Me ha sorprendido, incluso agradado, que en esta magna sección se haya votado una cinta de cine clásico, aunque realmente habría que encuadrarla en la etapa en la que el cine empezaba a cambiar considerablemente debido entre otras cosas a la poderosa competencia de la televisión. De hecho si pensamos en muchas sitcoms posteriores —una de ellas, relativamente reciente, cuyos personajes eran seis amigos, tontos de remate, que compartían piso y experiencias, sobrevalorada donde las haya— la influencia de una película como ‘Descalzos por el parque’ (‘Barefoot in the Park’, Gene Saks, 1967) es innegable. Se trata de una de las películas más emitidas por la pequeña pantalla a lo largo de los años, y supuso el primer guión cinematográfico del prestigioso Neil Simon, quien a partir de entonces convertiría en oro casi todo lo que tocase.
Basada en la obra teatral de idéntico título, esta ya había sido protagonizada por Robert Redford en Broadway, quien tuvo una oportunidad de oro en su traslado al cine. El actor venía de coprotagonizar un par de películas con Natalie Wood, a quien se le ofreció en principio el papel femenino, y sobre todo por participar en el gran éxito ‘La jauría humana’ (‘The Chase’, Arthur Penn, 1966), estupendo film en el que también se notan los orígenes televisivos de su realizador. Redford se consolidaba con este film como uno de los actores del momento, cuya trayectoria posterior conocemos todos —ejem—, uno de esos actores que demostraron con el paso del tiempo que la naturalidad podía ser la mejor herramienta para un actor que en pantalla transmite la extraña sensación de que el noble oficio de la interpretación es algo muy fácil. Sin embargo, ‘Descalzos por el parque’ destaca sobre todo por la labor de sus secundarios.
La historia del film nos narra los inicios del matrimonio entre Paul, un joven abogado algo conservador y Corie, una mujer guapa y loca como la vida misma. Tras pasar una muy íntima luna de miel en un hotel, en la que ya quedan claras las diferencias de caracteres entre ambos, se disponen a compartir piso en pleno New York. Allí, en muy pocos días tendrán tiempo para darse de narices con lo que supone estar casado, algo que no sólo deducirán de sus propias experiencias en la convivencia diaria, sino de la relación con uno de sus estrafalarios vecinos, y con la madre de Corie, Ethel. Digamos que ‘Descalzos por el parque’ ofrece tres cosas, la relación entre el matrimonio protagonista, su interacción con vecino y madre/suegra, y la relación de los dos últimos, momentos en los que el film sube muchos enteros. El resto, dejando a un lado el excelente trabajo de Simon, no está a la altura de lo que yo recordaba de este film, cuya revisión le ha hecho bajar unos pocos puntos. Así son los ejercicios de revisión, a veces agradan, otras decepcionan, otras no varían, pero siempre necesarios.
La película posee un ritmo endiablado gracias sobre todo a la velocidad de los espléndidos diálogos, obra y gracia de Neil Simon, sin duda el verdadero artífice. No hay más que comparar los diálogos de esta película con los actuales, y veremos hacia dónde ha caminado el siempre difícil mundo de la comedia, al menos en lo que a guiones se refiere. Aún así hay partes de la trama que se han quedado algo viejas, por mucho que el tema sea el atemporal sentimiento amoroso. Encuentro más de una situación forzada entre el joven matrimonio, sobre todo en su parte final, cuando a ella le entra la neurosis de querer divorciarse. Los motivos son una estupidez sin fundamento, y aunque las intenciones de Simon sean precisamente reflejar las tonterías por las que a veces discuten las parejas, sobre todo cuando se enfrentan al matrimonio, en el film parece metido a calzador. La comedia ahí no funciona del todo.
Robert Redford y Jane Fonda, que por aquel entonces era un sex-symbol y muy merecidamente, se compenetran bastante bien, aunque debo reconocer que ella logra sacarme de quicio alguna que otra vez, y es que no puedo con ese tipo de personajes; mujeres supuestamente libres, locas y originales, que en el fondo esconden un conservadurismo de lo más atroz, fingiendo en todo momento su forma de ser, por no hablar de las contradicciones en las que suelen caer. Por la contra los trabajos de Charles Boyer y Mildred Natwick —justamente nominada al Oscar— están simple y llanamente sensacionales, dos actores en estado de gracia que roban todos y cada uno de los planos en los que aparecen, él como el vecino del ático, estrafalario, encantador y seductor empedernido, ella como madre de Corie, preocupada por su hija y sin amor en su vida. ¿Necesito decir que ambos personajes están hechos el uno para el otro y encajan a la perfección funcionando con la precisión de un reloj suizo?
Es ahí donde ‘Descalzos por el parque’ me cautiva, en el dibujo, a través de la comedia loca y desenfadada, de esos dos personajes en su otoñal vida, como metáfora al famoso dicho de que el amor no tiene edad —sé de alguna que de sólo oír esta frase empieza a temblar de miedo—; y es una verdadera pena que en su segunda mitad dichos personajes desaparezcan de la función para pasar a ser meros espectadores de una reconciliación tan previsible como falsa. Y es que la verdad en esta comedia se palpa en los roles de Boyer y Natwick, que a través de la experiencia convierten en nuevo algo tan viejo como el propio ser humano. Gene Saks, que aquí pecaría de una puesta en escena algo anquilosada, volvería otra vez de la mano de Neil Simon, a tratar las relaciones en su siguiente film, la desternillante ‘La extraña pareja’ (‘The Odd Couple’, 1968), aunque esta vez se trataría de una muy especial, pero eso es otra historia.
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