Llegaron John Ford y Sam Peckinpah y nos enseñaron cosas sobre México que no conocíamos. Ford era mi maestro y mi compadre, Peckinpah es mi hijo, no, mi nieto
Son palabras de Emilio Fernández, actor fetiche de Sam Peckinpah y uno de los realizadores mexicanos más prestigiosos de la historia. Así se refería a dos de sus amigos más íntimos, colegas de profesión y tan distintos en sus maneras como alejados en el tiempo. Esa fue una de las frases de un brindis sentido hacia la figura del director de ‘El hombre que mató a Liberty Valance’ (‘Tha Man Who Shot Liberty Valance’, 1962) durante un descanso del rodaje de ‘Quiero la cabeza de Alfredo García’ (‘Bring Me the Head of Alfredo Garcia’, 1974) cuando recibieron la noticia de que John Ford había fallecido. Como anécdota de introducción en la película que hoy nos ocupa cabe decir que Peckinpah aún siendo un admirador de Ford declaró varias veces que sus últimas películas no le gustaban, y especialmente echaba pestes contra ‘Centauros del desierto’ (‘The Searchers’, 1956), film del que le encantaba el libro en el que se basaba. Él siempre fue más de ‘Pasión de los fuertes’ (‘My Darling Clementine’, 1946), algo con lo que no puedo estar más de acuerdo aún pareciéndome genial la cinta protagonizada por John Wayne.
Tras el estreno de ‘Pat Garret y Billy the Kid’ (id, 1973), cuyo rodaje fue un verdadero infierno, Peckinpah se puso rápidamente manos a la obra con su siguiente proyecto, una historia ideada por el propio director junto con Frank Kowalski, director de segunda unidad de ‘Junior Bonner’ (id, 1972) y supervisor de guiones. Finalmente fue Gordon T. Dawson quien ayudó al director a desarrollar dicha idea y convertirla en un guión cinematográfico, Dawson había sido guionista no acreditado en ‘La balada de Cable Hogue’ (‘The Ballad of Cable Hogue’, 1970), otro relato supremo sobre un perdedor.
La premisa encantó a los artífices del film: Un thriller sobre un hombre al que ponen precio a su cabeza, con la particularidad de que dicho hombre ya está muerto. A partir de ese singular esquema Peckinpah construye la que probablemente sea su última gran obra. Aún habría tiempo para filmar alguna que otra excelente película pero si tuviéramos que utilizar el término “obra de arte” o similares para referirnos a los films de Peckinpah es indudable que ‘Quiero la cabeza de Alfredo García’ será la última prueba del enorme talento de un director que siempre estuvo en boca de todos no sólo por su estilo visionario sino también por lo problemático de su carácter a nivel personal. Prácticamente todos sus rodajes fueron un campo de batalla en el que todo el mundo era víctima del mal humor de Peckinpah. Curiosamente el presente film fue uno de los más calmados, salvo unas contadas excepciones y no protagonizadas por él, Peckinaph filmó sin problemas y sin molestar a nadie.
La razón de dicha calma, por llamarla de algún modo, fue que por primera y única vez en su carrera, el director tuvo total control sobre el montaje final de su película. Fueron tan sonados los enfrentamientos entre Peckinpah y los directivos de las productoras que una vez un periodista le preguntó si algún día veríamos un film “cien por cien Peckinpah”; el director corto ni perezoso contestó: “He hecho ‘Quiero la cabeza de Alfredo García, podrá ser buena o mala, gustar o no, pero es mi película”. Mas contundencia imposible. ¿Y qué nos ofrece esta película? Un paso más en las inquietudes del realizador, toda su forma de ver el cine —en definitiva, la vida— reducida en lo que yo considero una lección de síntesis, tanto en la historia como en la puesta en escena. Si en ‘Junior Bonner’ hizo algo parecido pero apartándose un poco temáticamente de su camino, en ‘Quiero la cabeza de Alfredo García’ sintetizó sus inquietudes en una aparentemente sencilla historia, pero tan intensa como sus films más recordados y con el mismo grado de violencia. Una violencia que en manos de Peckinpah era poesía, la catarsis en estado puro.
El Bennie de un impresionante Warren Oates —de estilo totalmente Peckinpaniano a la hora de vestir gafas de sol oscuras, idea del propio actor— es uno de los grandes perdedores del cine, un hombre que toca el piano en un bar de mala muerte en México, rodeado de putas y gente de dudosa calaña. Llevar al terrateniente apodado El Jefe (Emilio Fernández) la cabeza de un tal Alfredo García por haber dejado embarazada a su hija, es la última oportunidad de ser alguien en la vida, el millón de dólares de recompensa puede darle todo lo que él no fue capaz de conseguir. Su viaje para conseguir la prueba de que García ha muerto —sólo él conoce ese dato gracias a Elita, mujer de la que está enamorado y que tuvo una aventura con García— será en cierto modo un viaje de liberación, descubriéndose a sí mismo, aceptando sus errores mientras se agarra a su misión. Como en todo buen viaje de Peckinpah el periplo de nuestro personaje será sin retorno. Una vez más la libertad soñada por un personaje del director será a través de la muerte.
Y antes del explosivo final veremos una viaje lleno de suciedad por lugares llenos de polvo, humo y sin esperanza. La cabeza que se va pudriendo de regreso a la hacienda de El Jefe no es más que un excelente McGuffin introducido por Peckinpah para hablarnos de su particular universo lleno de perdedores, asesinos, y mujeres, las cuales por primera vez en su filmografía son presentadas como mucho más fuertes que los hombres y como las causantes de todo para sorpresa y asombro de todo aquel que tachaba a Peckinpah de machista y misógino. Es la hija de El Jefe quien provoca la situación con su embarazo; más tarde en la abrupta escena de los motoristas es Elita (Isela Vega) quien le da la vuelta a una posible situación de violación; es la muerte de ésta, narrada en un inusitado fuera de campo, la que provoca la sangrienta venganza de Bennie; y finalmente vuelve a ser la hija de El Jefe la que pide a Bennie que mate a su padre cuando lo tiene encañonado, cerrando así el círculo iniciado en la primera escena de la película: una joven embarazada al lado del río bañado por la luz del sol, la única imagen de serenidad y calma del film, una calma que regresará con la muerte de prácticamente todos aquellos que querían la cabeza de Alfredo García.
Una magistral película con la usual mirada triste de su autor. Jerry Fielding, amigo íntimo de Peckinpah pone la música, y además de Oates, Vega y Fernández, hay inolvidables composiciones de Kris Kristofferson, que prácticamente realiza un cameo, Robert Webber y Gig Young dando vida a dos asesinos implacables de ocultas connotaciones homosexuales. El film fue recibido duramente por la crítica, uno de los pocos que la defendió en su momento fue el prestigioso Roger Ebert que la tildó de obra maestra anotando que sería un film muy recordado gracias a su dureza. No se equivocó.