Habiendo adquirido una "deuda" personal para con este filme en la redacción de 'Los pasajeros del tiempo' ('Time after time', Nicholas Meyer, 1979), el ciclo de ciencia-ficción que mi compañero Alberto se sacaba de la chistera ha supuesto la excusa perfecta para revisar una cinta que él mismo comentaba hace algo más de un lustro y que servidor no veía desde hace más de cuatro en una época en la que descubrí incontables clásicos del género que, ya sea por mi mano, ya por la de Alberto, terminarán apareciendo en este ciclo.
Como ya comentaba en la entrada correspondiente al otro gran filme de Cameron Menzies —'Invasores de Marte' ('Invaders from Mars', 1953)— las inmensas capacidades del realizador en el campo del diseño de producción, esa profesión que él inventó para el cine, eran las que caracterizaban mejor que su correcta dirección la iconografía de dicha cinta y, de la misma manera, la de este filme de "avance" basado en la novela de H.G.Wells que el propio escritor adaptaría para la gran pantalla.
Pero las similitudes entre 'La vida futura' ('Things to come', 1936) e 'Invasores de Marte' no se acaban en lo grandioso de un diseño de producción que funciona de forma soberbia y con igual intensidad en los tres actos del filme, destacando sobre todo la pulcritud de líneas de ese futuro tan influenciado por la Bauhaus, aquejando la cinta el mismo problema que acusará la de "marcianos": la excesiva teatralidad de sus interpretaciones.
Ya sea de la mano de un vehemente Raymond Massey —un actor al que siempre asociaré a ese Jonathan Brewster de la magistral 'Arsénico por compasión' ('Arsenic and old lace', Frank Capra, 1944)— ya en lo sobreactuado de Ralph Richardson o Cedrick Hardwicke, la gran mayoría de las actuaciones que vemos a lo largo de los cien años de historia que abarca el relato puesto en pie por Wells no consiguen que el espectador empatice en ningún momento con ninguno de los personajes.
Como acabo de comentar, la historia enhebrada por Wells en 'La vida futura' sirve, tanto en la novela original como en el filme, para que el visionario escritor ofrezca un relato de anticipación sobre lo que le esperaba a la humanidad desde 1940 hasta el 2040; y como predicción de lo que estaba por venir en 1936, la cinta funciona de forma desigual, arropándose sus dos primeros actos de un realismo bastante convincente y sirviendo el tercero para poner de manifiesto los inocentes anhelos utópicos del literato británico.
Con el surgir del nazismo en 1933 y las ansias de poder incontrolado de Hitler, no debió costarle mucho a Wells adelantarse al conflicto a escala mundial cuya amenaza abre los primeros planos de 'La vida futura', una guerra global que el guionista predice en 1934 —año que se comenzó a escribir el guión— con año y medio de error, situando el comienzo de la misma en las Navidades de 1940 en lugar de en septiembre de 1939.
Detalle nimio donde los haya, lo que realmente importa aquí es la capacidad del escritor y, por supuesto, de Menzies, para reflejar con inusitado verismo una guerra que se prolonga por décadas hasta el punto de que la humanidad ha olvidado por qué empezó, metáfora precisa acerca del sinsentido de cualquier conflicto bélico que hoy podemos considerar algo manida pero que, vista con la perspectiva del tiempo transcurrido, se torna como uno de los mejores valores del filme.
Abundando el metraje en prolongadas y cruentas secuencias de batalla de un lado, y en otras no menos extensas dispuestas para el lucimiento de un equipo de diseño que deja volar la imaginación a la hora de reflejar la más que conocida filia de Wells por los aeroplanos, es en el tercer acto donde 'La vida futura' resulta más endeble tanto en ritmo, como en argumentaciones.
Haciéndose eco Wells y Menzies de influencias tan notables como las de Julio Verne o George Méliès con esa "pistola espacial" que llevará al hombre a la luna, la historia reitera en este tercer acto muchas de las conclusiones a las que ya se ha llegado en los dos anteriores, destacando sobre todas ellas la insistencia del guionista en mostrarnos una figura autoritaria —Richardson o Hardwicke— cuya voz alienta a las masas en contra del avance que suponen la "Wings Over the World" o la clase gobernante de ese futuro que es casi nuestro presente.
Reflejando, como decía, la anhelada utopía que Wells deseaba para éste último, la pretendida tecnocracia que la humanidad debería haber alcanzado en la época que vivimos encuentra su oposición en esas retrogradas voces que se oponen al progreso, unas voces que ocultan una feroz crítica del escritor contra el anquilosamiento de la humanidad y cuyo esperanzador carácter es sin duda alguna lo mejor que el espectador puede extraer de este clásico de la ciencia-ficción que es necesario ver con ojos de un tiempo muy lejano.
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