'Gloria y hambre', de William A. Wellman

'Gloria y hambre', de William A. Wellman
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En el especial sobre Clint Eastwood que os estamos ofreciendo a lo largo de los últimos y venideros meses, nos paramos en una película muy influyente en la carrera del actor: ‘Incidente en Ox-Bow’, una de esas películas cuyo visionado no se olvida, porque es de los que dejan huella. El director de esa joya era William A. Wellman, nombre que a los que les gusta el cine no les dirá nada, pero a los cinéfilos sí. Wellman pertenece a una serie de realizadores ya perdidos, pero cuya huella ha quedado impresa con oro puro en la historia del cine.

Firmante de películas imprescindibles como ‘El enemigo público’ (en un excelente episodio de la tercera temporada de ‘Los Soprano’ rinden un sentido homenaje a este film), la mencionada ‘Incidente en Ox-Bow’ (cuya visión de la maldad del ser humano es insoportable), ‘Beau Geste’ (uno de los mejores relatos de aventuras jamás filmados, con un lirismo arrebatador) o ‘Fuego en la nieve’ (film antibélico, cumbre en el género), Wellman se caracterizó por una narración sencilla (que no simple), directa, y sus películas poseían un cierto regusto de denuncia que aún siguen vigentes. ‘Gloria y hambre’ es uno de sus trabajos menos conocidos, pero pueden apreciarse todas las cualidades de Wellman.

‘Gloria y hambre’, cuyo título original es ‘Heroes for sale’ (mucho más indicativo de por dónde van los tiros en la película) dura apenas una hora y cuarto, algo impensable hoy en día, sobre todo si se quisiera contar la misma historia que aquí. La capacidad de síntesis que Wellman (y otros realizadores coetáneos en aquella época) implanta en su relato, hace que no sea necesario utilizar más metraje del necesario. En tan sólo cinco minutos se presenta la siguiente situación: durante la Primera Guerra Mundial un grupo de soldados son enviados a una misión suicida en la que deberán apresar a un mando alemán para poder interrogarlo. El jefe del pelotón resulta ser un cobarde, siendo su mano derecha quien consiga al prisionero, entregándoselo a su jefe justo cuando cae herido y dado por muerto. Será el que se comportó como un cobarde el que vuelva a casa lleno de honores y gloria, mientras que el que ha sido dado por muerto es liberado al final de la Guerra, volviendo a casa sin ningún tipo de reconocimiento.

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A partir de ese momento Wellman no deja títere con cabeza en el retrato social, muy típico de la década de los 30, a través de la historia de un hombre que para lograr ser alguien en la vida tiene que ganárselo con el sudor de su frente, mientras que otros, cargados de falsos honores lo obtiene absolutamente todo. El mundo es de los falsos héroes, mientras que los hombres de verdad, el héroe anónimo, está a la merced de los tiburones de los negocios. Muchas serán las penurias que el personaje central del film tendrá que pasar hasta lograr ser alguien, mientras forma una familia y se gana el respeto y admiración de los suyos, gracías al tesón y trabajo duro.

Pero ‘Gloria y hambre’ no concede cesiones al espectador, que desea en todo momento ver triunfar al hombre normal y corriente, con el que se siente totalmente identificado. En su tramo final, Wellman centra las situaciones en el contexto histórico del crack de 1929, en el que el desastre es aún mayor. Todo el mundo, incluido aquel cobarde que se llenó de gloria a costa de su compañero y amigo, está al mismo nivel social que aquél. El orgullo se deja de lado, no hay escalas de poder, y el mal es un mal común a todos. Curiosamente Wellman comete, a mi juicio, un error de tono, cayendo en un innecesario subrayado. Cuando vemos que no hay solución posible a los problemas de uno (de todos) los personajes, y la esperanza si existe está bien lejos, se refuerza la figura central de la historia como un hombre que lo ha dado todo por los suyos, valeroso y comprensivo, y sobre todo, emprendedor. Esto ya queda muy claro en el resto de la película, por lo que esa repetición, en la que prácticamente se llega a insinuar cierto carácter mesiánico en el personaje central, agua un poco la extrema dureza del relato.

Richard Barthelmess y Loretta Young encabezan un excelente reparto en el que incluso podemos encontrarnos con James Murray (protagonista de una de las películas más pesimistas de toda la historia, ‘Y el mundo marcha’) dando vida a un soldado ciego. Un plantel perfecto para una película que no alcanza la grandeza de otros títulos de Wellman, pero deja ese excelente sabor que las obras de los grandes clásicos dejan, y más aún cuando 76 años después de la realización de ‘Gloria y hambre’, ésta tiene si cabe más vigencia en el momento actual.

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