He querido incluir en la sección Añorando estrenos —en la que intentaré ofrecer una alternativa a los estrenos de hoy día a aquellos que tengan ganas de ampliar su campo de disfrute en el cine— la ópera prima del cineasta Don Siegel, ‘The Verdict’, realizada en 1946, por diversas razones. En ella se encuentran reunidos los elementos típicos de los dramas criminales de aquellos años tan lejanos en los que descansa un cine, que aunque no lo parezca, sigue de moda en nuestro tiempo, salvo por la forma en la que es enfocado. Es evidente que el séptimo arte suele ceder a las necesidades del espectador según se mueven los tiempos. Si ahora, un thriller, en la mayoría de los casos, está supeditado al montaje caótico y el impacto fácil, en los años de la realización del film que nos ocupa, su vestimenta era la de una narración clara y sin florituras inútiles, apostando por la sugerencia, y en algunos casos la ambivalencia, manifestada en su puesta en escena.
Don Siegel era uno de esos realizadores norteamericanos que aprendieron su oficio en aquellos años firmando películas como ésta, y que más tarde perfilaron su estilo. Así pues, Siegel se suma a nombres como Samuel Fuller, Phil Karlson, Robert Aldrich o Arthur Penn, una serie de realizadores que, bajo la etiqueta de “generación de la violencia”, dejaron su impronta en películas que ayudaron a cambiar la percepción de tipo de cine, sobre todo thrillers, volviéndolo más violento y encarnizado. En el caso de Siegel hay un buen número de películas que son la base de su estilo, totalmente clásico, años antes de convertirse en el mentor de Clint Eastwood, hecho por el cual tiende a tacharse erróneamente al director de ‘Más allá de la vida’ (‘Hereafter’, 2010) como un cineasta neoclásico. Una sentencia absurda que parece obviar todo lo hecho anteriormente a films como ‘La jungla humana’ (‘Coogan´s Bluff’, 1968) o ‘Harry el sucio’ (‘Dirty Harry’, 1971).
‘The Verdcit’ es la adaptación de la novela ‘The Big Bow Mistery’, obra de Israel Zangwill, llevada al cine con anterioridad en dos ocasiones: ‘Perfect Crime’ (id, Berrt Glennon, 1928) y ‘The Crime Doctor’ (id, John S. Roberston, 1934). Si ya el film de Siegel ha sido poco difundido, y a día de hoy parece más que olvidado, no me quiero ni imaginar qué trato han recibido esos dos films mencionados. Así pues hablamos, como dicen los hermanos Coen cuando tratan de defender su última película, que estamos ante una nueva adaptación de la citada novela, y no ante un remake. En cualquier caso, como los trabajos de Glennon y Roberston —interesante cineasta que firmó alguna joya como ‘El hombre y el monstruo’ (‘Dr. Jekyll and Mr. Hyde’, 1929)— deben ser casi imposibles de ver, las coincidencias entre los tres films seguirán siendo una incógnita. El guión es obra de Peter Milne, en cuyo currículum está el exitoso musical ‘Vampiresas 1935’ (‘Gold Diggers of 1935’, Busby Berkeley, 1935).
La historia de ‘The Verdict’ da comienzo con la ejecución de un hombre, encontrado culpable del asesinato de una mujer mayor. El fiscal George Edward Grodman (Sydney Greenstreet) ha sido el encargado de reunir todas las pruebas, las cuales parecían no dejar lugar a dudas de la culpabilidad del reo. No obstante, Gordman recibirá una no muy agradable sorpresa cuando se entera de que el hombre ajusticiado en realidad era inocente, pues aparecerá un cura que certificará que el culpable no pudo cometer el crimen. Profundamente humillado, ya no sólo por el error que cometió, sino por su sentido de la justicia, Grodman dimite de su cargo, dejando en su lugar al obtuso John R. Buckley (George Coulouris). Todo dará un giro de 180 grados cuando el sobrino de la mujer asesinada, aparezca apuñalado. Grodman se divertirá observando cómo Buckley intenta resolver el caso encontrando a un culpable.
Lo más llamativo de ‘The Verdict’ es la labor de Don Siegel tras las cámaras, pues a pesar de que el film parece uno de esos productos de suspense que la Warner auspiciaba en aquellos años, el futuro realizador de obras maestras como ‘La invasión de los ladrones de cuerpos’ (‘Invasion of the Body Snatchers’, 1956) consigue dotarla de cierta personalidad. Los travellings iniciales y finales, que limitan la película con dos interpretaciones bien distintas sobre la justicia, o los juegos de luces de carácter expresionista —obra de los geniales Ernest Haller y Robert Burks— en la vivienda de Gordman, son algunos de los aportes de Siegel a una historia que tal vez peca de simplista en lo que se refiere a la psique de los personajes. La sombra de películas como ‘Luz que agoniza’ (‘Gaslight’, George Cukor, 1944), y del precedente de la misma, la británica ‘Luz de gas’ (‘Gaslight’, Thorold Dickinson, 1940), planean todo el rato sobre el film de Siegel, con el que comparten esa atmósfera de misterio y suspense tan típico en los dramas policiales victorianos.
A pesar de que todos los actores realizan buenas interpretaciones, sobre todo Sydney Greenstreet —maravilloso actor inglés que sólo intervino en 22 películas—, los personajes no gozan de la profundidad que un Siegel primerizo es capaz de imprimir a la historia con la puesta en escena. Afortunadamente, la película tiene uno de esos aciertos de casting, que jugando con la memoria cinéfila del espectador, logra ir más allá del trabajo del actor. Me refiero a la presencia en el reparto de Peter Lorre, ese pequeñajo de ojos saltones que tantos y tantos buenos momentos de Cine nos ha regalado en films míticos. Como el espectador relaciona al actor con papeles de malvado, el film juega todo el rato con ese dato, haciendo parecer a Victor Emmric —amigo de Gordman, sospechoso observador de todo lo que acontece— como algo más de lo que aparenta, juego al que Lorre se presta con una increíble naturalidad y calma.
Con ribetes de las historias detectivescas de Agatha Christie, ‘The Verdict’ es un sano entretenimiento cuyas pretensiones no van más allá. Solidez en la dirección y también en las interpretaciones son sus máximas bazas, amén de proponer ciertas reflexiones sobre la implantación de la justicia, y de los métodos utilizados para encontrar a toda costa un culpable. El crimen perfecto utilizado para poner en tela de juicio la validez de la ley. Fritz Lang volvería sobre el tema muchos años después con una de sus últimas películas, de tono totalmente distinto. También Sidney Lumet, en la que sería su ópera prima, ‘12 hombres sin piedad’ (‘12 Angry Men’, 1957) rescataría de ‘The Verdict’ uno de sus momentos, aquél en el que un jurado debe condenar al supuesto autor del segundo crimen: todos están de acuerdo, menos un hombre, verdaderamente preocupado por impartir justicia correctamente.