Tony Jaa se ha convertido no sólo en una estrella de las artes marciales, un ídolo descomunal en Tailandia sino en uno de los principales baluartes de este subgénero cinematográfico, cultivado con esmero en Asia y que busca expandir su éxito como ya lo hiciera, sorprendiendo en ‘Ong-bak’ (2003). Fue ésta una película que cumplía con los patrones de este tipo de cine, sin ninguna historia especialmente original, pero que descubrió el enorme talento del elástico Tony Jaa, combinando el plato principal de brutales y espectaculares escenas de lucha (en concreto del Muay Tai), con una cierta frescura en su realización que fue el principal impulsor de su expansión internacional.
Como a otros muchos genios de las artes marciales en el cine, a Tony Jaa el ego se le infló poderosamente y no dudó en dar un paso de gigante, en una nueva muestra (por medio apareció ‘Thai Dragon’) mucho más costosa, más espectacular y que le hiciera más grande (y a su bolsillo). Para ello, no dudó en ponerse a cargo de la dirección de ‘Ong-bak 2: la leyenda del rey elefante’, y contar una historia hecha a su medida, en la que lucirse con especial énfasis. Así, se puso también a trabajar tras las cámaras junto con su maestro en el arte de la lucha, con la garantía que le daba arriesgarse a ello por su enorme éxito. La gran esperanza tailandesa que podría poner al país del sudeste asiático en el mapa cinematográfico internacional.
Lamentablemente, el proyecto desde su inicio y hasta la conclusión del rodaje fue un verdadero infierno a pesar de contar con un presupuesto casi impensable en tierras tailandesas. Pero no ésto no puede servir de excusa para no alcanzar un resultado que enorgulleciera a sus paisanos y llamara la atención a los aficionados a este cine de todo el mundo. Manos a la obra, esta nueva película intentaba explotar al máximo las cualidades de Tony Jaa y ambientarlo en una época pasada en un frondoso y exótico paisaje.
La premisa era bien sencilla: llevar a una nueva dimensión las escenas de lucha y aumentar la espectacularidad lo máximo posible. Sin embargo, y como es propio de este subgénero, la historia se conjuga con una gran sencillez, que sólo sirve de transición entre cada escena donde lo verdaderamente importante es mostrar el virtuosismo de Jaa.
A pesar de su título, ‘Ong-bak 2: la leyenda del rey elefante’ no guarda ninguna relación con la película que le hizo saltar a la fama. Ahora, se traslada la historia al siglo XV, en una Tailandia selvática dominada por reyes que intentan preservar la armonía y piratas desalmados que buscan adueñarse del caos y de todo lo que puedan requisar. Allí se ambienta este relato de una venganza, la de un hijo de la realeza que asiste al asesinato de sus padres y que buscará, con el odio creciendo en su interior, una vendetta acorde con el dolor sufrido.
Nada más hay y nada más interesa. Un guión tan esquemático, escuálido e infantiloide que raya lo bochornoso (casi se pueden contar las líneas de diálogo existentes). Pero quizás no se le pueda achacar tanto este pésimo aspecto, ya que no es el pilar sobre el que una película de artes marciales se sustenta, como al hecho de que está asunte de espontaneidad, frescura y el aderezo de unas pinceladas de humor que encontramos en ‘Ong-bak’. En esta entrega, sólo importa que Tony brille en su plasticidad, que alcance cotas asombrosas en el arte de la lucha, con todo tipo de armas y con una destreza espectacular. Eso lo consigue, pero es lo único. Y para eso no hace falta gastar tantos millones ni ambientar el relato en el pasado. Al margen de encontrar algunos momentos bochornosos (la escena de los elefantes es el cénit del absurdo), ridículos y disponer de una narración torpe, sin fluidez, acompañado de un deficiente diseño de efectos sonoros.
Una ensalada de hostias demasiado sosa, sin aliñar y que se engulle como verdadera fast food indigesta.
Mi puntuación: