Añorando estrenos: 'Underworld U.S.A' de Samuel Fuller

Añorando estrenos: 'Underworld U.S.A' de Samuel Fuller
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Para estrenarme en el programa de radio Conversacines tenía que elegir una película de la que luego hablaríamos durante una hora. Como aquella semana había fallecido el actor Cliff Robertson, enseguida vino a mi memoria ‘Underworld U.S.A.’ (id, Samuel Fuller, 1961), que había visto hacía mucho tiempo en un pase televisivo. Homenajear en cierta medida a Robertson y de paso, recomendar una de las mejores película de Fuller, me parecía una buena forma de empezar mis esporádicas colaboraciones —llevo más de quince años haciendo radio y he de reconocer que me aburre soberanamente— en el mencionado programa. A tenor de lo vertido en el mismo, la elección no pudo ser mejor, y creo que es un título más que idóneo para hablar de él en esta sección. Lo cierto es que revisando el film, he echado de menos muchas de las virtudes que caracterizaban al cine estadounidense a principios de los años 60.

Contundencia, pocas o ninguna concesión, economía narrativa y sutileza eran algunas de las principales virtudes de Samuel Fuller, quien a esas alturas ya había filmado alguna que otra joya como ‘La casa de bambú’ (‘House of Bamboo’, 1955) y ‘40 pistolas’ (‘Forty Guns’, 1957). Con ‘Underworld U.S.A.’ daba comienzo su etapa cumbre, aquella en la que se volvería más violento, oscuro y directo de lo que ya era. Una cinta en glorioso blanco y negro, y por supuesto la maravillosa gama de grises, que es lo que verdaderamente caracteriza al mejor cine negro, como preámbulo al cine de género que vino después de la mano de Don Siegel, Martin Scorsese o incluso Quentin Tarantino. Fuller abrió un camino que los mencionados cineastas seguirían explorando en sus obras, con mayor o menor fortuna

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La película es, según su director, una especie de adaptación de ‘El conde de Montecristo’, al menos en lo que a la visión de la venganza se refiere. Tolly Devlin es un muchacho que pasa sus días metiéndose en líos al margen de la ley. Una noche presencia como su padre es asesinado a golpes, logrando identificar a uno de los asesinos. Desde ese instante Devlin sólo pensará en una cosa, vengar la muerte de su progenitor, algo que le llevará años. Fuller divide la película en dos bloques, uno de ellos, el primero, un prodigio de síntesis, y el tercero el que ocupa la mayor parte del metraje. En el primer bloque se nos narra la infancia del personaje central, su vinculación con la delincuencia, su relación con la dueña de un viejo bar, cómo presencia el asesinato de su padre, el paso del tiempo hasta que provoca su encarcelamiento en la misma prisión donde cumple condena uno de los asesinos. Justo antes de que aquel muera, Devlin le arranca la identidad de los otros tres asesinos. Todo ello en unos ajustados y concisos quince minutos más o menos.

Una perfecta muestra del estilo de un director que no se andaba con florituras e iba directo al grano, con una furia arrolladora, no dejando respiro al espectador. El resto del film es una montaña rusa que muestra sin miramientos el poder de la venganza, y también sus fatales consecuencias. Devlin —un perfecto Cliff Robertson con la mejor de sus sonrisas cínicas— se las ingeniará para ingresar en la banda de hampones que antaño mataron a su padre, y uno a uno irá haciendo que eliminen a los asesinos. Una misión suicida mostrada con rabia por Fuller, que mima con la cámara a uno de sus anti héroes más conseguidos, un personaje que está por encima del bien y del mal, no sintiendo respeto por ningún bando, y abocado a un cruel destino. Para muestra ese aterrador final, un largo travelling que devuelve a Devlin al lugar que le vio nacer y crecer, y al que verdaderamente pertenece. Ecos de ‘Los violentos años 20’ (‘The Roaring Twenties’, Raoul Walsh, 1939) con un James Cagney moribundo, luchando contra lo inevitable con una larga caminata de épicas connotaciones.

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Además de la furia y el dinamismo con el que Fuller narra la peligrosa odisea de Devlin, y que envuelve al espectador en una espiral de violencia como pocas veces se ha visto en una pantalla —escenas como la del asesinato en la piscina, o la sorprendente muerte de una inocente niña a mano de uno de los villanos, son buena prueba de ello—, el realizador no escatima en detalles que visten el film y aportan consistencia. No podemos dejar de fijarnos en esa oficina del fiscal encargado del caso, descrita como si de una redacción de periódico se tratase, y en la que Fuller no oculta sus orígenes periodísticos, mostrando respeto por una profesión que conoció muy bien. Y tampoco podemos obviar ese retrato sobre los hampones, duros hombres de negocios turbios, que no dudan en realizar obras benéficas, para así tener ganada la partida ante las autoridades, pero que va más allá de ser una tapadera, puesto que algunos de ellos disfrutan haciéndolo. Asesinos que dejan entrever un lado humano y bondadoso, que realmente se queda en nada, puesto que la violencia sólo engendra violencia, y Fuller lo lleva hasta sus últimas consecuencias.

Sin apenas lugar para la esperanza, débilmente mostrada en el aterrador final, ‘Underworld U.S.A.’ supone uno de los trabajos más sólidos de su director. Un magistral relato sobre la venganza y sus trágicas consecuencias que se adelantaría a su tiempo, sirviendo de inspiración a muchos films posteriores —hasta en ‘Heat’ (id, Michael Mann, 1995) pueden verse ecos de este film—, y que nos descubre la fuerte personalidad de Samuel Fuller. Con el paso del tiempo, el realizador se convirtió en una curiosa figura que dio muchas conferencias, ganándose fama de extravagante y más un personaje de culto que un director de culto. Craso error que sólo demuestra insensatez, al dejar que los últimos días de un artista nublen o eclipsen los verdaderos logros de su carrera. Fuller fue un cineasta de la cabeza a los pies, firmante de un cine desgarrador, sincero y violento. Recordarle por sus últimos años sería injusto.

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