Añorando estrenos: 'El ídolo caído' de Carol Reed

Pesa sobre Carol Reed, uno de los grandes cineastas británicos que el séptimo arte ha tenido entre sus brazos, el hecho de haber dirigido 'El tercer hombre' ('The Third Man', 1949), película sobre la que las malas lenguas inciden una y otra vez en que el mayor responsable de sus virtudes fue uno de los actores que intervienen en ella, el mítico Orson Welles. Demostrada su implicación en la dirección de dos escenas, y teniendo en cuenta de que jamás sabremos la verdad, Carol Reed siempre fue considerado a la sombra de dicho hecho. No hay más que adentrarse en la filmografía de Reed para darnos cuenta de que éste ha sido objeto de una injusticia. Su cine es mucho mejor de lo que ha llegado a decirse, y así lo atestiguan films como 'Larga es la noche' ('Odd Man Out', 1947) o la que hoy nos ocupa, 'El ídolo caído' ('Fallen Idol', 1948), pertenecientes a la época más creativa de su director.

Basada en una novela de Graham Greene, está escrita por el propio escritor —ayudado en los diálogos por Lesley Storm y William Templeton—, quien en sus años de crítico cinematográfico consideraba a Reed uno de los mejores directores británicos que había, por encima incluso de nombres tan conocidos como Alfred Hitchcock. El hecho de que una de sus novelas fuese llevada al cine por uno de sus ídolos debió suponer todo un orgullo para alguien como Greene, aunque quiero imaginar que el orgullo fue doble. En cualquier caso hablamos de una excelente película que no sólo desvela las virtudes de dos artistas, también es un claro ejemplo de cómo componer una gran historia con elementos muy sencillos. Ambos, director y escritor, recibieron una merecida nominación a los Oscars en 1950.

La historia de 'El ídolo caído' narra las vicisitudes de un niño, Phillipe (Bobby Henrey) que vive en la embajada extranjera de Londres, pasando su tiempo admirando al mayordomo, Baines (Ralph Richardson), quien ayudado de su esposa lleva las cosas de la casa. Pero Baines tiene un secreto, mantiene una relación con una mujer de la que está enamorado. Gracias a la infantil indiscreción del niño, y sobre todo a su inocencia, la mujer de Baines se enterará de la infidelidad de su marido. Un fatal accidente empeorará las cosas hasta límites insospechados, y Phillipe, que siempre ha tenido al Sr. Baines como un modelo a seguir, probablemente por la ausencia de una figura paterna, verá como su ídolo irá derrumbándose poco a poco. Una sencilla historia de admiración, en la que no falta amor, una gotas de thriller e incluso terror. El tono del film va cambiando progresivamente hasta un final que enlaza directamente con el inicio.

Reed se toma su tiempo para definir perfectamente a los personajes centrales, para que los conozcamos lo suficiente como para después empatizar aún más con ellos al someterlos a algunas crueldades del destino, y sobre todo a la mala interpretación de los hechos por parte de Phillipe, que al fin y al cabo es un inocente niño que nada comprende del mundo adulto, sólo siente una gran admiración por Baines. En ese aspecto resulta muy interesante que el film siempre conserva el punto de vista de Phillipe, quien lejos de entender lo que está pasando, malinterpreta todo. Sirva como ejemplo, la escena completa del accidente de la Sra. Baines, todo un ejemplo de planificación y montaje, en la que Phillipe observa una discusión del matrimonio desde unas escaleras exteriores a la casa. Mientras baja de piso, ocurre el accidente, y lo primero que ve Phillipe es el cuerpo de la Sra. Baines, y a su marido en lo alto de las escaleras de la casa. La confusión está servida. Phillipe cree que su ídolo ha cometido un asesinato, y pronto la policía empezará a sospecharlo también.

El punto de vista sigue conservándose cuando Reed filma el interior de la casa con grandes planos retorcidos, como perfecta alegoría a lo grande que ve el mundo el niño. Dichos planos servirán además para tensar un relato que va pasando de drama familiar a drama policíaco, en el que todo empezará a complicarse para el Sr. Baines. Y antes de eso la película jugueteará con el drama victoriano, en el que una sorprendente y perfecta Sonia Dresdel se convertirá en una temible ama de llaves —atención a la terrorífica escena en la que se aparece de noche en el cuarto de Phillipe— que recuerda sobremanera a algunas de las más inquietantes de la historia del cine, estando a la cabeza, cómo no, la Judith Anderson de 'Rebeca' ('Rebecca', Alfred Hitchcock, 1940). Y más tarde, Reed parecerá darle la mano al mismísimo maestro del suspense, cuando el cerco policial se vaya cerrando sobre el Sr. Baines. No hay más que citar escenas como la del avión de papel para saborear el nivel de tensión al que llega la película.

'El ídolo caído' incide también en las diferencias entre el mundo infantil y el adulto, y en el camino que hay del uno al otro, la pérdida de la inocencia a través de un viaje que no siempre será agradable —la huida de Phillipe tras el accidente, y terminando en comisaría, semeja un relato de terror, una salida al mundo exterior, donde no hay padre ni madre, y donde uno tendrá que valerse por sí mismo—, como también explora el mundo adulto de las mentiras, y el impacto que éstas pueden tener en un niño. Al final, la llamada materna hará que Phillipe se olvide de lo sucedido, o le reste importancia, con la misma facilidad con la que todo empezó, algo que puede verse como un poco precipitado después de lo complicado que se vuelve todo. En cualquier caso, una excelente película que sin duda callaría a todos aquellos que no valoran a Reed como es debido, al menos en esta etapa de su filmografía. Ya vendrían los años de cansancio creativo.

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