Después de tener a nuestro servicio grandes obras del cine bélico como ‘El gran desfile’ (‘The Big Parade’, King Vidor, 1925), ‘Sin novedad en el frente’ (‘All Quiet on the Western Front’, Lewis Milestone, 1930), ‘Senderos de gloria’ (‘Paths of Glory’, Stanley Kubrick, 1957) o ‘Apocalypse Now’ (id, Francis Ford Coppola, 1979), por citar sólo unos ejemplos, todo parecía dicho en el cine bélico, tanto el puramente dicho como aquel que refleja los horrores del invento más estúpido del hombre, siempre derivado de la política o la religión. En los 90 llegó Steven Spielberg y nos sorprendió con dos de sus obras maestras, ‘La lista de Schindler’ (‘Schindler´s List’, 1993) y ‘Salvar al soldado Ryan’ (‘Saving Private Ryan’, 1998), ésta una de las cintas más influyentes de los últimos años, sobre todo en lo que respecta a su puesta en escena. Terrence Malick y Roman Polanski no se quedaron atrás con sus imprescindibles ‘La delgada línea roja’ (‘The Thin Red Line’, 1998) y ‘El pianista’ (‘The Pianist’, 2002).
Ahora el chino Lu Chuan pretende con ‘Ciudad de vida y muerte’ (‘Nanjing! Nanjing!’, 2009) poner su granito de arena echando mano de la historia de su propio país —la invasión de los japoneses en Nanking en 1937, una de las atrocidades más grandes cometidas por el ser humano—, y a tenor de las críticas cosechadas parece que lo ha conseguido. Incluso fue la triunfadora en la última edición del Festival de San Sebastián, en la que nuestro amado Adrián Massanet también se sumó a la pasión que el film ha despertado entre la audiencia. Yo debo de ser un tipo muy raro porque a mí la reconstrucción de un hecho tan dramático como el mencionado, me ha parecido un soberano coñazo, uno de esos interminables films que en vez de conmocionar dejan indiferente.
En 1937 las tropa japonesas invadieron la capital provisional de China, Nanking, hecho que más tarde fue bautizado como “La violación de Nanking”, debido a las atrocidades cometidas por el ejército japonés con la población civil china, entre las que se incluye la violación y tortura de más de 20.000 mujeres. A partir de este hecho, Lu Chuan construye todo un mosaico en plan película coral, con personajes pertenecientes a los dos bandos, en los cuales podemos ver reflejada la tragedia vivida en tiempos de guerra, cuando toda norma o destello de humanidad parecen desaparecer. El único acierto que le veo a la cinta es el hecho de que Chuan no cae en panfletos políticos de ningún tipo denunciando uno de los mayores horrores que el ser humano haya vivido, simplemente se limita a narrar acontecimientos con dureza y cierta elegancia visual dejando que sea el espectador quien saque sus propias conclusiones.
Pero Chuan se ha olvidado de uno de los grandes mandamientos del Cine y que el gran Billy Wilder no se olvidaba de repetir una y otra vez: “No aburrirás”. Mirándolo bien 132 minutos de duración no son tantos en una superproducción actual, acostumbrados como estamos a que muchas películas sobrepasen ampliamente las dos horas y media. ‘Ciudad de vida y muerte’ parece que dura cuatro días, y sólo en determinados momentos es capaz de captar la atención de un servidor, no porque Chuan se esfuerce en ello, sino porque algunos de los hechos mostrados tienen interés por sí mismos. Cabe citar el impresionante y doloroso momento en el que cien mujeres deberán prostituirse entre el ejército japonés para que éste suministre víveres a la población china. Manos nada femeninas —una de las consecuencias de vivir tiempos de guerra— se alzan poco a poco como voluntarias para ir a un destino del que pocas regresarán, manos inocentes que se sacrificarán acariciando al enemigo para proporcionarles un merecido rato de entretenimiento.
Un enemigo, el ejército japonés, que no es retratado de forma manipuladora, algo en lo que hubiera sido muy fácil caer. Al contrario, los soldados japoneses son retratados como lo que son, seres humanos de carne y hueso. Llama la atención la secuencia de un baile a través de la ciudad situada, que pone de relieve el hecho de que son precisamente esos hombres que ahora bailan una danza de corte espiritual capaces de cometer los actos más horrendos jamás inimaginables. Chuan no emite ningún juicio pero fracasa a la hora de dar un toque personal a todo por mucho que se empeñe en usar el blanco y negro para la fotografía, que en este caso parece un elemento meramente estético —con peores resultados de lo que parece— más que dramático.
Por otro lado la sombra de algunos de los films mencionados al principio planea continuamente sobre el relato de Chuan. Éste se permite el lujo de combinar la fiereza de los combates cuerpo a cuerpo en la escenas bélicas —‘Salvar al soldado Ryan‘—, y combinarlas con la tranquilidad emotiva del film más oscarizado de Spielberg. También se atreve con detalles argumentales que recuerdan sobremanera al mencionado film de Roman Polanski, como por ejemplo el destino sufrido por una niña china a manos de un soldado japonés. Todo suena a demasiado visto, pero sobre todo carente de la fuerza necesaria. Incluso desaprovecha una historia de amor entre un soldado japonés, el único que parece tener conciencia clara del horror que se está viviendo, con una prostituta china de la que se enamora.
Da la sensación de que Chuan confía demasiado en su material, y que éste conmocionará al espectador sólo por tratarse de hechos reales. Pero un ritmo tambaleante y una mirada poco contundente hacen fracasar un conjunto de aciertos aislados. Curiosamente uno de ellos es el plano final desenfocado de un niño al que oímos reír pero semeja llorar, un cierre que está muy por encima del resto de la película.
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