He querido empezar este artículo con el cartel norteamericano de ‘Ponyo en el acantilado’ porque, aparte de gustarme, me parece muy gracioso. Si os fijáis, en un lugar destacado aparece “Walt Disney”. El nombre de Hayao Miyazaki queda en lo más alto del todo, donde pocos miran, justo arriba de una línea de nombres de actores conocidos para el gran público, que evidentemente no saben (ni tienen que saber) quién es Miyazaki. De hecho, es muy probable que crean que es otra película de la factoría Disney; ya les gustaría.
Sin embargo, para los apasionados de la animación y, también, para los del cine en general, Hayao Miyazaki no necesita presentación. Quizá, para el segundo grupo, sí lo fuera antes de que la aclamada ‘El viaje de Chihiro’ (2002) lograra tanto el Oso de Oro berlinés como el Oscar norteamericano, arrebatándoselo a los productos de las poderosas Pixar y Dreamworks en su propia casa; desde entonces ya no hay excusa alguna. Y es que la firma del japonés es sinónimo de maestría, calidad, emoción y sorpresa, porque este genio sigue provocando sorpresas en el público con cada nueva obra.
Se suponía que iba a retirarse, que ya no veríamos otro trabajo nuevo con su sello, pero cerca ya de sus setenta años, Hayao Miyazaki se ha vuelto a revelar lúcido y brillante. Su última película, ‘Ponyo en el acantilado’, supone un retorno a los orígenes de la animación, en un momento en el que Hollywood comienza a vender la fórmula del 3D estereoscópico, en una época en la que parece que si no resulta explosivamente llamativo, no interesa. Pero sabe la verdad. Al público le interesan las novedades, desde luego, pero sobre todo, por encima del 3D y las pantallas gigantescas, busca historias. Historias que emocionen y que, cuando acaben, el espectador tenga la sensación de que ha disfrutado y contemplado algo especial.
Resulta inevitable, supongo, pensar que su última película es una obra “menor” dentro de la extraordinaria carrera de Miyazaki, tal como he leído en repetidas ocasiones. El hecho de ser un cuento infantil, decididamente destinada a los niños, y haber apostado por esa vuelta a la animación más tradicional, contribuyen a formar esa idea. No soy nadie para negarlo, y en realidad estoy de acuerdo en que ‘Ponyo’ no es una de las mejores películas del japonés (mi favorita es ‘Porco Rosso’, por cierto), pero también creo que hay que matizar un poco más ese tipo de declaraciones, entender mejor cómo se ha creado este nuevo trabajo, menos moderno que otros, pero no menos laborioso, y sí decididamente más hermoso.
Dice Miyazaki que el origen de ‘Ponyo’ está en “La dama de Shalott”, una pintura de John William Waterhouse. Quedó tan abrumado por la cantidad de detalles de la obra que sintió que era algo insuperable, por lo que se replanteó todo lo que se estaba haciendo en el legendario estudio Ghibli. Abandonar las últimas tecnologías de animación y volver a dibujar a mano, fue su decisión. Eso sí, Miyazaki pidió un esfuerzo máximo. Movimiento, velocidad y fondos llenos de detalles. Sin límites, sin cortapisas de ningún tipo. Y vaya sí se nota. Hay numerosas secuencias en la película que dejan sin aliento, y resulta imposible tratar de captar con la mirada todo lo que hay en la pantalla, lo que incluso puede resultar frustrante; la misma sensación que tuvo el cineasta al contemplar la obra de Waterhouse (es lo que tenéis a continuación).
Aunque ‘Ponyo’ va destinada al público infantil, al que Miyazaki comprende como nadie, me parece injusto rebajar (más de la cuenta) su nivel por este motivo, cuando en realidad es una película que puede disfrutarse a cualquier edad, porque todos hemos sido niños, y aunque se quiera negar, seguimos deseando que nos emocionen como cuando lo éramos, como cuando nos asombrábamos por todo y no hacíamos más que preguntar cosas a los adultos. No me cabe duda que muchos padres, aficionados al cine, deben estar muy agradecidos porque películas como ésta se sigan haciendo, permitiendo un disfrute en familia y resultando una experiencia más valiosa que la que proporcionan los productos supuestamente infantiles salidos de firmas con mayor poder de mercado, en mi opinión, más manipuladores (“american way of life”), vulgares y vacíos que otra cosa.
Adaptación sui generis de “La sirenita” de Hans Christian Andersen, ‘Ponyo en el acantilado’ nos devuelve al mundo mágico, inocente y de la infancia, resultando una película preciosa, espectacular y viva, un huracán de emociones, colores (con esos contrastes de tonos cálidos y fríos) y sonidos (fantástica composición del no menos genial Joe Hisaishi) que no podéis dejar pasar. Y ya sabéis, la lógica, el cinismo y los malos humos de la jornada diaria, mejor apagados, como el móvil, hasta que empiecen los créditos finales.
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