Ya antes de realizar ‘La naranja mecánica’ (‘The Clockwork Orange, 1971) —para el que suscribe la película más sobrevalorada de la filmografía de su director— Kubrick tenía intención de hacer un film sobre la figura de Napoleón, uno de sus proyectos más ansiados y que finalmente nunca pudo llevar a buen puerto. En su investigación y preparación sobre ese rodaje que nunca tuvo lugar, Kubrick se encontró con la novela de William Makepeace Thackeray, en el que se narraban las aventuras y desventuras de un personaje llamado Barry Lyndon, por lo que empleó parte de esa investigación sumada a la pasión por el tema, en preparar la que sería su primer film de época, en el sentido estricto de la expresión. Jamás veríamos la visión de Krubick sobre el mítico emperador francés, pero a cambio nos regalaría uno de sus trabajos más personales.
Curiosamente ‘Barry Lyndon’ (id, 1975) es la película de Kubrick que más opiniones contrarias ha despertado. Muchos la consideran el trabajo más aburrido de su director, una larga historia sobre un personaje no demasiado interesante, abocada a la supremacía técnica de la que hace gala su máximo responsable. Otros la encumbran como una de las mejores películas de Kubrick, incluso llegan a tildarla como la obra maestra de su realizador. No hay duda de que nos encontramos ante un film difícil, en el que Kubrick no se lo pone fácil al espectador. Pero el mítico director no cede ante el gran error que cometen muchos con el séptimo arte: te lo dan todo hecho y el espectador sólo tiene que sentarse a mirar. Gracias a esa máxima, hoy día tenemos el cine que nos merecemos. Por vagos.
Para llevar a cabo su mastodóntica versión de la novela de Thackeray, Kubrick sí tuvo que ceder ante la principal condición de la productora. La película tendría que estar protagonizada por una de las diez estrellas más taquilleras del año, lista encabezada en aquellos años por Clint Eastwood. Las posibilidades de Kubrick se redujeron a nueve nombres, ya que en el sexto lugar nos encontramos con Barbra Streisand, y por motivos obvios no podía dar vida a Barry Lyndon. Por razones que escapan a la comprensión humana, Ryan O´Neal estaba en segundo lugar —probablemente debido al enorme éxito de uno de los grandes aburrimientos de la historia, ‘Love Story’ (id, Arthur Hiller, 1970)—, y junto con Robert Redford, que ocupaba el puesto número 5, eran los dos únicos candidatos posibles para el papel.
Ambos actores tenían ascendencia irlandesa —Lyndon es irlandés— y eran lo suficientemente jóvenes para el papel, al contrario del resto de actores del top ten. Redford fue la primera elección de Kubrick, pero el actor rechazó la oferta, por lo que al final el papel fue a parar a manos de Ryan O´Neal, para el que suscribe un actor enormemente mediocre que tuvo la suerte de aparecer en títulos hoy imprescindibles, tal es el caso de ‘¿Qué me pasa, doctor’ (What´s Up, Doc’, Peter Bogdanovich, 1972) o ‘Driver’ (‘The Driver’, Walter Hill, 1975). Su presencia física a veces bastaba para componer cierto tipo de personajes, y hay que reconocer que en ‘Barry Lyndon’ el actor está mejor que nunca, sin duda hablamos de la interpretación de su vida.
O´Neal fue de los pocos actores que quedaron encantados con el perfeccionismo que obsesionaba a Kubrick —de ahí que muchos de los que trabajaron con el director, quedaban hartos de sus arduas y extenuantes jornadas de trabajo, en las que Kubrick era capaz de hacer repetir hasta 90 veces una misma toma—, y declaró que había sacado de él lo mejor que podía dar como actor. La aparente inexpresividad de O´Neal es aprovechada por Kubrick para enfrentarla al mundo cruel y decadente de la nobleza retratado en el film. Además, el actor consigue cierta dualidad en su personaje que lo enriquece aún más. Por un lado el aspecto angelical del actor nos hace ver a un Barry inocente, capaz de sentir amor, pero también posee un lado oscuro que le hace ser despreciable hasta límites insospechados. Sirva como ejemplo de esto último la secuencia en la que Barry echa el humo en la cara a su nueva esposa, como señal de desprecio.
