Aunque llevaba varios años apartado del cine —‘El hijo de la pantera rosa’ (‘Son of the Pink Panther’, 1993) es el penoso título que cierra una filmografía estupenda en su mayor parte— Blake Edwards dejó un gran vacío en el mundo del séptimo arte. Su nombre estuvo siempre ligado al género de la comedia, en la que dejó títulos inolvidables, alguno de ellos protagonizados por su actor fetiche, Peter Sellers. Pero Edwards también tenía una cara seria, tanto que muchos dudarían que el realizador que se encuentra tras algunas de las comedias más hilarantes de la historia, y del título que hoy nos ocupa, ‘Chantaje contra una mujer’ (‘Experiment in Terror’, 1962) pueda ser el mismo. Una prueba de la versatilidad de un autor que cuando se trataba de hacer reír era el más cachondo del lugar, pero cuando había que ponerse serio, era capaz de meter el miedo en el cuerpo del espectador.
1962 fue un año realmente importante en la carrera de Edwards. El realizador venía da saborear las mieles del éxito con ‘Desayuno con diamantes’ (‘Breakfast at Tiffany´s’, 1961), film que aúna comedia y romanticismo con una elegancia pocas veces vista —curiosamente esta misma semana tenía que soportar en mi humilde hogar como algunos despistados desconocedores de las inquietudes estéticas de Edwards la tachaban de sobrevalorada—, y entró en contacto con la actriz Lee Remick a las que se las hizo pasar canutas en dos ocasiones. La terrorífica ‘Días de vino y rosas’ (‘Days of Wine and Roses’, 1962) —probablemente la mejor película sobre el alcoholismo— y ‘Chantaje contra una mujer’ evidencian lo duro que podía llegar a ser uno de los directores que más risas arrancaron del público.
La premisa de la película nos lleva a una mujer aterrorizada, Kelly Sherwood (Lee Remick) por alguien a quien no conoce pero que lo sabe absolutamente todo de su vida, costumbres, hábitos, familia, trabajo, todo. El chantaje al que hace referencia el título español, absurdo como siempre, se refiere al hecho de que Kelly trabaja en un banco y su nuevo “amigo” la coaccionará para que robe la cantidad de 100.000 dólares. Para ello hará que Kelly sufra toda una experiencia terrorífica —de ahí su perfecto y acertado título original—, acosándola cuando ella menos lo espere. A pesar de las serias advertencias del asesino —él mismo reconoce haber matado a dos personas con anterioridad y lo fácil que resulta—, Kelly logra ponerse en contacto con el FBI y pedir ayuda. Un agente de intachable moral, John Ripley (Glenn Ford) creerá en su historia y pondrá a sus servicios todos los medios disponibles.
Precisamente lo único que creo flojea en el meticuloso trabajo de Edwards es el hecho de que la película parece por momentos una oda al FBI, cuya eficiencia queda plenamente mostrada en el film, al mostrarnos todo un despliegue de medios por parte de la organización para un caso de endeble credibilidad. El espectador sabe en todo momento que Kelly corre peligro, pero los integrantes del FBI no tiene otra cosa que la palabra de una mujer, y hasta bien avanzado el relato no consiguen pruebas concluyentes. Dicho elemento no chirría por falta de credibilidad en la historia, Edwards maneja muy bien el suspense, sino más bien por cargar las tintas en el querer dejar tan bien a la organización que semeja propaganda pura y dura. Afortunadamente ‘Chantaje contra una mujer’ tiene mucho más que ofrecer.
Para empezar Edwards parece entender a la perfección una de las máximas de Cecil B. DeMille, que decía que una película tenía que empezar con un terremoto y de ahí hacia arriba. El inicio del presente film es una lección de cómo enganchar al espectador realizando un juego de lo más arriesgado. Sin conocer a los personajes, aún no ha habido tiempo de presentarlos, y dando sólo la justa información sobre lo que está pasando —una mujer en el garaje de su casa es atacada por un hombre al que no le vemos la cara totalmente—, el director crea una tensión máxima. El uso de la planificación, y sobre todo del sonido —la respiración asmática del individuo se convertirá desde ese instante en señal inequívoca de que algo malo sucederá— son vitales en la secuencia. Edwards acerca la cámara a los rostros de los personajes, primeros planos con un carácter sexual muy marcado. Una violación en toda regla. La intimidad de Kelly ha sido asaltada y vulnerada.
Desde ese momento, realmente terrorífico, ‘Chantaje contra una mujer’ mantiene el mismo nivel de intensidad, y poco a poco va mostrando su cartas. Edwards se adentra de lleno en el universo del cine negro, esquivando con inteligencia algunas de las características del género. Por ejemplo la relación entre Kelly y Ripley —sensacionales Lee Remick y Glenn Ford, éste en un papel lleno de matices— es de un profundo respeto y casi admiración, pero jamás llega a relación amorosa, algo que hubiera sido muy posible y lógico. Además, el director dota de cierto realismo todo el conjunto, en la línea de lo que hicieron Henry Hathaway o Jules Dassin en los años 40 en cintas como ‘La casa de la calle 92’ (‘The House on 92nd Street’, 1945) o ‘La ciudad desnuda’ (‘The Naked City’, 1948). Con ésta última guarda cierto parecido argumental, pues toda la parte final es una enorme persecución, llena de ritmo y suspense que finaliza con un impresionante travelling, años más tarde rescatado por Don Siegel para su imprescindible ‘Harry el sucio’ (‘Dirty Harry’, 1971) aunque con intenciones bien diferentes.
Dejando a un lado el subrayado sobre la eficacia del FBI, a los que ponen como poco menos que ángeles de la guardia del ciudadano americano, ‘Chantaje contra una mujer’ es una espléndida muestra del hacer de un realizador que podía hacer mucho más de lo que realmente vimos en sus films más populares. Un thriller que se sumerge por instantes en el mismo centro del terror, creando momentos antológicos, como el asesinato en el estudio de maniquíes, o la impactante secuencia en la que el asesino —excelente, por muy creíblemente amenazador, Ross Martin— se aparece ante Kelly en un lavabo público vestido de mujer. Influencia de cierto film de Hitchcock que se acababa de estrenar hacía relativamente poco. Como apunte final, atención a las coincidencias entre el film de Edwards y ‘El silencio de los corderos’ (‘The Silence of the Lambs’, Jonathan Demme, 1990), o la influencia que tuvo en un cineasta como David Lynch, en concreto para su serie de televisión ‘Twin Peaks’ y su insoportable ‘Corazón salvaje’ (‘Wild at Heart’, 1990).