‘El rostro impenetrable’ (‘One-Eyed Jacks’, 1961) es un proyecto que sufrió mil cambios antes de terminar siendo lo que es: uno de los westerns más extraños jamás filmados. Su gestación partió de la novela ‘The Autentic Death of Hendry Jones’ de Charles Neider, obra que en realidad hacía referencia sobre las andanzas de Billy el Niño. El primer guión fue escrito nada más y nada menos que por Sam Peckinpah, por aquel entonces un completo desconocido en el mundo del cine, aunque no en el de la televisión. Como director hizo acto de presencia Stanley Kubrick que ni corto ni perezoso echó al futuro director de ‘Grupo salvaje’, quien en años posteriores reconoció dos secuencias del film como suyas. En 1973, Peckinpah hizo ‘Pat Garret y Billy the Kid’, donde curiosamente rescató a dos de los actores secundarios de ‘El rostro impenetrable’.
Pero Kubrick no pudo terminar la película porque chocó de narices con alguien cuyo ego y narcisismo superaban con creces a los del director de ‘Senderos de gloria’: Marlon Brando, que como era el que mandaba, le dio un puntapié a Kubrick, y el mundo entero se quedó sin saber qué habría hecho éste con un western. Aún así, en el resultado final quedaron resquicios del talento de dos personalidades que darían mucho que hablar en años posteriores.
‘El rostro impenetrable’ narra la historia de una amistad traicionada, la de Rio y Dad Longworth, dos bandidos que huyendo en México de un robo, uno de ellos (Longworth) tiene que dejar al otro atrás para ir en busca de ayuda. Pero Dad decide dejar a Rio a su suerte, quien pasa cinco años en una prisión mexicana, hasta que un día huye de ella, y busca a Dad para vengarse. Como puede verse, éste era un material idóneo para que Peckinpah realizase el guión, aunque la escritura final es de Guy Trosper y Calder Willingham, quienes bajo la supervisión de Brando (uno de los actores más poderosos que han existido), quisieron plasmar un western atípico, con buenos no muy buenos, y malos no tan malvados. Una historia compleja llena de grises, tal y cómo lo expresaba Brando, quien se quejó de que al final la productora hiciese una película más accesible y convencional de lo que él realmente hizo. Su montaje tenía una duración de cinco horas, quedando la cosa en dos horas y cuarto. Probablemente estaríamos hablando de una película totalmente distinta a la que tenemos, pero nunca sabremos si mejor o peor. En el primer caso, tendría que haber sido una obra maestra.
El film supone la única película de Marlon Brando como director, experiencia que no debió satisfacerle demasiado ya que no repitió detrás de las cámaras, muy probablemente por no poder hacer nada ante la imposición de la productora de que recortase el film. Sea como fuere, lo cierto es que su inexperiencia como director fue notada por todo el equipo de rodaje, que tuvo que aguantar como Brando se extendía en los días de filmación, o como se pasaba horas sentado frente al mar preparándose psicológicamente para una secuencia (los inconvenientes del Actor´s Studio). Con todo lo problemático que fue el rodaje y la postproducción, hay que decir que ‘El rostro impenetrable’ (imperdonable y casi ridículo título español) es una gran película, no exenta de fallos, pero con un poder de fascinación que aún a día de hoy sigue totalmente vigente.
Y es que hay algo de enigmático y atractivo en una historia que se sustenta sobre todo en un esquema clásico, la típica historia de buenos y malo, bañada de apuntes ambiguos, interpretada de forma soberbia por casi todo su reparto, y enfatizada por un Brando que, tras las cámaras, dota a la película de una extraña atmósfera que la enriquece. Uno de sus aspectos más llamativos es que está ambientada al lado del océano, todo lo contrario a la mayor parte de los westerns. Un océano que parece funcionar de catalizador de los sentimientos encontrados de Rio, quien por un lado desea cumplir su venganza, aunque sabe que eso acabará con él, o empezar una nueva vida olvidando todo rencor. Puede notarse en dicho personaje cómo Brando actor choca con Brando director; su interpretación es buena, pero queda en segundo plano ante su ofuscación cuando se filma a sí mismo. Todos los planos en los que aparece, parecen los más grandes planos jamás filmados en todos los aspectos, hasta en su intimismo resulta épico, autocomplaciente, desgarrador, contemplativo y muy confiado de sí mismo. Extraña mezcla de cualidades que representan lo mejor y lo peor de la película.
Afortunadamente, ‘El rostro impenetrable’ contiene muchas más secuencias en las que Brando no esté intentando parecer un Dios, y es precisamente el actor quien las consigue. Todo en lo que interpretando da lugar a un clarísimo divismo, resulta lo contrario a la hora de dirigir al resto del reparto. Brando deja a sus actores libres, consiguiendo éstos lo que todo actor persigue: que no se note que está interpretando, ser el personaje. Karl Malden se come enterito a su compañero de reparto, con el que ya le unían dos experiencias previas, ‘Un tranvía llamado deseo’ (‘A Streetcar Named Desire’, Elia Kazan, 1951) y ‘La ley del silencio’ (‘On the Waterfront’, Elia Kazan, 1954). Su personaje se ama y se odia al mismo tiempo, y su relación con el de Brando es de lo más conseguido del film (¿ecos de Peckinpah?) A Longworth le mueve la codicia, conseguir dinero, un estatus, y sobre todo, tener controlado un mundo en el que él es el jefe; por la contra en la larga y espléndida secuencia de la fiesta, Longworth es un ser encantador, un perfecto padre y devoto esposo, alguien dedicado a su pueblo, a su gente, y nada haría pensar que tras esa fachada (ojo, no falsa) se esconde un ser que puede ser muy despiadado. Malden en su salsa.
Katy Jurado, Slim Pickens, y cómo no, Ben Johnson componen inolvidables personajes, tal vez un pelín descuidados por ese excesivo recorte de metraje, pero no dañados. Rostros algunos de ellos que parecen haber nacido para pertenecer por derecho propio al género del western, sobre todo en el caso de uno de los mejores amigos de John Ford, que da vida a Bob Amory, que le propone a Rio dar un golpe en el pueblo en el que el amigo que le traicionó es el sheriff, dato con el que Amory jugará todo el tiempo en beneficio propio. Brando hace gala de una sorprendente sobriedad a la hora de filmar a sus secundarios y sus pequeñas historias, utilizando muy inteligentemente los espacios (esa casa al lado del mar, el interior del bar, etc) logrando estar muy inspirado en la planificación. Los tiroteos de la película son una lección de montaje y creación de tensión.
Tal vez ‘El rostro impenetrable’ termine de forma precipitada (aunque el duelo es antológico), pero al menos se atreve con un falso final feliz, esa cabalgada final hacia ninguna parte. La extraña sensación que dejan en el recuerdo las imágenes del film sobrevive de forma inesperada al paso del tiempo, y es ése el misterio de una película intrigante en sí misma, que nos muestra a un director ambicioso, minucioso (tal vez se le pegó de Kubrick) y con personalidad, por mucho que el propio actor renegase del montaje final. Mientras pienso en lo que hubiera sido capaz de hacer Brando si hubiese dirigido más películas, me retiro a mis aposentos a escribir sobre el film de terror más ridículo de los últimos años.