Federico Fellini y Rob Marshall, dos directores tan diferentes entre sí como el agua de la tierra. '8 1/2' o como se tituló en nuestro país 'Fellini Ocho y medio' —título que me negaré a utilizar— es la visión personal del propio mundo del director, alabada en un principio por una inmensa mayoría de cineastas que se sintieron identificados, y hoy día por casi la totalidad de la crítica mundial. 'Nine' es la adaptación de un musical de Broadway que se inspira en el famoso film italiano, por lo que el trabajo de Marshall puede verse como un remake del mismo. Todo parecía indicar que nos encontraríamos ante otra maravilla como 'Chicago', y que al igual que ésta se vería recompensada por varias nominaciones a los Oscars; al final ha tenido que conformarse con cuatro, entre ellas la labor de nuestra Penélope Cruz.
'Nine' se parece a '8 1/2' tanto, que el que no haya disfrutado del film de Fellini, el de Marshall le parecerá directamente insoportable. Da igual que las escenas oníricas del film original se hayan convertido en números musicales más o menos espectaculares, y así de paso todo está más masticado para el gran público. 'Nine' es un calco de '8 1/2' casi punto por punto, un intento de hacer más universales las sensaciones de Fellini, perdiendo precisamente el toque personal que dicha historia tiene, ésta pertenece por derecho propio al director de 'Amarcord', el querer meterse en su mundo —su mente— ha sido un error que han pagado caro: críticas negativas y fracaso en taquilla.
Y los sueños, sueños son
Nunca he sido admirador del cine de Federico Fellini, lo cierto es que me ha dado más malos momentos que buenos. Aunque me gustan películas como 'Las noches de Cabiria' ('Le notte di Cabiria', 1957) o 'Amarcord' (1973), otras como 'Il Casanova di Federico Fellini' (1976) o la que nos ocupa, '8 1/2', me resultan difíciles de soportar. La película interpretada por Marcello Mastrioanni narra, si su argumento puede ser descrito, las obsesiones de un famoso director de cine en crisis creativa, que pasa unos días recluido en un balneario esperando dar comienzo a su nueva película. Durante ese reposo seremos testigos muy lejanos de sus sueños, y de la influencia de éstos en la vida personal y artística del director.
En '8 1/2' se dan la mano realidad y sueño, mezclando secuencias de carácter onírico con otras que representan lo real. Fellini tuvo problemas con esto, pues la productora le exigió en un principio el hacer más diferenciables ambos mundos mediante un virado a otro tono —hablamos de una película filmada en blanco y negro— de las partes oníricas. Finalmente Fellini se salió con la suya, y lo cierto es que pueden diferenciarse a la perfección ambas partes a pesar de que según avanza la acción la línea que las separa se hace cada vez más fina. Para mí el problema no está en el montaje que a muchos les puede resultar caótico, no se trata de eso. El problema es que lo que narran las distintas secuencias no me interesa lo más mínimo, Fellini nos espeta sus sueños, muchos de ellos alegorías sobre su infancia, sin ofrecer una interpretación de los mismos dejando a nuestra mente el poder, o querer, interpretarlos como si fuéramos psicoanalistas.
Tal vez todo se deba a la influencia que sobre Fellini tuvieron las teorías del sueño dictadas por Carl Gustav Jung, influencia que el director siempre reconoció y jamás disimuló. Muchos lo agradecerán, pero personalmente creo que a Fellini se le fue la cabeza haciendo experimentos que no llegan a ningún lado —si experimentas, al menos que sea para algo—, y lo que es peor, aburriendo al personal. Al menos nos queda la divertida composición que Marcello Mastrioanni —muy por encima del resto del reparto— hace con su Guido Anselmi, y la pericia técnica de Fellini a la hora de mover la cámara, aunque sólo sea para filmar los recuerdos y sueños que pertenecen únicamente a una sola persona. Un galimatías para el olvido, con sus ataques a la crítica y la tontería de utilizar como título el número correspondiente a la película en su filmografía.
Canciones que invitan al sueño
Siempre me he asombrado como en el cine norteamericano estropean una y otra vez las cosas que ya están hechas. No me malinterpreten, me encanta el cine americano, la historia está ahí para ver la cantidad de obras maestras que ha dejado —la mayoría de ellas hechas por realizadores europeos—, pero resulta hasta sorprendente como en su afán de quedarse con todas las buenas ideas surgidas de otras cinematografías, éstas quedan reducidas en sus manos a la mínima expresión por decirlo suavemente. 'Nine' es un claro ejemplo de ello, y la demostración palpable de que a veces no hay nada como la comparación para apreciar determinadas cosas, y en este caso el trabajo de Rob Marshall convierte al de Fellini en una obra maestra.
Con 'Nine' Marshall ha bajado el listón de forma alarmante, tanto que se ha convertido en el director perfecto para una cuarta entrega de los aburridos y cansinos piratas del caribe. A juicio de quien esto firma, 'Chicago' es el último gran musical salido de Hollywood, con canciones grandiosas e interpretaciones de primer orden —hasta Richard Gere interpreta, que ya es bastante—, después nos sorprendió su frialdad en la correcta 'Memorias de una geisha' ('Memoirs of a Geisha', 2005), por lo que muchos celebramos su vuelta al musical con un proyecto que prometía mucho. Al hecho de estar basado en el musical a su vez inspirado en uno de los más famosos films de Fellini, había que sumar el espectacular reparto, sobre todo femenino, que tiene la película. Daniel Day-Lewis, sustituyendo al inicialmente previsto Javier Bardem —cuyo olfato esta vez no le ha fallado—, coge el testigo de Mastrioanni y a pesar de toda su empeño su personaje se queda en tópico sin profundidad, a lo que prácticamente no llegan los demás personajes, interpretados con más o menos pasión por un elenco de actrices totalmente desaprovechadas. Penélope Cruz está bien, aunque Marion Cotillard se la come, a Nicole Kidman ni la notamos, Kate Hudson —la María Esteve americana— interpreta el mejor número musical —'Cinema Italiano'—, Judi Dench pasa por ahí, Fergie sube la temperatura de la platea, y ver a Sophia Loren prestarse a semejante despropósito me llena de una profunda tristeza.
A Marshall el material le queda grande y narra con más torpeza que nunca, los números musicales carecen de pasión —aunque los actores se desviven por darles algo de esencia—, y están todos metidos con calzador rompiendo el ritmo cada dos por tres. El desacierto de convertir las escenas oníricas en secuencias musicales, que dicho sea de paso todas las películas musicales tienen algo de onírico, algo de irreal, limita las posibilidades de la historia, esta vez más universal que en el caso de Fellini, pero también mucho más trivial. 'Nine' no es un experimento como '8 1/2', pero en su falta de riesgo reside precisamente el peor de sus males, en eso y en torturar al espectador con una ensalada de canciones literalmente inaguantables.
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