958)—, que de la expositiva claridad del primer tercio pasa a una sombría atmósfera realmente conseguida. El tercer y concluyente acto es una especie de unión de los dos previos, alternando investigación y acción, con un Karloff controlando a la perfección el desbocado trastorno de su personaje. El film logra ir más allá sorprendiendo por la dureza extrema de dos instantes: la vital conversación entre Rankin y su esposa, y el destino final del primero a manos de un carcelero de dudosa moral.
'The Haunted Strangler' no pasará a la historia del cine como un gran película —algunas malas interpretaciones de alguno de sus actores chocan demasiado con la de Karloff, y Day no pone la carne en el asador en todo momento—, pero no merece ni de lejos el olvido en el que parece sumergida. Pero así son las cosas en este arte, más complejo de lo que parece a simple vista y que a veces parece destinado a sucumbir ante el desinterés del espectador. Sin duda, la indiferencia es el peor enemigo del Cine.
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