"¡La mayor historia jamás contada en la pantalla!". "¡Una experiencia de entretenimiento única en la vida!". 'Ben-Hur' (1959) se vendió como la película más épica de todos los tiempos, y el público quiso comprobarlo: el éxito fue tan rotundo que a día de hoy, tras ajustar la inflación, sería el 14º film más taquillero de la historia. El triunfo fue absoluto cuando, además, se alzó con 11 Óscar.
Un récord en ese momento que sólo ha sido igualado en otras dos ocasiones, por 'Titanic' (1997) y 'El señor de los anillos: El retorno del rey' (2003); no obstante, en el año de 'Ben-Hur' había menos categorías (sólo una de sonido y no existía el Óscar de peluquería y maquillaje) por lo que su marca es aún más extraordinaria. En todo caso, podría haber logrado los 12 premios a los que aspiraba si una polémica sobre la autoría del guion no hubiera perjudicado al nominado Karl Tunberg.
William Wyler aceptó dirigir el remake de 'Ben-Hur' que le ofreció el productor Sam Zimbalist (fallecido durante el rodaje) pero pidió revisar el guion. Maxwell Anderson lo reescribió y Christopher Fry y Gore Vidal retocaron escenas y diálogos. Pese a ello, el sindicato de guionistas decidió que el único acreditado por el libreto sería Tunberg, provocando el enfado de Wyler y la filtración de la historia a la prensa. Tras lo cual, las opciones de Óscar para Tunberg eran casi nulas.
Ya no se hacen películas como 'Ben-Hur'
Es sólo una de las muchas anécdotas relacionadas con una superproducción sin precedentes en Hollywood y que cambiaría la historia del cine para siempre, debido al impacto que causó en el público y la influencia en creadores (como George Lucas o Ridley Scott) que han bebido del clásico de Wyler. 'Ben-Hur' es como esos grandes monumentos de la antiguedad: se hizo para perdurar, para asombrar eternamente. Seis décadas más tarde, sigue impresionando.
Para los espectadores más jóvenes, acostumbrados a los blockbusters actuales, el moderno lenguaje narrativo e interpretaciones menos teatrales, puede resultar complicado apreciar la valía de 'Ben-Hur' o comprender la fascinación que aún despierta. Hay que ponerse en situación. En uno de los documentales incluidos en la edición de Blu-ray, Ernest Dickerson (director de fotografía de 'Malcolm X') aporta una experiencia personal que puede ayudar a entender lo que pasó en 1959: el cine en televisión se limitaba a películas en blanco y negro.
Imagina el impacto al ver la obra maestra de Wyler en pantalla grande. Miles de extras, 300 sets, incluyendo el decorado más grande jamás construido hasta la fecha (el "circo" donde tiene lugar la carrera de cuádrigas), filmada con unas nuevas cámaras (MGM Camera 65, más tarde Ultra Panavision 70) cuyo objetivo era ofrecer el espectáculo más grande, impresionante y realista nunca visto; el público pagaba la entrada para experimentar aventuras de la forma más intensa hasta entonces.
Pero no sólo aventuras. MGM estaba al borde de la quiebra y se lo jugó todo a una carta; así que Zimbalist apostó por uno de los cineastas más prestigiosos de la industria, William Wyler, que ya había ganado dos veces el Óscar —con 'La señora Miniver' (1942) y 'Los mejores años de nuestra vida' (1946)— antes de orquestar la puesta en escena de 'Ben-Hur'. El director, que aceptó el reto entre otras razones porque siempre había querido hacer "una película de Cecil B. DeMille", no fue elegido sólo para rodar un gran espectáculo, era conocido por sacar lo mejor de sus repartos.
La anécdota de las numerosas revisiones del guion dice mucho de las intenciones de Wyler. Quería algo más, quería mezclar la acción épica con un drama íntimo y crear el entretenimiento más perfecto que Hollywood podía producir. Así lo hizo, sin duda. 'Ben-Hur' lo tiene todo: acción, romance, drama, aventura. Está el espectáculo de los grandes sets, la batalla naval o una carrera que marcó un y un después en el séptimo arte, pero todo eso se apoya en las emociones de los personajes.
El núcleo es una tragedia: una amistad rota por las circunstancias que desemboca en una traición y una búsqueda de venganza. A partir de ahí hay una jugosa suma de ingredientes y unos protagonistas complejos cuyas acciones son el resultado de conflictos internos; en el caso de Messala (Stephen Boyd), es un romano ambicioso que ha alcanzado una posición de poder y cuando se reencuentra con Judah Ben-Hur (Charlton Heston) descubre que su viejo amigo es ahora un enemigo de todo lo que defiende.
Según Gore Vidal, hay algo más que amistad, un subtexto romántico entre los dos hombres, una relación pasada que desestabiliza a Messala (Heston siempre negó este aspecto de la trama). Por su parte, Judah es un príncipe que desea servir a su pueblo y no acepta colaborar con Messala. Debido a eso, su familia es apresada injustamente; Judah es desterrado y obligado a trabajar como un esclavo para los romanos hasta el fin de sus días.