La historia de ‘Barry Lyndon’ está dividida en dos actos, y cuenta básicamente las aventuras de un hombre de origen humilde, que desea por todos los medios huir de ese origen y conseguir un título nobiliario de importancia. Tras huir debido a un duelo en el que Barry cree muerto a su oponente, aquél termina participando en la guerra de los siete años. Tras desertar por segunda vez, al lado de un compatriota irlandés con el que conocerá todo tipo de excesos, decidirá cortejar a Lady Lydon única y exclusivamente por su dinero. Una vez casado, seguirá en su mundo de vicios y diversión, gastando una fortuna en intentar ser un noble. A partir de ahí, la desgracia. A diferencia del libro, narrado en primera persona, Kubrick decide utilizar una voz en off omnisciente, que aleja al espectador de la historia, algo totalmente intencionado. Nosotros somos meros espectadores que miramos con prudente distancia, mientras admiramos la puesta en escena de Kubrick, un trabajo colosal cuyo resultado no puede ser más perfecto.
Cada uno de los planos que forman ‘Barry Lyndon’ parecen un cuadro que observar, todo está en su sitio, perfectamente calculado y pensado. La película fue filmada en escenarios naturales, algunos de ellos castillos de verdad en los que Kubrick dio un paso más a la hora de iluminar las secuencias. Suele decirse sobre esta película que no se usó ningún tipo de luz artificial, algo parcialmente falso. John Alcott —que también aparece como extra en la escena de la orgía—, ganador de un merecido Oscar por su labor, se encontró con enormes dificultades debido al rodaje en escenarios naturales. Casi todas las secuencias son una mezcla de luz natural con artificial, salvo una, la muy famosa de las velas, en la que simplemente se utilizó la luz desprendida por dichas velas y unos reflectores. Para conseguir captar algo con la cámara, Kubrick utilizó varias lentes de una cámara Zeiss que tomó prestada de la NASA. Ésta permitía una abertura de diafragma muy grande, pero había un problema, la profundidad de campo prácticamente desaparecía. Kubrick se las ingenió para convertir ese problema en algo satisfactorio. La limitación de movimiento de los actores en la secuencia sirve como retrato de una sociedad aburrida y cansada, algo constantemente subrayado por el director, ya sea en sus escenas/cuadros o mediante la composición de sus actores. Al respecto cabe citar la interpretación de Marisa Berenson como Lady Lydon. Su mirada casi muerta y su eterno silencio muestran esa parte sin vida de la nobleza. De su dolor, ya sea por su marido o sus hijos, somos testigos en secreto.
Y es que Kubrick se guarda los momentos emotivos para los instantes íntimos de sus personajes, y en contra de lo que suele decirse sobre el cine del director neoyorquino, ‘Barry Lyndon’ es una muestra patente de la gran emotividad que desprendían las cintas de Kubrick. Basten citar las secuencias de Berenson gritando literalmente su dolor; la muerte de uno de los mejores amigos de Lyndon en la guerra; o sin ir más lejos, la famosa secuencia del fallecimiento del hijo de los Lyndon, una especie de broma macabra del destino hacia Barry y sus futiles ambiciones. El instante en el que el niño ya moribundo pide a sus padres que nunca más se peleen para así poder verles en el cielo, es una de las secuencias más dramáticas de toda la filmografía de Kubrick.
Con ‘Barry Lyndon’ Kubrick no sólo quiso contar las aventuras de su personaje abocado al poder invisible de la nobleza, sino que también quedan patentes en la películas los temas predilectos del autor, como el asqueo por la violencia o la pequeñez del ser humano ante la grandeza del universo. Para enfatizar esto, Kubrick optó por empezar la mayor parte de las secuencias con un primer plano que va abriendo mediante zoom hasta enmarcar a los personajes en un enorme mundo que les queda demasiado grande. Con su impecable vestuario, hecho a partir de auténticas vestimentas del siglo XVIII, muchos parecen ridículos ante la gran amplitud de los escenarios. Un tono burlón por parte de Kubrick, que además de hablar sobre la pequeñez de los hombres y sus actos, se ríe de ello, mostrando así la patética vanidad del ser humano.
El público no respondió como se esperaba cuando se estrenó la película. Ésta ganó cuatro Oscars técnicos —banda sonora adaptada, fotografía, vestuario y dirección artística—, y su altísimo presupuesto —11 millones de dólares de la época, cuando a Kubrick sólo le dieron dos—, fue recuperado a lo largo de los años, cuando la película fue explotada en el mercado del vídeo y el DVD. En 1980, el realizador cambiaría totalmente de tercio, como era costumbre en él, y se adentraría en el territorio de Stephen King con otra mastodóntica superproducción que supondría uno de sus mayores éxitos.
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