Tras el exitazo de ‘Duro de pelar’ (una de las películas más accesibles y menos complicadas de todas cuantas protagonizó Clint Eastwood), el actor volvió a verse con Don Siegel, amigo y mentor, en ‘Fuga de Alcatraz’, film de un denominado subgénero carcelario, película en la que ambos alcanzaron una de las cumbres de sus respectivas carreras. Hacía 8 años (estamos en 1979) que Eastwood y Siegel no coincidían profesionalmente, muy probablemente porque el alumno había cogido ventaja al maestro y Siegel realmente ya no estaba para muchos trotes. Estamos hablando de la última gran película de Siegel, tras la cual hizo las menores ‘Golpe audaz’ y ‘Jinxed!’ (de la que os hablaré en el especial de Sam Peckinpah, ya que le ayudó a dirigirla).
Richard Tuggle adaptó el libro de J. Campbell Bruce, en el que se narraba la famosa fuga por parte de tres hombres de la prisión más segura de los Estados Unidos: Alcatraz, la cual ha sido elevada a la categoría de mito gracias sobre todo al cine. Basado pues, en hechos reales, el guión se centra sobre todo en la fuga en sí; Tuggle estaba convencido de que el actor idóneo para dar vida al cerebro del plan (Frank Lee Morris) era Eastwood, y cuando Siegel leyó el guión llegó a la misma conclusión, por lo que no le fue demasiado difícil convencer a su amigo de que interpretase el papel principal.
El libreto de ‘Fuga de Alcatraz’ es uno de los más elaborados de la década de los 70, un guión que podríamos calificar como perfecto. Con pocos elementos se construye toda una odisea que además de describir al detalle todo un laborioso plan para escaparse de la prisión, nos describe como pocos a una serie de personajes de lo más fascinante, entre los que sobresale el central, Frank Lee Morris, prácticamente una leyenda. En la Paramount (Eastwood y Siegel trataron con ellos porque consideraban mala la promoción que la Universal había dado a las anteriores películas producidas por la Malpaso) querían que en el prólogo se explicase todo el pasado de Morris, algo a lo que Siegel se negó en redondo. El experto director (recordemos, uno de los mejores narradores que ha parido el cine, así de claro) explicó que cuantos más detalles se den de un personaje, cuanto más se trate de definirle psicológicamente, menos fuerza tendrá, más irreal será. Dejar al espectador el imaginarse cosas, gracias a la sutileza, es una decisión mucho mejor, y ésta es precisamente una de las principales características de Eastwood como director: la sutileza. En ese aspecto, ‘Fuga de Alcatraz’ es toda una lección de cine.
El inicio no puede ser más sugerente. En una noche lluviosa, fotografiada magistralmente por Bruce Surtess (grande entre los grandes), se narra la llegada de Morris a la prisión, cual figura fantasmal que llega de otro mundo para permanecer de por vida en un lugar en el que la libertad sólo es un sueño. Su imperturbable silencio define a Morris como alguien parco en palabras, reservado y con un toque de misterio. Más tarde, en su primera charla con el alcaide (excelente Patrick McGoohan), descubrimos por la ficha que éste tiene en su despacho, que Morris posee un coeficiente de inteligencia superior, detalle que se nos desvela justo después de darnos cuenta de que uno de los cortauñas que el alcaide tenía en su mesa ha desaparecido; al plano siguiente, Morris lo está utilizando en su celda escondiéndolo en el tacón de su zapato. El personaje queda así lo suficientemente definido: observador y callado. El resto queda a la imaginación del público, cuando poco a poco se nos va desvelando algo más de su personalidad, siempre con esa sutileza antes mencionada.
Ahí está la famosa conversación entre Morris y English (Paul Benjamin), el jefe de los reclusos negros, sentado en lo alto de las gradas del patio (las cuales señalan la jerarquía de la minoría negra en la prisión). English le recrimina a Morris el no haberse sentado a su lado, creyendo que es porque tiene miedo o simplemente odia a los negros; Morris sentándose casi pegado a él le espeta que realmente odia a los negros, ganándose al instante la simpatía de English. Morris es duro cuando tiene que serlo (el preso que lo elige como juguete sexual), pero también hace cosas que le alejan de esa dureza (se lleva en su fuga al ratón/mascota de un compañero fallecido, o se interesa por el estado de un preso al que le han retirado su derecho a pintar). Así pues, es un personaje que entra de lleno en la iconografía del propio Eastwood. Tuggle no se equivocaba cuando decía que satisfaría por completo a los seguidores del actor.
Don Siegel se inspiró en parte en ‘La evasión’, la obra maestra de Jacques Becker de la que os hablaba hace unos días, sobre todo en la exposición del plan de fuga, donde todo está explicado al mínimo detalle con un realismo casi aterrador. Al igual que en el film de Becker, Siegel filma siempre en el interior de la prisión, pero se arriesga con éxito en el inicio, con esa llegada de Morris desde el exterior, un exterior oscuro, indefinido, como si fuera de los muros de la prisión no hubiese absolutamente nada. También en las escenas del patio puede verse en el horizonte la línea de una San Francisco difícil de alcanzar, y que representa la libertad. El resto del tiempo, Siegel nos hace sentir la claustrofobia de una prisión que se cerró al poco del primer intento de fuga con supuesto éxito. La película se rodó en la verdadera Alcatraz, por lo que la sensación de realismo no puede alcanzar cotas más altas, aparte de que Siegel opta a veces por un tono casi documental en lo que se refiere a la fuga en sí. Además los hechos ocurrieron en la vida real, sin que nunca se supiese si Morris y sus dos acompañantes (había un cuarto hombre que no se atrevió a irse con ellos) tuvieron éxito, simplemente no encontraron sus cuerpos. Siegel deja a manos del espectador el decidirlo, otro de sus aciertos.
‘Fuga de Alcatraz’ es una película en la que los gestos cobran una vital importancia, mucho más que las acciones en sí. Eso puede apreciarse sobre todo en el personaje central, uno de los mejores que han podido caer en manos de Eastwood actor, observemos los pequeños detalles alrededor de su persona en instantes como el del despacho del alcaide, lo cuidadosamente que lleva a cabo su plan de evasión, la forma de tratar a su compañeros, a los guardianes. En definitiva, Morris es uno de esos personajes caramelo, mimado en el guión por Tuggle, y filmado por Siegel con mucho cariño. El carisma de Eastwood hace el resto, añadir que esta película es una en las que mejor está utilizado el rostro del actor.
Dentro del subgénero carcelario, ‘Fuga de Alcatraz’ es una de las mejores películas jamás realizadas, una obra maestra que funciona como un mecanismo de relojería, con precisión. Personajes interesantes y una historia apasionante en la que no falta un uso del suspense que nada tiene que envidiar a Hitchcock, llenan un trabajo impecable en todos los aspectos, el último gran salto canto de cisne de Don Siegel. Fue un éxito, y la crítica la recibió con los brazos abiertos. Al año siguiente, Eastwood se embarcaría en uno de sus proyectos más personales, las aventuras de un pequeño circo, de claro sabor crepuscular, una de esas películas que hacía porque le interesaban de verdad, aunque económicamente no le reportaran demasiado.