Abran paso, llega el nuevo canon cinematográfico. Despejo la tarde para poder realizar la tarea de darle a la nueva mejor película de la historia (según la encuesta realizada por Sight & Sound). Móvil apartado, ambientación apropiada para no desviar mi atención de las más de tres horas que siguen la estela de 'El ladrón de bicicletas', 'Ciudadano Kane' y 'Vértigo'.
Así, 'Jeanne Dielman, 23, quai du Commerce, 1080 Bruxelles' se me presenta en todo su esplendor. Más de tres horas donde Chantal Akerman observa la vida de una mujer, tan constante e inmutable: recados, tareas domésticas, comer con su hijo estudiante o a veces sola. Y, cuando asoma la noche, ejerce la prostitución para conseguir los ingresos que están faltando tras la muerte de su marido.
La experiencia es... una de las más pasivas que he tenido viendo una película, por así decirlo. Durante esas tres horas estas mirando cómo una cámara fija captura la invariabilidad de una existencia bastante enclaustrada y carente de muchas excitaciones. Colecciones de momentos muy estáticos donde debes mantener la atención puesta en las ligeras variaciones que irán conduciendo lentamente a un "clímax" más intenso que resulta inevitable y violento, pero siempre desde los parámetros marcados desde el inicio.
Un viaje diferente
Dicho así suena a una experiencia aburrida. Convencionalmente hablando, puede serlo. 'Jeanne Dielman' no está ofreciendo una conmovedora exploración de la vida de una mujer asfixiada entre cuatro paredes (presentes incluso cuando sale a la calle), ni tampoco te muestra turbulencias que remuevan la experiencia. No lo hace porque es posible que Akerman en 1975 no dispusiera de los medios, pero también porque considera que la historia no los requiere.
Durante el trayecto de 'Jeanne Dielman' mi cerebro se queda sosegado. Algunos dirán que adormecido, pero no es el caso, porque no puedo quitar la mirada de las imágenes, por mucho que la inmovilidad pueda ser el mayor desafío a la paciencia. Sin darte realmente cuenta, Akerman te ha invitado a quedarte en la rendija de la puerta a observar a esta mujer y has terminado dentro de su estado mental. Tanta monotonía está corroyéndote lentamente y te está volviendo impaciente.
Su utilización de las imágenes y seguimiento de la rutina puede parecer lo más simple del mundo (aplicable a cualquier cinta de arte y ensayo), pero la realidad es que funciona a poco que decidas darle el beneficio de la duda. Su estiramiento del tiempo cinematográfico es un completo desafío a las convenciones que crea una experiencia distinguible y consigue transportarte a la perspectiva de un personaje sin recurrir a dramatismos clásicos del cine de entretenimiento.
¿No es, acaso, eso digno de celebración desde un punto de vista técnico? 'Ciudadano Kane' ha sido ampliamente celebrada por muchos motivos, entre ellos su revolución del lenguaje cinematográfico mientras mantiene un pie en el clasicismo. No es tan diferente en concepto de lo que Akelman hace aquí, aunque la ejecución sea radicalmente distinta. Esta abriendo una puerta a una manera diferente de cómo contar historias que ha arraigado en determinadas ramas del cine independiente.
Las imágenes no sólo están invitándote a fijarte en las variaciones ligeras que se producen en actividades repetidas, sino que puedes encontrar en ellas detalles de otros cineastas que te gustan. Su manera de explotar los instantes que se producen entre "momentos dramáticos" y que una película convencional omite deliberadamente me lleva al Terrence Malick de la última etapa, también interesado en construir una historia a través de esos momentos que ocurren entre "las cosas que pasan".
Su manera de mostrar la prostitución desde un prisma gris y falto de emoción, como fichar en una oficina pero desde un ambiente más clandestino, me trae también a la mente 'Chicas de Nueva York', una relativamente desconocida gema de Lizzie Borden sobre un grupo de trabajadoras sexuales en un burdel de lujo. Al igual que ella, también tiene flotando la cuestión de la explotación en torno a la libertad que realmente poseen, especialmente en un sistema que hace poco por proteger.
'Jeanne Dielman, 23, quai du Commerce, 1080 Bruxelles': el otro gran cine
Todo esto, por supuesto, es la moto en la que me decido subir mientras veo la película, que no es precisamente la que Akerman tenía en mente ya que su obra precede a todo lo que acabo de citar. Pero viajar con una película también implica eso, especialmente en películas como esta que no se ciñen a una interpretación única y deciden que sea el espectador que decida qué le transmite lo que ve. Aunque lo pueda perder. Eso no entra en mi definición de aburrimiento.
Sin duda, los directores y críticos que han votado para Sight & Sound le han puesto una papeleta muy complicada a la película. Porque 'Jeanne Dielman' es realmente una experiencia audiovisual diferente y digna de celebración, al igual que una dura fachada contra la que te puedes estampar, especialmente si esperas que justifique su primera posición desde el primer minuto. No lo hace, porque nunca aspiró a ello.
Siendo justos, ninguna película puede sobrevivir a ese escrutinio. Por ello la mejor manera de abordarla no es frontal, es pasiva. Tienes que estar dispuesto a aburrirte para descubrir que igual esa es justo la sensación que deberías estar sintiendo. Yo, en cierto modo, lo he hecho, y por eso me ha encantado 'Jeanne Dielman' y encontrado muchas cosas en ella. Aunque nunca me gustará tanto la película como el movimiento de trolleo que supone coronar una película como esta para que más de uno se choque de manera espectacular.
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