Pero él clama venganza y el público ansía verla cumplida. Hay una evidente influencia de 'El conde de Montecristo' en la novela que dio origen a 'Ben-Hur', escrita por Lewis Wallace. Una serie de acontecimientos (fortuitos o por mediación divina, según como lo interprete cada uno) permiten a Judah sobrevivir y renacer de sus cenizas, volver a su pueblo convertido en un hombre nuevo y más fuerte, dispuesto a recuperar lo que le fue arrebatado y vengarse del traidor.
La película definitiva de Semana Santa
Y hay más. Como telón de fondo, un tiempo y un lugar cargado de conflictos; Judea bajo la ocupación del Imperio Romano en los años de Jesucristo y del nacimiento de la fe cristiana. Da pie a plasmar la lucha de un pueblo invadido por una gran potencia extranjera, la rebeldía y el sufrimiento de los oprimidos, un tema eterno que hace que la película siga teniendo fuerza hoy en día. Wyler era judío, algo que influyó en su decisión de realizar el film, pero quiso que 'Ben-Hur' funcionase para todo el mundo, sin importar sus creencias.
La figura de Cristo y la religión aportan una nueva capa a la película, que no se limita a una historia de venganza: es también un relato de redención y perdón. Aquí encontramos otro de los grandes conflictos con los que lucha Judah, que reniega de Dios y de su propia humanidad por la violencia que ha afectado a su vida. A lo largo del último tramo de la historia vemos cómo el héroe evoluciona y recupera lo que había perdido también desde un punto de vista espiritual.
Uno de los mayores aciertos de Wyler es el retrato de Jesucristo, realizado con elegancia e ingenio; nunca vemos su rostro ni oímos su voz, una decisión que aporta fuerza al personaje y que permite que cada espectador complete la imagen del hijo de Dios. La adaptación de pasajes bíblicos, que podrían romper la magia de la historia para el público ateo, ofrece escenas tan potentes y hermosas que logran llegar al corazón (aunque sea por otros motivos). Robert L. Surtees es responsable de la maravillosa fotografía, con esos claroscuros tan expresivos en algunos instantes.
Otro de los aspectos más brillantes del film es la música y su uso narrativo, para lo cual Wyler contó con la aportación de otro maestro, Miklós Rózsa. Desde que empieza 'Ben-Hur' y suena el tema de apertura, te transporta a otro mundo y otra época: la evasión ha comenzado. El score también ayuda a retratar a Cristo o transmitir la angustia de los esclavos remando. Pero tan importante, y tan interesante, es la ausencia de música: desaparece en momentos íntimos, que se apoyan totalmente en los actores, y en la vibrante carrera, logrando una experiencia sorprendentemente inmersiva (con la ayuda de un montaje innovador para esos años).
Asociada a la Semana Santa como relato de tintes religiosos, además de un gran drama épico, 'Ben-Hur' es la película definitiva para estas fechas porque tiene todo lo que se le puede pedir: posee el gancho de la historia bíblica para emocionar al creyente, pero no excluye al ateo que no quiere que le fuercen el discurso religioso. Cada uno la experimentará de un modo diferente, si bien todo el mundo puede disfrutar del espectáculo, el drama y la belleza de sus imágenes. Además, en días festivos es el mejor momento para verla (o revisarla) porque no es precisamente corta.
Guía para ver 'Ben-Hur' en cuatro partes (si te asusta la duración)
Otro de los aspectos que hacen de 'Ben-Hur' una película colosal es su duración: 212 minutos (tres horas y media). Es mucho tiempo, en especial para espectadores actuales que están acostumbrados a un ritmo narrativo diferente del habitual en los años 50. Por este motivo, y con la idea de recomendar el visionado a todo el mundo que tenga curiosidad, creo que hay una forma de ver 'Ben-Hur' como si fuera una especie de miniserie de cuatro partes.
Si tienes la película en Blu-ray, hay una guía de escenas que facilita las cosas: para verla en cuatro segmentos puedes parar el primer día en la escena 17, coincidiendo con el inicio de la etapa de Ben-Hur como esclavo; al día siguiente continúas hasta que termina la escena 33, cuando Ben-Hur vuelve a casa; la tercera parte transcurre hasta el final de la carrera de cuádrigas (escena 50); y se reserva el desenlace para el cuarto día. Si no tienes el blu-ray, el primer día empieza a verla hasta el minuto 53; el segunda avanza hasta el minuto 116; el tercero recomiendo llegar hasta el minuto 169; y la última media hora para el cuarto día.
En esos puntos que señalo se puede cortar el largometraje, pues hay una pausa y un cambio de secuencia que no rompe la narración de manera drástica, cada parte tiene su pequeña historia. Por supuesto, no es la mejor forma de ver 'Ben-Hur', a pesar de su elevada duración se disfruta más en un único visionado (Wyler lo ideó así), pero creo que es una forma válida de descubrirla si no te resulta posible o atractiva de dedicar tres horas y media a una película.
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