De un tiempo a esta parte, veo más cine clásico que nunca. Cuando tuve la suerte de conocer al señor Alberto Abuín, y tuvimos nuestras primeras charlas cinéfilas, me animó a olvidarme de tanto cine moderno, aun cuando yo siempre buceaba más allá de las fronteras norteamericanas; desde entonces, presté mucha más atención a los clásicos, y poco a poco me ha ido conquistando hasta que, ahora, es rara la semana en la que no vea unas cuatro películas filmadas antes de los años setenta (¿podemos considerar esa década como barrera?). Y si no veo más es porque tengo que (y quiero) estar pendiente de lo que se estrena cada viernes.
Pero es ya casi un hecho (faltaría algún tipo de medida científica que lo demostrara, pero parece algo indiscutible) que si un cinéfilo sólo consume estrenos, acaba desfalleciendo poco a poco y, eventualmente, muriendo, o lo que es lo mismo, mutando en otro tipo de consumidor, con encefalograma plano. Así que acudir al DVD (y a lo otro que dicen que es ilegal, y conste que sigo hablando de cine) es la única vía para que el cinéfilo siga sano y vivo. En una de mis últimas visitas a cierto centro comercial que este mes dispone de unas irresistibles rebajas, adquirí un puñado de películas entre las que se encontraba la apetitosa ‘El sorprendente Dr. Clitterhouse’.
La película, dirigida por el ucraniano Anatole Litvak (entre cuyos trabajos se encuentran ‘Ciudad de conquista’, ‘Voces de muerte’ o ‘La noche de los generales’), cuenta con un cartel en el que destacan los rostros de Edward G. Robinson, Humphrey Bogart y Claire Trevor, envueltos en una trama de misterio, suspense y crimen (en teoría), por lo que es una compra de lo más interesante, teniendo también en cuenta que la Warner ha cuidado bastante las ediciones de sus clásicos, acompañándolos de una serie de contenidos extra que se agradecen mucho (lo normal en estos casos es el menú y unas escuetas fichas informativas).
‘El sorprendente Dr. Clitterhouse’ (‘The Amazing Dr. Clitterhouse’, 1938) fue primero una exitosa obra de teatro escrita por Barré Lyndon, cuyo libreto fue convertido en guión de cine por John Huston y John Wexley. La película nos presenta a un hombre fascinado por el crimen y por las consecuencias físicas y psicológicas que éste provoca en quienes lo cometen. El Dr. Clitterhouse (Robinson), un adinerado y prestigioso doctor de la ciudad de Nueva York va a ir más allá de lo que aconseja el sentido común y está dispuesto a correr todos los riesgos cuando decide experimentar por sí mismo la delincuencia, con la intención de mejorar su investigación y que sus resultados sean indiscutibles.
Así que el doctor se convierte en poco tiempo en un hábil e impecable ladrón de joyas, aprovechando sus excelente relación con la alta sociedad, lo que le libera de toda sospecha. La policía está perdida y los robos siguen produciéndose. Sin embargo, Clitterhouse tiene un problema: ¿cómo se deshace de las joyas robadas? A través de sus contactos policiales, consigue ponerse en contacto con Jo Keller (Trevor) y formar parte de su banda.
En ese banda también está el duro “Rocks” Valentine (Bogart), a quien no le cae bien el doctor, especialmente desde que descubre que la jefa se está fijando mucho en él. Valentine desconfía de las intenciones de Clitterhouse, a pesar de que sus planes son infalibles y se están forrando con los robos. Tras uno de esos trabajos, donde el criminal intenta deshacerse del doctor, éste decide que su investigación está completa; deja la banda y vuelve a su consulta, con la esperanza de terminar su inminente obra. Pero ha dejado un rastro que Valentine va a seguir…
Lo que más llama la atención de ‘El sorprendente Dr. Clitterhouse’ es su inusual mezcla de géneros y de tonos, resultando que a lo largo de sus ajustados noventa minutos hay sitio para el cine negro, la comedia, el suspense e incluso el drama judicial. El cóctel es peligroso, pero Litvak consigue mantener el equilibrio, apoyado en un estupendo reparto en el que sobresale el extraordinario Edward G. Robinson, que una vez más se mete en su personaje de forma asombrosa. Curiosamente, parece ser que a Humphrey Bogart nunca le gustó esta película, y se refería a ella como ‘El sorprendente Dr. Clitoris’; lo cierto es que su trabajo es impecable, se le daban muy bien estos papeles antes de que Huston lo pusiera al frente de ‘El Halcón Maltés’, dando un giro a su carrera.
La película sale ganando en las secuencias donde Robinson se interna en el mundo criminal, culminando en la violenta y oscura secuencia del chantaje, y pierde fuerza con algunos momentos cómicos mal calzados. Por otro lado, se abusa de los diálogos explicativos, especialmente en boca de Clitterhouse, sobre su trabajo de investigación, y tampoco está muy acertada la secuencia del juicio, llegando a importar poco el importante veredicto del jurado. Pese a todo, los aciertos son mucho mayores que los errores, y la película se disfruta de principio a fin, presentando una interesante historia llena de sorpresas, tensión, humor y excelentes interpretaciones.
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