Terminamos este largo especial sobre el vampirismo en el cine con dos películas recientes que no han conocido estreno comercial en nuestras salas. La primera de ellas es ‘Thirst’ (‘Bakjwi’, Park Chan-wook, 2009), film que hace unos meses se editó en DVD en España, lo que ha permitido —ejem— que podamos disfrutar aquí de la última obra del director coreano firmante de películas tan fascinantes como ‘Old Boy’ (‘Oldeuboi’, 2003) o ‘Sympathy for Lady Vengeance’ (‘Chinjeolhan geumjassi’, 2005), ahora que se encuentra en fase de postproducción su primer film enteramente estadounidense, ‘Stoker’. Con ella el extravagante realizador se adentra en el subgénero vampírico tan de moda en los últimos años gracias a una lamentable saga cinematográfica y a una magistral serie de televisión.
Para ello escribe a cuatro manos con su habitual Jeong Seo-Gyeong un guión que se inspira en la novela de Émile Zola ‘Thérèse Raquin’, ya llevada al cine en 1953 de la mano del gran Marcel Carné, que narraba las vicisitudes de una pobre muchacha obligada a casarse con su primo, teniendo una aburrida vida al lado de éste y su tía, hasta que aparece alguien que cambiará las tornas drásticamente. La evolución dramática de una mujer con oscuras intenciones, como ya habían tratado las imprescindibles ‘La bestia humana’ (‘La bête humaine’, Jean Renoir, 1938) y ‘Deseos humanos’ (‘Human Desire’, Fritz Lang, 1954), también basadas en un texto de Zola, y con las que el trabajo de Chan-wook tiene alguna que otra similitud, sobre todo en lo que respecta al retrato del personaje femenino, aquí una de las mejores femme fatale del cine actual.
Muchas veces hemos señalado aquí en charla con los lectores una de las principales características del moderno cine oriental, sobre todo el coreano, su mezcla de géneros. En ocasiones eso enriquece el film, si ha logrado mantenerse cierto equilibrio, y en otras tantas todo lo contrario, al querer abarcar demasiado la película se resiente. En el caso de ‘Thirst’ su director parece jugar en otra líga, y conocedor profundo de dicha impresión, pareciera que se aprovecha de ese desequilibrio para construir un film tan fascinante como difícil, una historia de vampiros, sí, pero también un retrato salvaje y sin prejuicios sobre la pareja, sobre las represiones, sobre la culpa, la familia, unas gotas de thriller aquí, muchas de comedia allá, e incluso coquetear con el cine de superhéroes tan de moda en estos tiempos.
El padre San-hyeon (Song Kang-ho) es un cura muy peculiar. Sus ansias de ayudar a los demás chocan con sus deseos más ocultos, aquellos que frena provocándose dolor. En uno de sus altruistas movimientos, San-hyeon se presta a ser conejillo de indias en experimentos médicos que terminan con un sorprendente resultado: el padre se ha convertido en un vampiro. En su nueva condición de no-muerto, San-hyeon comprobará todas las posibilidades de su nueva condición además de descubrir que evidentemente necesita sangre para sobrevivir. También llegará a intimar con la pobre Tae-ju (Kim Ok-bin), una muchacha condenada a vivir con la familia de su tía, donde no la tratan precisamente como a alguien de su propia sangre. El punto de inflexión del relato, y que le permite a Chan-wook volar tan lejos como su imaginación le permite, se produce cuando San-hyeon convierte a Tae-ju en un no-muerto.
Es entonces cuando el tono de ‘Thirst’ adopta un ritmo extraño, balbuceante pero al mismo tiempo con cierto sentido, como si se tratase de un corazón bombeando sangre y fuésemos testigos de como esta entra —los momentos íntimos, de tono incluso onírico y algunos de una belleza plástica realmente hipnótica— o sale —los momentos más explosivos, algunos de acción, otros de una violencia sin parangón, precedidos por una cuidada dilatación del tiempo donde Chan-wook hace gala de su sentido del humor—. Un relato pues, sobre el poder de la sangre y la responsabilidad de un gran poder tal y como rezan los lemas de algunos superhéroes. San-hyeon y Tae-jun pueden considerarse así; al fin y al cabo su condición les permite dar enormes saltos por encima de los tejados de la ciudad, momento en el que la película despliega unos muy convincentes efectos visuales.
Con instantes que recuerdan a Hitchcock —la tía intentando decir quién es un asesino—, y jugueteando con todos los géneros que la historia permite, Chan-woook nos narra otra de esas historias de amor atemporales, de dos seres inmortales que dan rienda suelta a sus instintos —atención al instante, de un patetismo increíble, en el que San-hyeon intenta violar a una mujer movido por la falta de prejuicios que tiene Tae-jun a la hora de cometer un asesinato—, mientras se convierten en el claro ejemplo de amor fou que tan bien queda en el cine. Por encima del relato de horror, de vampirismo, del thriller, incluso de la comedia, ‘Thirst’ es una love story, y siguiendo el esquema antes mencionado, sus últimos minutos, de una sobriedad sobrecogedora, semejan un corazón en sus últimos latidos. Uno por la vida y otro por la muerte. Uno por el amor, otro por el final del mismo.
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