"¿Dónde está el bourbon?". Seguro que conoces la frase, que por sí sola no tiene ningún interés pero forma parte de la leyenda de Marilyn Monroe, que durante el rodaje de 'Con faldas y a lo loco' se olvidaba constantemente de la línea de guion y tuvo que repetir la escena más de cincuenta veces para desespero de su director, Billy Wilder, un genio del cine que ya había prometido que no volvería a trabajar con ella después de 'La tentación vive arriba'. Pero las cosas, en fin, están destinadas a ocurrir.
Bourbon y Manhattan
Han pasado sesenta años desde la muerte de Marilyn y aún ahora su triste vida sigue fascinándonos. Era el Hollywood de otra época rendida al star system que podía mantener la mayor parte de su vida privada oculta para la mayoría del público pero que, si saliera a la luz, hubiera causado auténticos escándalos. 'Blonde' es la prueba de cómo seguimos fascinados por la tentación rubia, su sonrisa, su lunar... y su doble vida como Norma Jean.
En su momento de mayor fama, había una auténtica Marilyn-mania en todo el mundo. Para hacernos una idea de hasta dónde llegaba, se dibujaban cameos de la actriz en cómics de Archie y Superman, copaba las portadas de las revistas e incluso fue capaz de poner de moda un cóctel que ha pasado a la historia solo preparándolo en una película. Seguro que lo recordáis: al inicio de 'Con faldas y a lo loco' utiliza una bolsa de agua caliente para preparar un Manhattan, que había pasado de moda como una bebida exclusivamente varonil dos décadas antes. Ganó glamour de forma inmediata.
Pero puede que el mejor ejemplo del fanatismo y del revuelo social hacia Marilyn esté en 1954, cuando Wilder, que acababa de estrenar 'Traidor en el infierno' y 'Sabrina', decidió rodar una comedia que recibió censura continua por parte del código Hays y de la que el director se arrepentía profundamente: "Es una película sobre nada porque debería hacerse ahora sin censura. Simplemente no salió bien, y no hay nada que pueda decir sobre ella excepto que ojalá no la hubiese hecho. Desearía tener la propiedad ahora", comentaba en 1970. Pero no hablamos de la película por casualidad, sino por una escena. Sí, ya sabes cuál.
Por la raja de su falda
15 de septiembre de 1954. Una de la madrugada en el cruce entre la Avenida Lexington y la Calle 52 de Nueva York. Entre 2000 y 5000 personas y unos cien fotógrafos (todos hombres) esperan a que pase el metro por las rejillas de ventilación para que a Marilyn Monroe se le levante la falda en vivo y en directo. Billy Wilder quería grabar en la calle para que la escena quedara realista, pero había tanto ruido (se cuenta que había ovaciones cada vez que el vestido echaba a volar) que no pudo ser.
Y no será porque no lo intentaron: hasta catorce veces durante tres horas se repitió el famoso plano en la calle antes de cortar e irse a un estudio de California para terminarlo, donde aún se tuvo que repetir cuarenta veces hasta encontrar el plano perfecto. A los problemas que tuvieron para rodar en la calle no ayudó que Joe DiMaggio, el violento marido de Marilyn, se enterara de lo que estaba pasando por culpa del columnista Walter Winchell y, al ver lo que ocurría, explotara, marchándose entre gritos del lugar de la grabación.
No había motivos reales para llevarse las manos a la cabeza por un acto impúdico: Monroe llevaba doble ropa interior blanca para asegurarse de que nadie veía nada si no controlaba el aire correctamente. Pero a DiMaggio le dio igual. Al día siguiente, Monroe apareció en el rodaje con moratones y contusiones provocados por el actor en el hotel esa madrugada que tuvieron que taparle con maquillaje. Poco después pidió el divorcio por "crueldad mental", aunque la relación abusiva aún traería cola.
Tras aquel día, Billy Wilder sabía que no iba a poder usar esas imágenes en la película, pero sí fue una jugada maestra de márketing, al menos. De hecho, se cuenta que fue él mismo quien "filtró" a la prensa el lugar del rodaje, consiguiendo publicidad inmediata para una película que fue un absoluto éxito de taquilla, multiplicando casi por diez lo que costó. Curiosamente, hoy por hoy comprar el famoso vestido en sí ya cuesta cuatro veces lo mismo que en su día se gastaron en la película al completo: 4,6 millones de dólares en una subasta de 2011 que la artista Debbie Reynolds se embolsó después de pagar tan solo 200 dólares por él cuatro décadas antes. Ah, sí, y ha tenido una secuela que nadie vio venir: aún ahora, si paseas por Manhattan, verás gente haciéndose fotos para Instagram con la falda levantada en las rejillas del metro. Pocos iconos más grandes han perdurado tanto.
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