Siempre hay que recordar que Stephen King ha recorrido más senderos aparte del terror en su obra, especialmente para poder colocarlo como lo que es: uno de los autores más importantes de la literatura del siglo XX. Es cierto que hacerlo puede infravalorar la importancia de la la literatura de género, pero es importante tener rango.
Por supuesto, muchas de sus adaptaciones han recorrido el fantástico, ya que allí han estado varios de sus grandes éxitos. Pero una película de King es algo muy maleable porque así es también su obra, y los que mejor la entienden pueden crear películas trascendentales que se mantienen siempre en el recuerdo como ‘Cadena perpetua’.
La redención recluida
La aclamadísima adaptación cumple ya 30 años de su estreno en cines, donde fue un relativo fracaso y tras el que tuvo que ir generando una inmensa reputación de culto que la llevó a 7 nominaciones al Oscar y a ser una de las películas mejor valoradas de la historia. Frank Darabont nos emociona de la mano de los excelentes Tim Robbins y Morgan Freeman en esta joya que se puede ver en streaming a través de Max y de Netflix.
Andrew Dufresne es enviado a la prisión de Shawshank, donde deberá cumplir cadena perpetua al ser encontrado culpable de asesinar a su esposa. Allí se va ganando la confianza de sus compañeros prisioneros, como el afable Red, y también de la dirección de la cárcel para hacer más digerible el tiempo de reclusión. Al menos hasta tomar la peligrosa decisión de fugarse.
Darabont hizo aquí su primer largometraje cinematográfico, y desde bien temprano muestra las exquisitas cualidades que le hicieron un director de renombre además de gran adaptador de King. Supo apreciar el pulso del momento, tomando la sensibilidad del cine adulto y comercial de los noventa para hacer completamente natural el ponernos de lado de aparentes criminales o gente que ha cometido increíbles atrocidades.
‘Cadena perpetua’: arrepentimientos y libertad
El mundo de la prisión está fabulosamente planteado y mostrado, y los personajes pueden moverse a través del mismo con total naturalidad. Sus relaciones, especialmente la existente entre los personajes de Robbins y Freeman, destilan una gran sensibilidad que puede caer en ciertas lágrimas fáciles, pero no en la cursilería insoportable. Hay una complejidad latente en el núcleo de estas relaciones que engrandece la historia.
Todo con una realización narrativa y visual exquisita, fotografiada con excelencia por el maestro Roger Deakins. Así consigue entrelazar bien aspectos como el deseo de libertad o los arrepentimientos que son explorados tan bien por un autor como King, y aquí se engrandecen para dar forma a una gran película. Décadas después, nadie parece cansarse de ella.
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