Cuando se habla de los mejores directores de la historia del cine creo de vital importancia citar a Fritz Lang, uno de los realizadores más completos que el séptimo arte ha tenido en su poco más de un siglo de existencia.
Ya sea su etapa muda o sonora, la filmografía de Lang es una de las más ricas que existen, con films imprescindibles dentro de la evolución del medio, muchos de ellos imitados hasta la sociedad —tal es el caso de su primer film sonoro, ‘M, el vampiro de Düsseldorf’ (‘M’, 1931)—. En el cenit de su carrera y después del considerado su mejor western —‘Encubridora’ (‘Rancho Notorious’, 1951)— Lang filma ‘Encuentro en la noche’ (‘Clash by Night’, 1952), considerado por muchos como una obra menor dentro de la filmografía del director alemán.
Sin embargo, y como se suele decir a veces, ojalá las obras mayores de otros directores tuviesen la mitad de interés que las obras menores de Fritz Lang —se me ocurren unos cuantos nombres, de esos laureados en festivales y que en vez de directores parecen expertos en fabricar somníferos de gran potencia—, porque en este caso hablar de una obra menor de alguien como Lang significa hablar de un film envidiable en su forma de tratar el adulterio, de describir cierto tipo de vida y ofrecer un personaje femenino de los que ya no se ven en el cine estadounidense, a cargo de la inmortal Barbara Stanwyck, actriz que a Lang tenía maravillado.
(Spoilers) ‘Encuentro en la noche’ está basada en una obra teatral de Clifford Odets —de quien recomiendo ‘Un corazón en peligro’ (‘None But the Lonely Heart’, 1944) o su maravilloso guión para ‘De amor también se muere’ (‘Humoresque’, Jean negulesco, 1946)— y Lang intenta en todo momento huir de ese acartonamiento en el que caen algunas adaptaciones teatrales, incapaces de evitar el origen del material. Para ello las primeras imágenes de la película nos describen cómo es la apacible vida en un pueblo costero que vive de la pesca. Imágenes que poseen cierto tono documental y de las que el director se sentía muy orgulloso. Hay en ellas cierta inquietud que anticipa los dramáticos hechos que vendrán a continuación.
Hechos provocados por la llegada, más bien regreso, de Mae (Barbar Stanwyck) al pueblo portando nada más que lo puesto y una maleta. En apenas unos minutos el personaje de Stanwyck queda perfectamente definido. Su forma de andar, la resignación con la que lleva su maleta, el trago de whisky que se bebe en un bar y las contundentes contestaciones que da, son el reflejo de un pasado tormentoso del que quiere huir. Para ello regresa al lugar que la vio nacer, como si la vuelta a los orígenes, aunque sea un pueblo olvidado de la mano de Dios, supusiera una solución a su amargada existencia y su mala suerte en las relaciones con los hombres. Pronto conocerá a los dos que son mejores amigos en el pueblo, Jerry (Paul Douglas), un aldeano simple y bonachón, y Earl (Robert Ryan), un proyeccionista de cine, a disgusto con su vida y con muchas cosas en común con Mae.
El mencionado triángulo de personajes será el eje central de la narración y en el que los sentimientos a flor de piel serán la constante, sobre todo desde el instante en el que Mae decide casarse con Jerry, aun deseando a un hombre como Earl, el cual le recuerda todas sus malas experiencias. Los personajes estarán en continua tensión hasta el instante, años después, en el que Mae sucumbe a los deseos de acostarse con Earl, momento filmado de forma prodigiosa por Lang con esa especie de temporal que se avecina, como certera alegoría del tormento interior que sufre Mae intentando ser una buena esposa mientras en sus entrañas le corree el incontrolable deseo hacia Earl y que sabemos saciará. La verdadera tormenta ha comenzado. La amistad se pondrá en entredicho, la lealtad en tela de juicio y la traición provocará un intento de asesinato.
Puede que la decisión final de Mae de volver junto a su marido resulte demasiado conservadora a día de hoy, sin embargo en la época en la que se estrenó la película —tardó un año en estrenarse tras su realización, dicho sea de paso— era probablemente el más acertado y bajo ningún concepto significa que estemos ante un final feliz. Lang pretendía hablar sobre el adulterio —hasta realizó una encuesta como resultados muy, muy preocupantes— y para ello establece un enfrentamiento de personalidades entre sus personajes. Incluso enfrenta dos formas de llevar la vida en pareja: la central, de dos vertientes —Mae y Jerr, Mae y Earl— o la secundaria formada por Peggy y Joe, interpretados por Marilyn Monroe, en uno de sus primeros papeles, y Keith Andes, y cuya visión pasa por no permitir la infidelidad bajo ningún concepto.
A estas alturas hay que decir que ‘Encuentro en la noche’ no es una obra maestra, algo a lo que nos tiene acostumbrados Fritz Lang con otras películas, pero sí hablamos de un film magnífico que no pretende agradar a pesar de la concesión comentada y que Lang cambió con respecto a la obra original porque consideraba erróneo que el marido asesinase al amante de su mujer. De esta forma, el intento de homicidio supone uno de los momentos álgidos de la película, ya no sólo porque Jerry intenta matar al que ha sido su mejor amigo desde siempre, sino por el lugar donde acontece, la sala de proyección de un cine, estableciendo un curioso enlace entre el séptimo arte y la pasión descontrolada. También hay que citar el excelente trabajo de todos sus intérpretes, haciendo especial mención a Barbara Stanwyck, cuya interpretación llena de matices un personaje en apariencia maniqueo pero al que la actriz dota de una gran humanidad muy lejos de esa imagen de la mujer insatisfecha con todo y causante de problemas.
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